Hay que intervenir los depósitos de niños y niñas

Nuestra revolución, aún en pañales y con pleno derecho a gatear y gotear, invierte cuantiosos recursos en pro de satisfacer las necesidades básicas de nuestra batalladora población. El sector infantil disfruta, como nunca, de la atención que parte de entes oficiales y algunos privados que han respondido a las leyes, así como del goce y el respeto que su especial existencia amerita. Pero, en honor a la verdad y con estricto sentido constructivo, debemos reconocer que no todo está hecho. Repetimos, la revolución apenas gatea… y gotea.

Se hace necesario ampliar la supervisión hacia los centros permisados para trabajar con pequeñitos y pequeñitas. El Ministerio del Poder Popular para la Educación, el Servicio Nacional Autónomo de Atención Integral a la Infancia y a la Familia (Senifa) y otros entes, deben meterse a fondo en esto. Luego de 16 años –edad de mi hijo mayor–, en 2009 la naturaleza me concedió el divino privilegio de ser padre por segunda vez. Y mientras por un lado todo fue y sigue siendo amor, melao y ternura con mi preciosa muchacha, por otro empezaba el suplicio de seleccionar para ella un centro maternal con las condiciones mínimas para su cuidado. La tarea fue imposible, pues, otro bello muchachero criollo ya tenía agotados los cupos.

Transcurrido su primer año de vida y luego de pasar la mitad del mismo “cumpliendo” obligaciones laborales de su madre –ambas se vieron sometidas al vaivén de la calle: no hubo más remedio– nos lanzamos de nuevo a la caza de un espacio de cuidado infantil. Todo, como el año pasado, fue en vano. La inaplazable necesidad de tomar una decisión nos llevó a ensayar con lo que nunca quisimos: tocar las puertas de sitios habilitados. Peor. Horrible. Por mucha buena voluntad que puedan tener algunas de las encargadas –sólo algunas, otras son unas ogras– el ambiente que allí reina no es el idóneo para el desarrollo integral de un infante. “Son depósitos de niños”, me dijo una amiga cuando le describí el aterrador ambiente.

A la par de continuar creciendo en atención hacia esa población tan especial, la revolución debe meter el ojo en esos sitios. Deprimen. Maltratan. Atropellan. Asustan y, también muy importante, cobran carísimo.


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Ildegar Gil

Comunicador social

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