El barco que derrumbó el paro

PANORAMA presenta desde hoy una serie de trabajos sobre el sabotaje a la principal industria del país, la petrolera, que le ocasionó a la República pérdidas por más de 20 mil millones de dólares durante los años 2002 y 2003.

El primer golpe contra la industria fue el fondeo del buque Pilín León en el Lago de Maracaibo, la Gobernación del Zulia enviaba diariamente manjares a la tripulación saboteadora como premio por mantener al barco paralizado.

Cuarenta minutos duró la travesía hasta el muelle de Bajo Grande, donde el presidente Hugo Chávez y su comitiva esperaban a la tripulación que trajo de vuelta a la gasolina que clamaba el pueblo zuliano.

La Inspectoría General de Tribunales acusará a los jueces Dick Willian Colina, Celina Padrón y Tania Méndez por haberle sobreseído la causa a la tripulación saboteadora contradiciendo una decisión del Tribunal Supremo de Justicia.

IEL CAPITÁN CARLOS LÓPEZ LLEVÓ AL PILÍN LEÓN AL PUERTO DE BAJO GRANDE, DONDE EL PRESIDENTE CHÁVEZ LO ABORDÓ Y CONSTATÓ LAS CONDICIONES EN QUE LO HABÍAN DEJADO LOS SABOTEADORES.

Desde el puesto de mando del buque tanque Pilín León los ocho kilómetros del puente General Rafael Urdaneta parecen un collar de luces que rompe la penumbra de la noche. Es 20 de diciembre y en el interior de la sala de máquinas está el capitán de altura Reinaldo Caraballo, un caraqueño que pasó 26 años de su vida surcando mares y ríos en buques tanqueros y gabarras. Cargando en su equipaje el amor por el país se embarcó en un vuelo fletado y abandonó temporalmente las clases de Mecánica Naval que impartía en Fundación La Salle con sede en la isla de Margarita, para sumarse a la tripulación de la nave que lleva 15 días fondeada en la bahía del Lago.

Al frente del puente de mando está el capitán de altura Carlos López Peña, un falconiano nacido en la sierra de San Luis que hasta marzo de 2002 surcó los mares venezolanos a bordo del Maritza Sayalero, un buque similar al Pilín León. Siendo un muchacho de 21 años comenzó a trabajar en tanqueros y el primero que pisó fue el petrolero Essos Maracaibo de la Creole.

Ese 20 de diciembre se afinaban las baterías para el segundo intento destinado a mover el Pilín León. El primero fue el sábado 14 de diciembre en compañía de cinco oficiales. López Peña, sustituiría a Daniel Alfaro Faundes tras su negativa de culminar el trayecto hacia el muelle de Bajo Grande.

Un avión Arava de la Fuerza Armada Nacional trasladó a los oficiales la noche previa al primer abordaje. Todo fue en secreto. Era necesario protegerse de los dardos venenosos lanzados por los escuadrones apertrechados para apoyar la maniobra saboteadora que perseguía la tarea de asfixiar al país.

Desde las 4:00 de la madrugada del 14 de diciembre se acercaron al Pilín León en una lancha de pilotaje, y fue a las 5:00 cuando lograron el abordaje, pero sólo Carlos López Peña se quedó en la embarcación, pues no se llegó a un acuerdo con los abogados que había contratado la oposición para amparar la actitud ilegal de la tripulación.

La nueva tripulación —encabezada por López Peña— fue descalificada en pleno por la Capitanía de Puerto, que para entonces estaba comandada por el capitán Saúl Pérez Altuve, quien figuró entre los participantes del sabotaje. Una de sus misiones fue la de poner obstáculos para evitar que se concretara el zarpe del buque tanque, alegando en varias oportunidades que los marinos no estaban calificados y que el personal de pilotaje se había parado y él no podía hacer nada para controlar la situación.

Los días que López Peña pasó en el interior del buque fueron marcados por caras largas y desaires, tanto así que al segundo día de permanencia escuchó de labios de Alfaro Faundes que la comida no alcanzaba y no podían seguir suministrándole alimentos. “No se preocupe capitán Alfaro que para eso hay viandas”, respondió López Peña. El anuncio de austeridad pronunciado por Alfaro Faundes contradecía la amplia despensa que era aderezada por las tortas y dulces que a diario enviaba la Gobernación del Zulia a los tripulantes rebeldes.

La insistencia y hostilidad de Alfaro Faundes y las complacencias del capitán de puerto lograron que finalmente López Peña fuera desembarcado. No pasarían muchos días para que retornara tras ser sacado por no poseer un certificado médico emitido por PDV Marina, filial sumada al sabotaje petrolero.

El 20 de diciembre a las 11:00 de la noche Caraballo y el resto de la tripulación subió con aplomo cada peldaño de la escalera real. Éste sería el intento definitivo para mover el barco que ya cumplía 15 días fondeado con el ancla de la arbitrariedad. No fue fácil sortear los insultos que se oían desde los yates en los que montaron guardia los cómplices del sabotaje.

“Cuando fuimos a abordar el buque ocho soldados nos escoltaron hasta el barco, porque había tantos yates alrededor de la escalera que no dejaban embarcar. Había una señora como de 40 años, un poco gorda, que quería treparse hacia la lancha donde estaban los soldados. Decía Fuera Chávez, fuera Chávez... Casi que se ahogaba diciendo eso”, recuerda sereno López Peña.

Esa misma noche el capitán de altura Ramón Dávila, práctico de la Capitanía de Puerto de Maracaibo, recorrió palmo a palmo el trayecto que atravesaría el Pilín León al día siguiente. A bordo de una lancha de Guardacostas verificó el calado que tendría el trecho de acuerdo a la marea y cuidó que ningún obstáculo impidiera la movilización de la embarcación.

Dávila sería el encargado de indicarle a López Peña la dirección que debía seguir para cruzar con éxito el trayecto que faltaba. Se trata de una norma internacional que especifica que sólo pilotos prácticos con experiencia en la ruta local sean los encargados de culminar la travesía de atraque y desatraque de los barcos.

Antes que el reloj marcara la medianoche del 20 de diciembre los marinos disidentes desembarcaron después de redactar una carta de renuncia que exponía tácitamente la negativa a operar la embarcación. Uno de los fragmentos de la misiva, que fue fotocopiada y firmada por 13 de los tripulantes, decía “prefiero quedar detenido antes de poner mi vida en peligro, razón por la cual solicito mi desembarco inmediato, ya que ni que sea coaccionado de palabra o con armas apuntándome voy a quebrar mi voluntad”. De la tripulación original sólo se quedaron los camareros Jesús Weffer y José Chirinos, y el contramaestre Husvik Cedeño.

No había tiempo que perder y Caraballo se internó de inmediato en la sala de máquinas para revisar la situación de los equipos. Las condiciones en la ruidosa sala de máquinas del tanquero eran mínimas. De cuatro generadores de electricidad apenas uno estaba operativo —el número uno—, el generador dos estaba en mantenimiento y los restantes estaban saboteados. Tenían agua en los pistones.

El barco había sido alterado en sus equipos y media hora después de tener la máquina encendida la temperatura se incrementó. Las válvulas termostáticas de los sistemas de refrigeración tenían los valores alterados y fue necesario activar el sistema de forma manual. Una intensa jornada para sofocar los efectos del sabotaje mantuvo despiertos a los 14 marinos durante toda la noche. El amanecer los sorprendió haciendo ajustes y afinando detalles para las pruebas previstas antes de encender las máquinas y llevar el barco a su destino final.

Las instrucciones para iniciar la maniobra se impartieron a las 3:55 de la tarde. Los canales que habían seguido paso a paso el fondeo del buque minimizaron la cobertura de la movilización y partieron las imágenes del hecho con alocuciones de los líderes del sabotaje petrolero. Profetas del desastre auguraban que la nave chocaría contra el puente y la mitad de Maracaibo desaparecería.

En tierra firme se vivía un calvario en las 200 estaciones de servicio diseminadas en el Zulia. Las reservas de combustible en Bajo Grande ya marcaban un punto crítico y se había acudido al envío de gandolas al Complejo refinador de Paraguaná para traer el derivado inflamable a la región y así minimizar el impacto generado por la falta de despachos por barcos. El clamor colectivo apuntaba al éxito de la nueva tripulación que estaba a punto de rescatar los 44 millones de litros de gasolina secuestrados por el capitán Daniel Alfaro Faundes.

Una hilera de humo negro salió desde la chimenea de la nave como resultado de la alteración de los sistemas y desde las cubiertas de los buques Moruy y Morichal se escucharon aplausos cuando el Pilín León se detuvo en una de las tres vueltas de prueba que se abordaron antes de emprender el recorrido definitivo. Los malos deseos no fueron suficientes para frenar las intenciones de movilizar al país y destrancar el chantaje que tenía su piso en el Pilín León.

“El barco elevó el ancla y nos dirigimos hacia el puente para pasarle por todo el medio de las filas, pero sucedió algo imprevisto: todas las temperaturas se elevaron violentamente, cosa que no sucede con normalidad. Le dimos la vuelta y en la mitad del giro se corrigieron las fallas y se encontraron unas válvulas automáticas que estaban trampeadas”. La imagen es descrita por López Peña como si aún estuviera a bordo de la nave.

Inmune a los malos presagios y a sabiendas que el pueblo esperaba con ansias los 44 millones de litros de gasolina almacenados en el tanquero, el capitán López Peña, con 22 años de experiencia, seguía coordinando las operaciones en el puente de mando. Desde hacía seis días el falconiano de 59 años, se encontraba en la nave sobre la que pesaba la mirada del mundo.

El piloto navegador Ramón Dávila se convirtió en los ojos de López Peña. Para entonces Dávila tenía 14 años laborando como piloto práctico de la Capitanía de Puerto de Maracaibo.

Antes que el Pilín León zarpara, otros barcos habían sido movilizados gracias a la voluntad de los pocos pilotos prácticos y maniobristas que se mantuvieron en pie. Para el momento del sabotaje en el país había 237 prácticos responsables de atracar los barcos en los respectivos puertos según lo establecen las normas internacionales de navegación. Durante el paro sólo estaban trabajando 10 pilotos activos en todo el territorio nacional.

Gracias al coraje de los pocos prácticos que se mantuvieron en pie, el miércoles 11 de diciembre se concretó la salida del buque Marshal Chuykov cargado con 329.554 barriles de crudo desde La Salina hasta la refinería de Amuay. La nave, de bandera rusa, fue la primera en zarpar desde la paralización de labores. Al frente iba el capitán de altura Antonio Castellano, un piloto jubilado que inició su carrera en barcos de la empresa Gran Colombiana. El hecho fue obviado por los medios, empeñados desde el inicio del sabotaje en instaurar la idea de que ningún barco podía moverse sin la participación de los marinos apertrechados con el sabotaje.

En la lista también se ubicaron los buques Genman Sun, Hero, Kiowa Spirit, Ero, Obo Venture y Zeus. La paralización de la exportación de crudo y productos debido al fondeo de los buques refinados cayó un 70%. Antes del sabotaje eran enviados al mercado externo 80 millones de barriles mensuales —tanto de petróleo, como de gasolina y otros derivados— y entre diciembre de 2002 y enero de 2003 la cifra se redujo a 21 y 17 millones de barriles respectivamente.

Mover al Pilín León era una forma de iniciar la batalla por activar las máquinas del resto de los barcos de PDV Marina fondeados en los puertos venezolanos. Yavire, Inciarte, Paria, Bárbara Palacios, Maritza Sayalero, Morichal y Moruy desfilaron entre los tanqueros de la estatal venezolana parados por sus tripulaciones como parte del sabotaje petrolero.

Tras sortear las fallas generadas por el sabotaje de los sistemas el Pilín León atravesó el Puente y se desplazó hacia el muelle de Bajo Grande. 40 minutos duró la travesía. Al atracar el presidente Hugo Chávez y su comitiva esperaban a la tripulación que había logrado dar una estocada fulminante a la acción criminal que puso en jaque a la principal industria de los venezolanos. El maniobrista José Pastor Tillero fue el responsable de concretar el atraque del buque tanque en la planchada. Tillero ya había participado en la movilización de varios buques fondeados en Puerto Miranda.

Pasadas las 5:00 de la tarde el Pilín León tocó el muelle y la algarabía colectiva se desbordó en las calles de San Francisco, municipio ubicado al sur de Maracaibo en cuyas costas está asentada la refinería y el muelle de Bajo Grande. Una caravana de bicicletas recorrió la avenida principal en señal de júbilo.

Al conocer la presencia del Presidente Hugo Chávez Frías la tripulación hizo una formación en el acceso principal de la nave. Los brazos de Carlos López Peña fueron estrechados por el abrazo familiar del Mandatario, quien lo jamaqueba en señal de gratitud. Durante una hora y media recorrieron el barco, intercambiaron anécdotas y el Jefe de Estado se comunicó vía telefónica con familiares de los tripulantes para saludarlos.

La historia no culminó con la hazaña de los marinos. La tormenta de incertidumbres se calmó cuando comenzó a distribuirse la gasolina traída por el tanquero, pero pasarían 63 días para que el caos ocasionado por la paralización de Pdvsa llegara a su fin.

Los equipos de televisión instalados unos minutos antes de que el capitán Daniel Alfaro diera la orden de fondear siguieron cada uno de los días del show. Desde entonces, se quedaron anclados en la imagen del tanquero y lo convirtieron en un emblema de un paro que no tenía más objetivo que obligar a la salida del Presidente Hugo Chávez y darle paso a los intereses acariciados por Washington y la vieja estructura política de Venezuela.

El Pilín León fue entonces una pieza clave de la estrategia mediática que perseguía venderle a los venezolanos y a la comunidad internacional la idea de una Venezuela demolida por un paro petrolero que encabezaban los magnates de la nómina mayor.


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