12/11/12.-—En la campaña, cuando urge responderle a los peores programas opositores, todos los revolucionarios son hojilleros. Después de la victoria, muchos se tornan críticos de su tono y de su estilo. ¿Cómo se siente usted en ese rol de quien hace el trabajo sucio?
—Se podría decir así, que uno hace el trabajo sucio, aunque nunca pienso en eso. Desde que asumí este rol hace ocho años, nunca he tenido ese cuidado por el futuro que tienen muchos periodistas. Parece que están pensando en que vienen tiempos de negociación, de reformismo o de caída, y por eso actúan con timidez o, mejor dicho, con cálculo. Como yo no soy periodista; surgí por accidente en esto del periodismo; hace rato que crucé la raya amarilla. No imagino un futuro sin Revolución. Si no tuviera esa certeza, ¿qué estaría haciendo? Si pensara en mí, en mi seguridad, en mi bolsillo, sería patético.
—¿No cree en la reconciliación?
—Vivimos una confrontación de clases, de dos visiones. No existe posibilidad de reconciliación entre el capital y el socialismo. Quien lo crea así está equivocado, la historia lo demuestra. Todos aquellos que han tratado de conciliar han terminado siendo reformistas. Cuando pasan las elecciones surgen las críticas. Por cierto, quienes critican usan el mismo estilo de la oposición, nunca me nombran sino que me llaman “el señor de la noche” o hablan de “esos programas”. Mi pregunta es qué tan comprometidos con la Revolución están esos que en el fragor de la batalla apoyan al programa y luego dicen que no sirve.
—El presidente Chávez fue el primero que hizo una crítica, cuando dijo que a veces se sentía saturado de VTV…
—Depende de la interpretación que se le dé a sus palabras. Él habló de promocionar la obra de la Revolución y tiene razón. Los ministerios deberían proporcionarnos los insumos y a veces no lo hacen. La gestión debería ir al paso que marca el Presidente, pero hay gente que está dentro de la Revolución y es peor que la oposición porque nos frena.
—La Hojilla fue pionera en mostrar críticamente lo que dicen los opositores y los medios antichavistas, pero luego surgieron varios programas que hacen lo mismo. ¿No será eso lo que produce la saturación?
—Es probable. La Hojilla implantó una nueva forma de hacer televisión, por su irreverencia y por salir de los parámetros. Decodificamos el lenguaje popular de una manera muy parecida a como lo había hecho el comandante Chávez. Ciertamente, eso originó una serie de programas en la misma onda. Algunos no me gustan, pero de todo hay en la viña del Señor. Creo que a veces no administramos bien el poder que tiene un ancla y caemos en el divismo. Hay que entender que uno no es vocero de sí mismo, sino del pueblo.
—¿Le tocó a usted superar ese problema? ¿Cómo fue eso?
—Sí, fue cuando hubo la separación de Néstor Francia y Eileen Padrón, a quienes respeto. Sucede que la misma televisión te va absorbiendo. Esa pantalla de vidrio te genera una persona que tú no eres. Afortunadamente, no llegué a enfermarme, siempre rechacé eso y por eso la gente me ve en la calle y me dice: “¡Coño, eres igualito al que sale en la televisión!” y, claro, es porque no cambio. Si cambiara, si anduviera dándomelas de divo, no estaría haciendo el trabajo de ser el vocero del pueblo.
—A veces, Mario Silva saca su revolucionómetro y juzga quién es revolucionario y quién no. Eso genera muchas antipatías internas. ¿Dónde consiguió usted ese aparato?
—El Comandante está en esto desde 1992 y si uno se pone a analizar todas las figuras que lo han acompañado puede encontrar traidores, reformistas, gente que se ha mantenido firme y, últimamente, gente que quiere regresar. El Comandante siempre ha ido cincuenta pasos delante de todo el mundo. Pongo el revolucionómetro porque detrás de toda discrepancia de algún chavista siempre se encuentra un factor de la derecha.
—En 2015 se vence la concesión de Globovisión…
—(No deja terminar la pregunta) …Deberían quitársela. Yo creo que Globovisión es nocivo y debe salir del aire, aunque Venevisión es mucho más pernicioso. Hay dos formas de meterlo: con arena o con vaselina. Globovisión te lo mete con arena y Venevisión, con vaselina.
—¿Y qué va a ser en tal caso del programa?, ¿si no existe Globovisión, habrá Hojilla?
—Sí, claro, es que La Hojilla no combate sólo a Globovisión. Están Televen, Venevisión, las televisoras por cable, NTN24, RCN… ¿Podríamos cambiar de formato? Sí, pero tendríamos que ser más elaborados, tener más producción. Tengo muchos proyectos, quiero hacer documentales sobre comunas o irme a Cuba. En Makunaima Kariña (proyecto multimedia) tenemos un proyecto de televisión. El problema es que nuestro enemigo, el Departamento de Estado, no descansa. Mientras Chávez esté en el poder, la maquinaria mediática va a seguir atacando, refinándose, no va a parar. Y tenemos que responderle día a día.
—Usted trabajó varios años en el Bloque Dearmas, ¿eso no es como haber estado en la Cosa Nostra?
—Trabajé 19 años, desde supervisor hasta gerente de ventas, a pesar de que desde los 16 años he tenido militancia política en la izquierda. Salí del Bloque porque supieron que asistía a los foros del comandante Chávez. No me avergüenzo de haber trabajado allí. En otros tiempos, los revolucionarios eran poquitos. Los que ahora votan por el Comandante, antes eran adecos o copeyanos. Yo tenía que vivir. Trabajé ahí porque había que llevar un salario para la casa, había que comer.
Él mismo matará a La Hojilla
La primera vez que Mario Silva (Ciudad Bolívar, 1959) oyó a Fidel Castro fue en el radio de onda corta en el que su padre sintonizaba Radio Habana, que lanzaba su señal desde el “territorio libre en América”.
Corrían los años 60 y seguro que el gallego comunista no imaginó que aquel niño que merodeaba por ahí cuando él escuchaba los discursos, tendría –casi medio siglo más tarde– el privilegio de reunirse con el barbudo líder cubano. Y no una vez, sino varias.
La familia Silva era vigilada por la policía de la IV República y por eso Mario aprendió, desde temprano, sobre la represión. “A los 11 años me sacaron de mi casa a punta de coñazos”, revela.
Durante casi dos décadas estuvo en el mundo periodístico, pues laboró en el Bloque de Publicaciones Dearmas y vio “todas las cochinadas que se hacían allí”. Pero la vida le reservaba un rol más protagónico y a partir de 2004 apareció en la pantalla de VTV con un programa que ya ha sido analizado en universidades, reseñado por la prensa mundial y denunciado ante organismos internacionales.
Ahora Silva ya no es sólo un programa, sino un proyecto multimedia que incluye a Makunaima Kariña Radio y una red de emisoras comunitarias y alternativas. Sobre el destino del espacio que lo hizo célebre, sentencia: “La Hojilla tendrá su término cuando deba terminar, no porque quieran forzarla. Cuando vea que no tiene sentido, seré el primero en cerrarla –asegura–. Yo hice la criatura y yo mismo la mataré”.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ/CIUDAD CCS