Lo que menos le faltaba a Pedro Carmona Estanga era una “película”, realizada por sus mismos ex compañeros de aventura, en la que lo expusieran, otra vez, al escarnio público. En la pieza “¿Cuál revolución?”, queda él como único culpable del fracaso golpista, “por su decreto inconstitucional”. A dos años y pico de distancia, la cinta se suma al coro del “yo no fui”.
Paradójicamente, a Carmona lo salva el mismo “documental” que lo echa al pajón. Su abrumadora pobreza cinematográfica le garantiza un fulminante olvido para alivio de sus propios realizadores. Pueda que le breguen algún premio por allí, pero eso no hará más que aumentar y desnudar lo que no se debe hacer en cine, en periodismo ni en nada.
Un impasse con el CNE –un peine publicitario por vía del escándalo buscado- precedió el estreno de lo que ha sido un fraude, sobre todo para los opositores. Ese fugaz escándalo, como un fuego fatuo, es lo único que se recuerda tenuemente después de ver la “película”. La insistencia con Fidel Castro se explica como una calculada concesión al posible público mayamero.
El “documental”, me decía una cercana amiga, bien podría titularse “Memorias de la derrota”. De cierto, es un rosario de las torpezas y fracasos, uno tras otro, de la oposición. El Chávez que se pretende dibujar, no se logra. Incluso, cuando se le muestra con una foto denunciando los bombardeos de Estados Unidos contra Afganistán, se pierde de vista que hoy día más del 50% de los estadounidenses y los principales medios gringos condenan la guerra de Bush contra ese país e Irak. Los realizadores no hacen otra cosa que darle la razón a Chávez, por Dios.
Cinematográficamente es un fraude mayor. Se trata de una corcha de retazos de noticieros, ya manipulados y archiconocidos, de la televisión privada. Los realizadores no sacaron una camarita a la calle para nada. Todo fue cortar y pegar, haciendo honor a aquello de que “la tijera es más rápida que el pensamiento”.
En periodismo, repetir como noticias hechos viejos y trillados recibe el nombre de refrito, de fiambre. Si un equipo de estudiantes de comunicación social presentara como tesis de grado un trabajo semejante, sin duda el mismo profesor Oscar Lucien, director del “documental”, los rasparía sin misericordia (y con razón). Decir tesis de grado es demasiado. Eso no pasa ni como trabajo semestral. Tal su insólita pobreza, su insolente carencia de imaginación, su desafiante mediocridad.
Al ver la pieza, pensé que algo debía pasarle a Lucien. Luego leí que en la realización participaron varios creativos y gente de Ciudadanía Activa. ¡Vacié, me dije, entonces esto es mucho más grave! Resulta patético oír decir que hasta hicieron “tormentas de ideas”, aunque si allí hubo alguna idea seguramente se la llevó esa tormenta. En cuanto al objetivo político de la cinta, los opositores han de estar echando chispas, entre decepcionados e indignados. Ese “documental” resulta tan inocuo que el canal 8 debería transmitirlo varias veces. El único riesgo es matar a la audiencia de un sincope de fastidio.
En medio del extravío opositor, algunos intentan compararlo con “La revolución no será transmitida”. Esa corcha de retazos informativos (no periódicos de ayer sino de hace dos años y pico) sólo podría compararse con el ya casi olvidado “Consenso país”. Y entre ambos, yo apuesto por el enigma en la sonrisa de Carmona el 11-A. Muchos todavía andan intrigados con aquel rictus inescrutable. Entre otros, los que hicieron el insólito “documental” de marras donde se cargan al mismo breve dictador que aplaudieron el 12-A en Miraflores. La posterior estampida es sólo un recuerdo que el “documental” ni documenta ni recuerda. Qué de cosas.
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