Manuela la mujer (VII)

Pero los tiempos y la libertad de la patria exigían toda la voluntad del libertador, imperiosas necesidades políticas le obligaron a ausentarse de su amada, para marchar a Guayaquil, centro de coalición de las dos grandes fuerzas revolucionarias de la América Hispana: la que había triunfado en Boyacá y Carabobo y la que, se alejaba de las provincias de Río de la Plata, marchaba con el apoyo de los ejércitos Chilenos, a buscar una fórmula política para la anarquía social en que se debatía el llamado Nuevo Mundo y que no era otro, que el poderoso ordenamiento clasista y aristocrático que mantenía la sociedad Peruana.

Sin embargo, si bien es cierto, porque así lo demuestra la historia, a partir de ese momento los dos estarán unidos no solo por la mutua felicidad que les da el amor, no, sino también por el grande interés de esta mujer en la obra de Bolívar; en cuyo proceso descubrimos el amor y la devoción, la dignidad y la lealtad de ella por la causa.

Como podemos advertir, se impuso a todo y a todos, fue la compañera digna, una compañera de felicidades y también de hondísimas tristezas, una leal combatiente, en los intentos autoritarios y en los renunciamientos, a través de las horas solemnes en que su amante es el hombre más poderoso y dentro de las horas sombrías en que la traición o la enfermedad tratan de llevarse al genio a la tumba, ella está firme y de pie.

La presencia de un marido que sólo le ha proporcionado decepciones, frigidez, desengaño profundo respecto a la vida hogareña, no la preocupa. Para constancia, encontramos esta carta, de la cual cito un párrafo muy importante: “Yo sé muy bien que nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios que usted llama honor. ¿Me cree usted menos o más honrada por ser él mi amante y no mi esposo? Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”

Nada la intimida, ni la asusta y menos los chismes que recorrían los salones Quiteños. Ella los conoce en su origen y en sus largos alcances, los ha vivido en plenitud, sabe sus intenciones, el daño que ocasiona porque son dosis de veneno despreciativo que mata las carcomas en un tiempo muy reducido y la sociedad lo utiliza como arma destructora contra quien se salga de su falsa apariencia, esa apariencia puritana, dogmática, ridícula y sobre cultural.

Por todo está decidida a mantenerse unida con el hombre que ha elegido su corazón y así lo hizo. Nunca hubo razón más poderosa ni firmeza más inconmovible que una determinación en el alma femenina. Ni nunca ha existido fuerza mayor que una mujer convencida de que ama y que es correspondida, hasta la muerte las respeta.

A pesar de que Bolívar se encontraba muy preocupado por la situación de Guayaquil que aún no había decidido ni por Colombia, ni por el Perú. Manuela se encontraba fija en su mente, más profunda en su corazón, y más aferrada a sus entrañas.

(Continuará…)

vrodriguez297@hotmail.com


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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