La división política es la muerte

Cada día llegan noticias que interesan sobremanera a los latinoamericanos y a otros pueblos del mundo. La realidad actual evidencia la puja entre las fuerzas retrógradas que han esquilmado a los pueblos y las fuerzas nuevas que impulsan los cambios para que en los países de Suramérica, Centroamérica y el Caribe prevalezcan los procesos de liberación y se instaure una época perdurable de transformaciones sociales.

De los revolucionarios de avanzada y de los pueblos que representan, se espera y confía en que sepan aplicar las estrategias oportunas que permitan sortear todos los escollos y acechanzas que pondrán a su paso el imperio y sus aliados nacionales, que perciben actualmente que se desmorona bajo sus pies el entramado de explotación que construyeron durante siglos con los instrumentos del engaño, el fraude, la mentira, la coacción, el atropello y la muerte.

Lo anterior se requiere para conquistar el poder, para mantenerlo y afianzarlo en forma irreversible.

En esta nueva etapa histórica en que se vislumbra la materialización continental de la segunda independencia de nuestros pueblos y la construcción del socialismo del siglo XXI, debe beberse del manantial inagotable de ideas que nos han legado nuestros libertadores del pasado, los pensadores revolucionarios de todas las épocas de la humanidad y de los líderes auténticos del presente.

Urge que las fuerzas políticas más avanzadas que hoy militan en las agrupaciones de decenas y cientos de colores y ropajes, procuren conseguir la unidad que les permitirá alcanzar, unidas, el triunfo mediante el voto y los demás instrumentos del acceso al poder político.

Los verdaderos revolucionarios en cualquier época son los unitarios capaces de sumar e integrar a las masas, al pueblo todo, en una fuerza con la vista puesta en el propósito común de liberación, que implica libertad, justicia, igualdad y felicidad.

Todavía pululan en todas partes revolucionarios buenos, pero lamentablemente sectarios. Son los partidarios contumaces de los “ismos” y fanáticos de éste o aquel pensador clásico, y que disfrutan en proclamarlo, como si con ello contribuyeran realmente a desarrollar un espíritu de simpatía unitaria, y como si ello no tuviera, por el contrario, el negativo efecto de estimular los “ismos”, y provocar a los seguidores a ultranza de tal o cual otro profeta del correspondiente “ismo”. En fin, estimulan, conscientes o no, a que las tendencias opuestas entre sí se mantengan, contendiendo por una supremacía que jamás alcanzarán por el hecho de ser precisamente fanáticos y sectarios.

Pienso que el revolucionario debe concebirse, y más en nuestra época, como un elemento integral e integrador, nutrido en lo político e ideológico de todo el acerbo revolucionario aportado por la humanidad. Unir esas ideas de avanzada en una síntesis creadora y proyectarlas hacia la conciencia de los pueblos, es su principal deber y misión. La estrategia tiene que conllevar a superar los factores de dispersión, de desunión, de división, de parcelación, de sectarismo en el seno del pueblo y de sus fuerzas dirigentes. Para ello se impone alteza de miras, desinterés y luz larga.

Por lo tanto, la llamada izquierda debe convertirse en una única y verdadera izquierda desde el punto de vista de su organización. Los socialistas y todas las fuerzas progresistas, deben unirse y estrecharse en la corriente revolucionaria principal que tomen los pueblos como bandera. La evolución de los acontecimientos, presididos por un sentimiento de necesidad de unión fraterna, irá construyendo el movimiento político que devendrá verdadera Revolución cuando las grandes mayorías sean sus seguidoras y estén dispuestas a todos los sacrificios por defender las obras y proyectos que sean posibles alcanzar a corto y largo plazo. Es la hora de convertir en realidad los sueños, y éstos sólo son alcanzables cuando la mayoría del pueblo se identifica con un líder, un movimiento o partido que sean capaces en convertirla en un manojo o haz resistente y triunfante.

Con palabras de un grande de América, el dominicano-cubano Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, deseo recalcar ideas políticas esenciales relacionadas con este tema de la unión, hoy que cobra vital importancia en todos los países y, en especial, en aquellos que se aproximan a consultas electorales como son la de Bolivia con motivo del referendo de revocación de autoridades, los futuros procesos de aprobación de los proyectos de constituciones en Ecuador y Bolivia, y las elecciones en Venezuela. Aunque las referidas ideas de Gómez fueron vertidas para un contexto coyuntural cubano de su época, su carácter general les confiere plena vigencia para cualquier otro contexto nacional de estos tiempos.

No puede caber duda alguna en que “cuando a un Pueblo se le defiende sus derechos, él mismo se deja venir (conducir) por la necesidad de justicia que siente, y eso solo es ya triunfo.”

“La obra de la Revolución debe ser eterna, y sólo puede serlo aquello que tiene como base la justicia, por lo que yo deduzco que la mayor habilidad política consiste en inducir que las mayorías caigan del lado en que están representadas las ideas que armó el brazo del hijo de esta tierra para hacerlo libre.”

“En el Pueblo está la razón de nuestra existencia, y con el Pueblo y por el Pueblo estaremos, aún cuando agotemos toda la amargura del cáliz”.

“Es necesario creer que ha llegado la hora de no engañar más a los pueblos. Ellos han aprendido a fuerza de dolores que la manera de no ver a los hombres más grandes de lo que realmente son, consiste en mirarlos siempre de pie y no de rodillas y que los hombres deben amarse, no por su saber y talentos, sino por sus virtudes.”

“Es de celebrarse que todos se sumen y agrupen para construir la agrupación, única, de todos los elementos sumados, sin exclusiones de ninguna especie, que ha de dar forma política respetable a la suprema aspiración nacional de República. Formar grupo es dividir y dividir en política es la muerte y el agotamiento inútil.”

“La primera política debe ser la unión (…) y esa fortaleza descansará en nuestra perfecta unión.”

“La República es lo primero, lo esencial, el punto hacia el cual hay necesidad de aglomerar, sumando sinceramente todas las energías honradas y todas las fuerzas (…). Este es el camino para la realización del gran ideal. Quien contrariamente piense es enemigo de la república.”

“Agrupémonos todos alrededor de la patria.”

“Mucho cuidado deben tener, pues el enemigo no está muy lejos de las puertas (…) y puede tener en el interior aliados (…)”

Y no puede ser de otro modo. “La unión de todos los revolucionarios en una organización, a menos que el pueblo, fascinado por retóricas de relumbrón, abdique los derechos sacrosantísimos que ha conquistado con tantas lágrimas, con tanta sangre, olvidando desde luego su gran historia.”

“¿Debe abandonarse la suerte de la revolución a sus enemigos?”

“La lealtad es la primera virtud del alma humana, y el mayor pasaporte con que podemos viajar los hombres honrados.”

“Debemos sumar. Este es un pleito que es necesario ganar, pero con maña.”

En la vida no se ha de “rendir homenaje más que a la augusta majestad de la verdad, y nunca a la mentira, aunque ésta venga erizada de cañones.”

Hasta aquí creo suficiente este análisis en torno a la unidad indispensable de las fuerzas revolucionarias en este hoy latinoamericano y mundial.

Ya se ha recorrido un gran trecho del camino. Las victorias populares en Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, junto con la victoria cincuentenaria de Cuba, son expresión del sentido de unidad de nuestros pueblos, de las miradas puestas en nuevos horizontes o sueños, de conciencias ganadas por las nuevas ideas de los cambios revolucionarios en nuestra América. Sin embargo, aún se requiere de una unidad más firme y consecuente, dentro y entre los pueblos, para que todos los cambios sean posibles e irreversibles.

wilkie@sierra.scu.sld.cu




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Wilkie Delgado Correa


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