La experiencia y la política

Se dice que nada enseña tanto como la experiencia. Es conocer nuestras vivencias, corporales o espirituales, por medio de los sentidos, sufrir en carne viva lo que nos ocurre en el transcurso de la existencia. Además, deja huella como para no olvidarla, lo que no sucede con lo que aprendemos por medio de la observación, la lectura o la meditación. La experiencia es tiempo vivido con el entendimiento alerta, por lo que no puede existir mejor fuente de aprendizaje. Sin embargo, el hombre desde que existe la vida es de una tendencia eterna hacia la destrucción, de una búsqueda permanente al sufrimiento provocado. La experiencia no atenúa nuestro espíritu destructivo por mas dolor que cause. Si abrimos una página de la historia al azar, en cualquiera de sus años, encontraremos en ellas acontecimientos parecidos: masacres, exterminios, destrucción, hambre, guerras, promovidos por causas que no difieren, sino de las circunstancias del momento: ideológicas, religiosas, de orden económico, saqueos y lo que pueda justificar una confrontación.

Las grandes civilizaciones han servido para demostrar el genio humano en el campo del arte y de la ciencia, pero no en el de la paz y la justicia, valores mas cerca de la redención cristiana, por lo que deberían ser los primeros ideales del hombre. Por el contrario, las mortandades, los conflictos militares, el dominio, por razones principalmente económicas, son los que ofrecen los países de mayor poderío bélico, es decir, los más avanzados, cuya dirigencia política siempre ha estado desprovista de cualquier sensibilidad que conmueva el espíritu.

Hoy, en la escena internacional los enfrentamientos se acrecientan. La convicción de que el mundo pueda ser dominado por un solo poder, para servirse de aquel como un esclavista de sus siervos o de que puede satisfacer su fantasía o locura religiosa de ser el escogido por las divinidades para someter y expoliar el resto de la humanidad, ha exacerbado la crisis: en el Oriente Próximo la lucha se ha convertido en una bestialidad, en masacres diarias, donde en un gabinete de un Gobierno, de los llamados civilizados, se discute y se aprueba asesinar a un político enemigo, como se puede decidir matar a una bestia. El comunismo, prácticamente extinguido como imposición doctrinaria, se utiliza cuando se tiene que agredir a un gobierno sin motivo alguno; la lucha contra el terrorismo se combate con otro terrorismo sofisticado, indiscriminado y diabólico; la guerra de Irak es una guerra confabulada, que no ha podido justificarse, excepto por la expulsión de un tirano, pero que se extiende también al exterminio de las propias víctimas tiranizadas, que se resisten a ser masacradas y ofrecen una resistencia que no permite vislumbrar su fin. Esta guerra ha roto, por voluntad imperial, con el orden internacional y sus instituciones creadas para preservar la paz y la justicia.

Uno de los confabulados en su afán de servilismo desmedido ha llegado hasta el colmo de inducir a países paupérrimos, con gobiernos despreciables, a participar en esa guerra aportando nacionales para un sacrificio sin provecho propio, cuando su problema es el hambre, las enfermedades y la indigencia. Esta acción puede inserirse como entre las más destacadas de la infamia humana.

La doctrina de la globalización es la última creación para exprimir hasta el bagazo la riqueza de los pueblos inermes.

La política es una conducta o una actividad con la que se participa en la vida pública para lograr la convivencia humana, la paz y el bienestar de los pueblos. El desprendimiento, el amor, el afecto, deberían ser las virtudes que nutren el espíritu de quien ejerce la política. Pero, al contrario, la avaricia, el egoísmo, la perversidad, son sus principales ingredientes en la mayoría de quienes la practican. No tenemos mas que ver diariamente en la prensa sus rostros, rígidos, adustos, desprovistos de cualquier sentimiento humano. Tanto los nacionales venezolanos como los internacionales. El interés por el poder, por el dinero, se reflejan en sus rasgos faciales. ¿ Se puede creer que en estos seres implacables se anide algún sentimiento de amor por el humilde, por el desvalido, por el sufrido, por el abandonado?.

Aunque parezca ridículo decirlo, la política debe estar más cerca de la poesía, de la ternura, de la lucha por el bienestar de la humanidad. Pero el hombre y sus proyecciones, su vida y la historia son otra cosa, que nada tiene que ver con los valores del espíritu. Pero los pueblos sufridos se cansan y un atisbo de reacción asoma en nuestros tiempos: la unidad de naciones con el fin de afianzar poderes ante la amenaza de hegemonías; y el despertar de pueblos miserables, algunos hasta indígenas, creadores de grandes civilizaciones que comienzan a sacudirse la tierra con que fueron sepultadas. Una cosa si parece cierta. La voluntad del hombre agredido hasta la desesperación no es fácil doblegarla. Tanques y cañones, por más sofisticados, siniestros y letales que sean, no son suficientes, se estrellan contra el amor a la vida, las creencias religiosas por absurdas que estas sean, y contra la armonía y la preservación de la familia.



Lisboa, Noviembre de 2003


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Manuel Quijada


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