La solidaridad de los pobres; la misericordia de los ricos

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Entre las muchas pendejadas que ha puesto a rodar la clase media, grupo social devenido cantera de racistas y neonazis que se creen demócratas, está aquella según la cual Chávez inventó el odio entre las clases. Que Chávez dividió a los venezolanos. Como “demostración” echan mano de una peculiar visión retrospectiva: antes los pobres nos dejábamos explotar tranquilamente y ahora formamos peo. Antes considerábamos sacrosanta, sagrada e intocable la pulcra majestad de los periodistas y señorones de la televisión, y ahora de pronto los vemos en la calle, rebajados a su magra condición de seres humanos, y los interpelamos, les faltamos el respeto, les agarramos el culo. “Tú a mí no me jodes”, les repetimos.

La convención mediática consideraba a Jaime Lusinchi el mejor presidente de la Historia de Venezuela, hasta que el tipo carajeó a un periodista y entonces “se descubrió” que el tipo era borracho, ladrón y sometido por su amante arribista. El pueblo era considerado por los ricos y los sifrinos, al menos de la boca para afuera, un ser sabio, dueño de su soberanía y sujeto de la democracia. Bastó que se desatara a apoyar a Chávez y que descubriera que los periodistas de academia no sólo se equivocan, sino que son más brutos, sifrinos, racistas y malintencionados que la mierda, para que las cosas cambiaran: el pueblo ahora es una masa ignorante que “cuando recupere la cordura” (así lo han dicho) dejará de votar por el negro ese y su destino pasará a manos otra vez de los grupos dominantes.

¡Qué lindo era aquel país en el cual el pobre se arrodillaba, besaba el anillo de los ricos, tenía prohibido acercarse a menos de 300 metros del Caracas Hilton y consideraba sus representantes a los señores diputados y senadores! ¡Qué nostalgia, coño, aquel tiempo maravilloso en que los malvestidos se apartaban y callaban respetuosamente cuando aparecía el doctor empaltosao! ¡Qué paz, nojoda, se respiraba en el puto país cuando las manifestaciones eran reprimidas a fogonazo y peinilla, y los canales de televisión, los diarios y la radio llamaban hampones a los manifestantes y no a los cuerpos represivos!

Eso es lo que llaman paz: la tranquilidad para los ricos y el patadón por las nalgas al pobre que protesta.

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Dio la clase media con una interesante fórmula: no reconocerle al pueblo chavista su condición de pueblo. A los Círculos Bolivarianos les otorgaron categoría de cuerpo parapolicial, e igual así a los muchos grupos organizados en nuestros barrios. A ellos les aterra entrar a las comunidades pobres, de modo que sólo intentaban hacerlo a través de las pantallas de televisión. Adolorido y desesperado, Fausto Masó se lo restregó en la cara más de una vez: “Ustedes no están haciendo política, ustedes están haciendo televisión”, les decía. Así que se han decidido a caminar por algunos barrios pobres, a dejarse ver, a dejarse pegar unos salivazos (cosa que les viene muy bien porque cada vez que les ocurre dicen que ha sido una agresión del Gobierno), y he aquí que han conseguido crear un efecto o alucinación: uno los ve de lejos y parece que le interesaran los pobres. Que les duele la pobreza. ¿O será que quieren acabar con la pobreza porque creen que haciéndolo se acabará el hampa que los devasta?

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Hace unos pocos días sostuve una conversa con un joven compa, estimado y valioso camarada, que se veía interesado en el discurso de un Francisco Rivero, académico de ultraderecha y filósofo santurrón que quiere parecer cristiano a punta de nombrar a Cristo por todo y para todo. Al amigo le parecía “interesante” que este ejemplar, a medio camino entre un pastor evangélico y un falangista de mala muerte, le reconociera al chavismo la virtud de compactar discurso y acción en un sistema dirigido a ayudar a los pobres. Le alerté sobre el caramelo de cianuro que estaba a punto de comerse y le comenté un análisis que le escuché en Panamá a un compatriota que residía allá en ese momento.

El amigo tenía dos años viviendo en Panamá y ya el país le tenía los testículos largos, por varias razones. Me mencionó varias: el sifrinismo galopante, la falsa prosperidad embaucadora de bobos, el relax generalizado más cercano al agüevoneamiento colectivo que a la paz social (¿ustedes le han visto la cara al presidente Martín Torrijos? ¡Mierda! Eso lo explica todo o casi todo), y cierto asuntico que afectaba a su pequeño hijo de cinco años. Este chamín estudiaba allá en una escuela pública, y el proceso de adoctrinamiento al que era sometido iba paralelo con el del país en pleno. Dijo el compa: “Uno se entera por la prensa de que en Venezuela se quiere inculcar, como valor social predominante, la solidaridad. Bueno, marico, en la escuela les inculcan a los chamos como valor supremo la MI-SE-RI-COR-DIA, y en el parlamento hay una interesantísima discusión a ver si se decreta a septiembre como el MES DE LA BIBLIA”. Todo el mundo a leer la Biblia en septiembre. Esa es la discusión y el estado mental de un Estado presidido, el coñísimo de su madre, por un hijo del general Torrijos.

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Diego, hermano: la diferencia entre un rico o clase media y un pobre, es que los pobres somos solidarios por naturaleza. Los pobres nos ayudamos y queremos a nuestros iguales porque es nuestro mecanismo natural de supervivencia en una sociedad como esta. Forzándolo un poco: somos solidarios porque, enfrentados a la clase que nos expolia, no nos queda otra (o nos queda otra peor, que es matarnos). Un sifrino, en cambio, si tiene muy buenos sentimientos, a lo sumo que llegará es a tenernos misericordia. ¿Ya vamos entendiendo la diferencia entre gobernarnos y ser gobernados? ¿Ya sabemos por qué es mejor un pésimo gobernante revolucionario que un “excelente” gerente de clase media?

duquejroberto@yahoo.com

 



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José Roberto Duque - Misión Boves


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