El Testimonio del General Medina sobre el 18 de Octubre (V)

Considerado el mayor error histórico perpetrado contra una verdadera democracia, se consumó el golpe de Estado contra del gobierno venezolano presidido por el General Isaías Medina Angarita, en el cual intervinieron algunos ambiciosos dirigentes adecos y un insensato grupo de militares. Esta narración es otra parte de aquel infausto hecho, contado por el propio General Medina.

“Les informe de los pocos datos concretos que poseía y di instrucciones para iniciar las averiguaciones con los oficiales nombrados en el anónimo, manifestándoles, a quienes la iban a llevar a efecto, que lo hicieran en forma discreta y que debían efectuarse simultáneamente. Llegó mi consideración personal a tal extremo, que al oficial General a quien por sus propias funciones debía incumbir parte de esta investigaciones lo exoneré de ella en consideración a los nexos de sangre y afinidad muy estrecho que lo unían a dos de los oficiales a quienes se mencionaba como conspiradores y, para que viera que yo le conservaba la confianza que en él tenía depositada, lo encargué del Comando de la Guarnición de la plaza. Ese mismo Jefe, cuando lo impuse de las pocas noticias que me habían llegado, como ya otros lo habían hecho en distintas ocasiones, me contestó que esas eran invenciones para hacerme perder la confianza en el Ejército, puesto que uno de los oficiales que nombraba y que, por razones de familia estaba íntimamente unido a él, había estado la noche anterior en su casa haciendo los mayores elogios de la obra que yo realizaba en el gobierno. Impartidas estas instrucciones y mientras esperaba el resultado de ellas, me dediqué al despacho usual de los asuntos de la Presidencia.

Ya cerca del mediodía recibí los primeros resultados de la averiguación que confirmaban que algo se tramaba entre un grupo de oficiales, pero sin traer datos nuevos, ni nuevos nombres que permitieran ampliar la información buscada. La impresión dominante en los que la había iniciado era que se trataba tan solo de conversaciones y murmuraciones. A este respecto recuerdo que uno de los abogados que asesoró a algunos de los jefes militares en la investigación del caso vino a Palacio casi en el momento que yo me retiraba y me significó la buena impresión que le había hecho el oficial en cuya interrogación había estado presente, que a su parecer allí no había mayor cosa y que yo debía procurar salvar esos oficiales que estaban muy bien preparados, y contesté que, justamente, eso era lo que yo estaba procurando hacer por ellos: salvarlos. Estando en mi casa de habitación, entre una y media y dos de la tarde, el edecán de guardia me informó que un oficial del Ejército, en ese momento en comisión en el desempeño de un cargo civil, manifestaba por teléfono urgencia de hablar personalmente conmigo. Le contesté que podía ir inmediatamente y, al llegar, me informó que la Escuela Militar estaba en actitud de rebeldía, desde las diez y media de la mañana; que él había ido a cobrar su sueldo como profesor y se había impuesto de que tanto el director como el Subdirector estaban presos; que el Director de Guerra, a quien el Ministro había enviado para llevar al Ministerio a uno de los oficiales de planta para ser interrogado, había también sido hecho prisionero, y que a él mismo lo habían incorporado al movimiento; pero que, en el deseo de informarme lo que estaba pasando, había logrado convencer a los cabecillas de que él podría ser más útil en la ciudad y había podido salir del recinto de la Escuela.

Inmediatamente llamé por teléfono al Ministro de Guerra y le comuniqué las noticias que acababa de obtener, significándole que él acompañado por el General que ejercía el Comando de la guarnición y quien al parecer, estaba en las oficinas del Ministerio, se trasladara de inmediato al Palacio de Miraflores, adonde yo iría en seguida, como en efecto lo hice, acompañado por el oficial que me había llevado la noticia y por uno de los edecanes de guardia; pero al llegar al cuartel de Miraflores, encontré cerrada la puerta sin que se me quisiera abrir, lo que me hizo comprender que ya los oficiales de la traición se habían apoderado de él; y entonces me trasladé al cuartel de la Guardia Nacional, cuyos oficiales y tropas encontré en actitud de absoluta lealtad”

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José M. Ameliach N.


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