La hora del contraataque

Si es verdad, tal como lo viene diciendo el comandante Hugo Chávez, que el látigo de la contrarrevolución es importante para hacer avanzar la revolución, ha llegado el momento de hacerla avanzar en el sector de donde han venido los más recientes latigazos contrarrevolucionarios: la enseñanza universitaria.

A esta altura, ya debe de estar suficientemente claro para todos que las protestas que algunos sectores universitarios han estado realizando últimamente nada tienen de espontáneas, sino que, más bien, se trata de un plan meticulosamente elaborado en los principales laboratorios de la contrarrevolución internacional. Este plan, como ya es sabido, propone la sustitución de las caras viejas y desgastadas de la derecha ultra-reaccionaria tradicional por otras fresquitas y todavía desconocidas del público. Un producto nuevo, de buena apariencia, que con una acertada política de marketing prodría calar en el gusto de los consumidores. Entonces, ¿quién mejor para tal función que los jóvenes universitarios de las clases alta y media alta, que predominan de modo absoluto en las universidades privadas y ocupan la mayoría de los cupos de las universidades públicas elitizadas?

Pero, en poco tiempo, las caritas frescas de estos jóvenes de derecha han cedido espacio para que aflore el lado carcomido de sus personalidades. Parece que, apesar de la juventud, han asimilado al pie de la letra todo el comportamiento anquilosado de sus mentores. Así que resultó de lo más hilarante la forma como se comportaron en el episodio del debate en la Asamblea Nacional. Habían solicitado (más bien, exigido) el derecho a tener un debate (así lo escribieron en su petición) en aquel espacio y también que el mismo pudiera ser divulgado por todos los medios televisivos y radiales. Cuando la Asamblea Nacional les concede este privilegio, incluso con la transmisión del evento en cadena nacional de radio y televisión, nos dimos cuenta de que esos jóvenes no querían en realidad un debate. Al hacer uso de la palabra, el representante de la derecha estudiantil le lee a toda la nación un texto en el cual explica que ellos no están dispuestos a debatir en aquel recinto por considerarlo parcializado, pero no deja de añadir: “el debate lo haremos en las universidades, en las calles y en cualquier lugar en que se presente la oportunidad”. O sea, en cualquier sitio que se presente, a excepción de la Asamblea Nacional. Entonces, ¿para qué hicieron la petición para que tuvieran el derecho de debatir allí?

Después de haber huído del debate, pudimos oír de boca de la única muchacha de derecha que habían llevado al frustrado debate que “ellos no estaban de acuerdo con debatir en cadena nacional, obligando a toda la nación a verlos”. O sea, ellos querían que el debate fuera divulgado por todos los medios de comunicación, pero no querían que fuera visto por todos. Todo muy claro, ¿correcto? La verdad es que a ellos les gustaría haber podido tener un debate grabado por las televisoras privadas que pudiera ser posteriormente exhibido de forma editada, algo así como “los mejores momentos nuestros y los peores de ellos”. Ya con la cadena nacional tal cosa sería imposible y ellos estarían expuestos a la nación tal como en realidad son. Realmente, muchachos, fue una actitud cruel la de la dirigencia de la Asamblea Nacional.

Ahora bien, cabe al movimiento revolucionario lanzarse al contragolpe. Ya que el tema de las universidades está a la orden del día, hay que hacerlo avanzar. Es hora de que los sectores populares encabecen la lucha por la autonomia universitaria en las universidades privadas y en las públicas; para que todas las autoridades de las universidades privadas y públicas sean elegidas por profesores, trabajadores y estudiantes de modo igualitario (cada persona un voto); por la eliminación de las pruebas clasificatorias, que impiden el acceso del pueblo trabajador a las universidades públicas.

Este movimiento no debe restringirse tan solo a los estudiantes bolivarianos, la cuestión universitaria tiene que ver con todo el pueblo. A todo el pueblo le interesa tener una universidad volcada a la resolución de sus problemas, que les posibilite a sus hijos frecuentarla y formarse para servir a la nación como un todo y no tan solo a las elites socioeconómicas. Después de todo, hay que tener en cuenta que es el pueblo quien, con su trabajo, sostiene a las universidades públicas. Las universidades públicas no pueden seguir funcionando como la antigua PDVSA de la meritocracia. Es hora de devolverlas a sus legítimos dueños: el pueblo venezolano. Para alcanzar estos objetivos, habría que realizar manifestaciones públicas, exigir que los medios de comunicación (públicos y privados) abrieran espacio para que esta cuestión pudiera ser debatida abierta y ampliamente. Este es el momento y hay que aprovecharlo.


jairdesouza@uol.com.br


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Jair de Souza


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