¿Lo que hacía con la cabeza, lo deshacía con la misma o, los suyos, con los pies? Mirando desde la concha

"Lo que hace con la cabeza, lo destruye con los pies". Esto solíamos decir en nuestro lenguaje coloquial, ese que aprendí tempranamente en mi barrio, aquel donde cohabitamos. Un espacio donde faltaba de todo, menos la comida, porque el mar nos la brindaba en abundancia; sacaba sus manos del fondo, de no muy lejos de la orilla, aunque a veces en esta misma, y con ellas, de aquella nos traía, hasta desde lo más lejos, en unas hermosas manos, montadas estas sobre el lomo de las olas, platos inmensos, llenos de exquisiteces, para que nos alimentáramos.

Se aplica aquella frase a quien suele actuar de modo incoherente, tanto que hasta se contradice; lo que crea, hasta hermoso, de alguna manera, de repente lo destruye, como desdiciéndose. Como esos personajes que, en un momento de furia o reacción infantil, tiran contra el suelo, paredes, lo que hallen a mano y lo destruyen; este gesto por irracional, se suele lamentar después, recobrado el equilibrio. Pero este lamento poco vale, si en la primera oportunidad se vuelve a repetir.

De arrepentidos, por momentos, que no hacen las debidas correcciones, ha estado el mundo lleno. Pero pudiera ser que lo que hagas o mejor planifiques con la cabeza y hasta con "el corazón", para decirlo al viejo estilo romántico, pero los dominantes o lo dominante de verdad, que incluye la cultura, ayudado o ayudados por quienes forman la intimidad de tu círculo, te obliguen y hasta te ayuden, gozosos a romperlo con los pies. Y hasta se inducen te hagas el loco, digas una cosa hoy, para crear ilusiones y hagas una distinta mañana y con eso empatarías la partida. Unos se sentirán satisfechos y atendidos y otros mantendrían viva la ilusión.

Ese lenguaje coloquial, el que usa la gente común, lleno de poesía, pero por mucho tiempo desdeñado por los poetas, impregnados del que hablaba la gente delicada, fina y hasta hermosa, es usado por los narradores de ahora; ellos lo incorporaron a su trabajo; tal que a los campesinos y hasta los practicantes de la prostitución, que los y las hay, lo son en distintos modales y estilo, en la novelística de ahora, se les pone a hablar exactamente como les corresponde, sin remilgo alguno. Pues sería demasiado cursi, poner a hablar a un malandro genuino, no uno de las clases altas, que los hay bastantes, a hablar de manera refinada y cuidadosa; tanto como poner en su boca hasta palabras exquisitas. Porque, según se cree, en ese lenguaje, nada rebuscado, muy espontáneo, pero no ajeno a la simulación, no hay nada creativo, no hay poesía, sólo puras vulgares imitaciones y falta de audacia. Aunque, Vargas Llosa, a quien nombro por su reciente muerte, pese haber formado parte de ese estallido que se llamó "el boom latinoamericano" de la narrativa, en obras como "Pantaleón y las visitadoras" y "Los cuadernos de Don Rigoberto", a sus putas, les hace hablar comedidamente y no mucho, más habla por ellas. Sobre todo, en la primera, donde sus putas son de esas sacadas de los suburbios. Rosa Cabarcas, la dueña de burdel y alcahueta que le busca sus putas, al personaje nonagenario de "Historia de mis putas tristes", de García Márquez, habla en correspondencia a su mundo. Pero muy discreta, con frases cortas y muy convencional. Más siendo su único contertulio, un escritor, personaje culto y exigente.

Mi personaje, no uno que invento ahora o antes, sino que tuvo una existencia real, tanto que por instantes me emocionaba y hasta contribuía a que mis ideales sueños, al oírle a él, se me volviesen reales y alcanzables, no sé si lo que "hacia con la cabeza lo rompía con los pies", sino que lo planificado en su cabeza y me lo decía en voz tan alta que todo el mundo lo escuchaba, con la cabeza misma; de manera medida, les ordenaba a los pies que lo rompiese, si no de inmediato, si 24 horas después. Pues pasadas estas horas, me enteraba que había roto con lo que dijo. Quizás hasta eso planificaba, dejarme soñar por horas, para que me embriagase, hiciese de aquel sueño una verdad como de piedra o mármol, de modo que, roto afuera el hechizo, en mí, todo quedase intacto y siguiese imaginando mi sueño hecho realidad. Y como muchos ahora hacen, culpe de todo a otros.

Yo me formé entre soñadores; unos alimentados de unas lecturas de segundas manos, donde se contaba que llegar al cielo, era fácil. Pues sólo bastaba alimentar la voluntad de hacerlo. Esas lecturas, atribuidas a una fuente, con las cuales en verdad nunca tuvieron ni tienen nada que ver, hablaban de unos caminos, unos planos y planes, diseñados en un sitio, hasta lejano, para llegar a la misma meta, sin importar donde uno se hallase, tampoco las coordenadas geográficas, menos el tiempo y eso que suelen llaman como pétreamente, las condiciones objetivas; unos planos con tantas copias que, cualquiera que quisiese, a ellos accedía y las llevaba de aquí para allá entre el sobaco; y todo aquello lo prestaba o mejor regalaba, porque le sobraban copias, con excesiva generosidad y poca exigencia, a quien se los pidiese; más cuando él mismo buscaba con afán a quien dárselos para que les sacasen copias y las distribuyesen.

Por eso mismo, pese a mi edad, ya rebasada o bastante avanzada la madurez, pero demasiado tierno a causa de esas lecturas de segunda mano y planos que habían hecho en mi todo, cuerpo y alma, piso, paredes y, lo que, es más, hasta techo, demasiado sólidos e inflexibles. Es decir, fueron como una hierbas que, con ellas, hecha una poción que consumimos con exceso, nos detuvieron en el tiempo y el mismo espacio.

Cuando mi personaje me comenzó a hablar de lo mismo que yo había buscado, hallándome sólo, porque comencé a romper aquella coraza, me atrajo, aunque confieso que no en un primer momento, pues todavía era por demás confuso y hasta infantil. Mis "instintos", que comenzaron a dejar la salvajada y romper el efecto de la poción, alimentados de nuevas lecturas y reflexiones dentro de la concha de caracol en la que siempre he estado, empezaron a acercarme a su discurso. Hablaba y hasta ofrecía lo mismo; la meta deseada por él, las profecías de mis viejos y fracasados profetas, sólo que mostraba un plano diferente y unas normas procedimentales también distintas; un tanto diferente a los planos, planes y normas viejos, hasta por demás borrosos y enredados, para llegar de inmediato a donde habíamos soñado; y más que esto, llegaríamos vivos y hasta con fuerza y claridad mental para aquello disfrutar. Yo, lo confieso, hasta cierto momento, fui su cómplice, no sólo en lo de la inmediatez del proyecto, sino en su estilo poético, brusco, inamistoso y radiante, hermoso, enemistado y hermanado al mismo tiempo. Cada quien que lo escuchase, lo juzgaba de una manera u otra. Yo le juzgué a mi manera.

Pero a medida que le escuchaba, yo seguía meditando y jorungando en las fuentes pertinentes y en la vida, aquella poción de la cual antes hable, seguí consumiendo. Él, por sus nuevos vínculos, fue siendo atrapado paulatinamente, de un lado y otro, lo que le puso como a quien atrapan entre primera y segunda. Y, en ese tanto prestarle atención, por mis sueños y la influencia que en mí estaba teniendo, comencé a darme cuenta de su persistente y extraña conducta de contradecirse, decir hoy una cosa y justo, 24 horas después, casi siempre, podía ser mayor el tiempo, hacer lo contrario de lo que antes dijo, ofreció y justificó con largos discursos y hasta citas de autores. Lo vi entonces desorientado, dando vueltas y marchas bruscas, en el discurso puro y retrocesos en lo real. Trataba de complacer a quienes estaban en ambos lados. Sólo que a unos con discursos y a otros con hechos. Yo estaba en el lote primero.

Por esa costumbre mía de vivir enconchado en ese caracol, del cual tengo uno en los estantes de mi biblioteca, comencé a percibir esa extraña conducta; pues desde allí, quizás por ser como un escudo, uno se cuida de la contaminación, una ayuda a la poción o un aumento de la densidad de esta; al mismo tiempo que iba entendiendo que, el mundo, la realidad no se mueven como uno desea o les sueña, por muy bellos que sueños y deseos sean. Hay normas, fuerzas reales, concretas que determinan y orientan el movimiento y las que uno debe atender y accionar en función de ellas, buscando los puntos de inflexión, las grietas, los espacios y momentos, para uno estirarse y hacer su acomodo y el de la gente toda.

Comencé entonces a percibir la diferencia entre el decir, el discurso y el hacer, el ser y el decir. Y en buena medida, pese hay una parte del todo diferente, había habido un cambio de estilo, de procederes, en cuanto a la manera de agitar las manos o la batuta, pero los demás seguía intacto, como el rol de los dioses y querubines. La gente toda no importaba, seguía siendo vista como una multitud, un objeto inanimado, destinado a esperar que los dioses dispusiesen, después de consultar sus mapas y repasar sus ensalmos, ordenasen a los querubines a mover a aquella cosa amorfa y hasta inerte.

Pues el discurso, en el fondo, seguía con la misma oferta, para el mismo día que era casi de inmediato, al día siguiente y con la misma gente. La formalidad del discurso generaba confusiones, tanto que hacía creer a algunos que no entraban en él, no estaban invitados, cuando el hacer posterior fuese lo contrario. En el mapa o dibujo del discurso, no aparecían quienes si estarían ;pero en el hacer, en el momento de la fiesta, no se les excluía, pues había de sobra espacio donde colocarlos, hasta cómodamente sentados; y, lo que, es más, se les necesitaba, tenían mucho que aportar. Pero parecía necesario hacer creer otra cosa. Y hasta los de verdad favorecidos, como los no, terminaron creyendo, letra a letra en el discurso.

Es decir, el discurso, el mapa con sus rutas, este de ahora, del tiempo sobre el cual medito, el de mi personaje, seguía siendo el mismo del de aquellos del cual me desencanté, porque por lo puro formal, procederes, descubrí su improcedencia. Pero el hacer era otro.

Por eso mismo, no hallaba cómo avanzar, apenas daba un paso, en su mismo entorno, le montaban una traba y hasta comenzaron a encerrarlo entre paredes, se generaba enemigos del discurso. Le vi como aquellos combatientes a garrote del cuadro de Goya. Y por ese encerramiento, caminar a un lado u otro, que es estar atrapado en el pantano, no hallar escape, pese se creía libre, optaba por decir una cosa y al poco tiempo contradecirse. Una, la mejor, dejar encendida la fe, la esperanza y calmar los posibles descontentos. Lo digo así, de la mejor buena fe, pues estoy convencido que, todos aquellos planos, rutas trazadas, ritmo y orden, fundamentados supuestamente en unas lecturas mal hechas, hasta desfasadas en el tiempo y, olvidadas, que este espacio tampoco es exactamente igual aquel que sirvieron de modelo a los originales. Y que el mundo no se mueve en la dirección y ritmo que un individuo o grupo le imponga, sino hay unas fuerzas mayores que hay que saber manejar. No es suficiente tener ciertas fuerzas y grandes recursos, menos pronunciar discursos ampulosos que, quizás por serlo en exceso, chocan con lo real. Y, si es malo estar confundido, la cosa se empeora, al buscar refugio o consejo, en alguien que vivió confundido y pese se haya percatado, se niega a reconocerlo ante nadie.

La buena fe, generosidad, los discursos llenos de idealismo, no son suficientes; no hay manera de, actuando como aquel mesías, hacer comer a una multitud con un pan o "multiplicar los panes"; la igualdad", no se logra sólo, usando como recursos, la mejor buena fe y la bondad; pues, parodiando a Alí Primera, "hacen falta muchas cosas más". Siempre le he dado un gran valor a aquello de Confucio, "no le des un pez, enséñale a pescar"; allí ha estado y está el mar, con abundantes recursos de verdad y, la vida es como es, todos los océanos unidos. En el reparto, el dar, donde debo esperar que me llegue lo mío, sin saber cómo, de dónde y cuándo, aunque se multipliquen los panes, en el camino por donde estos transitan, merodean los asaltantes, quienes terminan cogiéndose todo lo que pueden y hasta más.

Menos mal que yo soy un caracol y como tal, encerrado en una concha.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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