Luego del carácter inhumano y perverso atribuido a los palestinos en su lucha de resistencia en contra del genocidio del que es víctima a manos del Estado sionista de Israel, el gobierno de Venezuela se ha convertido en blanco de la satanización o demonización llevada a cabo cotidianamente por las grandes corporaciones de la información internacionales y las redes sociales de internet, asociadas todas ellas a una diversidad de factores de extrema derecha que se hacen eco de las ambiciones antidemocráticas y antipopulares del antichavismo, en una estrategia combinada (fallida) por desalojar del poder a Nicolás Maduro. La infamia neofascista tiene, así, como objetivos fijos provocar terror entre los sectores populares y, eventualmente, un enfrentamiento colectivo que prefigure el estallido de una guerra civil, siendo la excusa anhelada para una intervención militar encabezada por tropas de Estados Unidos. Sobre este tema, en su artículo «La encrucijada venezolana», Guillermo Cieza refiere: «Si hay un lugar en el planeta donde coinciden las opiniones de los nazis, la derecha moderna, los neoliberales globalistas, los socialdemocratas europeos y criollos, los nacionales y populares descoloridos y los izquierdistas otanizados, ese lugar es, sin duda, Venezuela. Están juntos para apoyar la peor versión de la derecha venezolana, la derecha pirómama y terrorista representada por María Corina Machado y Edmundo González». Y no exagera. Para cerciorarse de ello, están los hechos registrados por la historia reciente y sus propios testimonios en que revelan una conducta racista y psicópata.
Pero todo esto no es nada nuevo. Es una gramática del odio y de la crueldad, desatada sin ambages desde el momento mismo que Hugo Chávez Frías asumiera la presidencia y luego decretara la convocatoria a una Asamblea Constituyente, teniendo su punto álgido el 11 de abril de 2002 cuando el Alto Mando Militar, en connivencia con sectores opositores, da el golpe de Estado en su contra. Ya en este tiempo quedó demostrada la eficacia de una campaña desinformativa transmitida de manera reiterativa por las empresas televisivas, radiodifusoras y de prensa escrita, amparadas en el derecho a la libertad de expresión, enfocada en hacerle creer a la gente que Venezuela se convertiría en una nueva Cuba bajo la tutela de Fidel Castro, recurriendo a la propaganda divulgada desde Estados Unidos durante la llamada Guerra Fría contra la Unión Soviética, entonces símbolo del comunismo mundial. A tal grado, que se propagó el bulo que los bombillos distribuidos gratuitamente por el gobierno nacional servirían para espiar cada hogar venezolano desde La Habana. Otro tanto se haría con la educación bolivariana, tildándola de adoctrinamiento comunista.
No contenta con estos hechos, la dirigencia ultrareaccionaria se encargó de incitar el asesinato de personas que, por su simple aspecto, pudieran ser militantes chavistas, sin importar el método utilizado para ejecutarlo; llegando al colmo de destruir edificaciones dedicadas al beneficio comunitario y sin mostrar ningún ápice de remordimiento, exigiéndole a las autoridades la excarcelación de los responsables de tales delitos, presentándolos como presos políticos arbitrariamente detenidos por el «régimen». A pesar de esta demostración palpable de odio y violencia, los sectores derechistas del extranjero difunden todo lo contrario, logrando que, en muchos casos, la opinión pública de sus países dude de la veracidad de la información suministrada por el gobierno de Maduro y de quienes lo respaldan, lo que, replicado por los medios informativos locales, trata de hacer mella en el ánimo de la población venezolana, la cual, de este modo, terminaría por acusar al presidente de todos los males sufridos, a pesar de que éstos son causados, precisamente, por los mismos sectores derechistas.
Así, llegamos al 10 de enero de 2025 con la amenaza de la dupla Machado-González de tomar el poder con el respaldo nada casual de un conjunto de ex presidentes (execrados en sus respectivas naciones por diversos motivos) y de gobiernos afines, como el clímax del desconocimiento de los resultados electorales del 28 de julio del año pasado y de la legitimidad de Nicolás Maduro para responsabilizarse de la presidencia por el período 2025-2031. Para esta fecha, los mensajes de Machado y su marioneta González Urrutia le hicieron imaginar a sus ingenuos seguidores que la caída de Maduro era una cuestión inminente y que se contaba, incluso, con el alzamiento de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana; algo que no ocurrió, pero que no desanimó a sus partidarios del exterior, como los ex narcopresidentes colombianos Álvaro Uribe Vélez e Iván Duque Márquez, para proponer públicamente la invasión a Venezuela de una fuerza militar multinacional. Con todos esos elementos en cuenta, los sectores populares organizados y el gobierno de Nicolás Maduro tendrán que poner en marcha una estrategia que pueda modificar por completo la correlación de fuerzas a su favor, comenzando por asegurar el incremento y la estabilidad de la economía, así como emprender y fortalecer una contracampaña informativa, acompañada de otra en el plano formativo, que dé al traste con los efectos negativos de la narrativa diaria del terrorismo digital de los grupos ultrareaccionarios, tanto dentro como fuera de Venezuela.