Contra la historia mágica

"Una historia cuyo erróneo cultivo llevase a ahogar el ímpetu nuevo de los pueblos, sería historia falsamente colocada en el orden de los valores populares"

Mario Briceño-Iragorry

Mario Briceño-Iragorry advertía hace más de 80 años el carácter de extrañamiento y alienación que nuestra historia política nacional parece tener con nosotros; a decir de Briceño-Iragorry:

A nuestro pueblo se le ha explicado su misma existencia republicana como si se tratara de revelar un proceso de brujería. Porque no otra cosa que brujos serían los hombres que de la noche a la mañana lograron hacer un pueblo sobre una masa de esclavos, y los otros que, a su debido turno, han "salvado" de sus continuas caídas al país, víctimas del "brujo" anterior.

Para el trujillano, la afición por esta historia mágica habría servido para levantar en pedestales a "hombres y mujeres providenciales" que debían por designio casi divino regir la república y al mismo tiempo para encubrir el profundo abismo que existió entre "la voluntad de los «brujos» que mandaron el país y la voluntad del pueblo desprovisto de expresión en su vida pública".

La lectura casi providencial de este 10 de enero hecha por algunos analistas y actores políticos, pareciera revivir de forma fulgurante esta historia mágica. Para algunos políticos casi clericales, este 10 de enero comienza la apertura a "la bondad y la fuerzas del bien, a los años de la profecía de la recuperación"; para los más profanos será el día donde se logre la salvación de la república.

De la misma forma, desde el otro lado de la cera, se presume el 10 de enero como la fecha límite para alcanzar "la libertad" de Venezuela, para salvar a la nación de su aparente destino trágico. En unos y otros, la visión mesiánica y providencial sulfura fuertemente.

En ambos casos, los protagonistas parecieran ser "los brujos" y el pueblo pasaría a ser un complemento, un simple reflejo o una base para los pedestales de estos "hombres y mujeres providenciales", o de los súper héroes con capa o sin ella, o de los clericales y aparentes sabios de la pasificación.

¿y el pueblo?

Lejos han quedado los llamados de Bolívar en su Carta de Jamaica a afianzarnos en nuestra conformación cultural: "viejos en los usos de la sociedad civil" para afianzar la lucha y el proyecto emancipatorio; también lejos parecen haber quedado las ambiciones, 200 años después, del proceso bolivariano, regidas por los principios de la participación y el protagonismo de los pueblos.

Digo lo anterior porque al margen de lo que pase el 10 de enero, los trabajadores seguirán teniendo poca incidencia en la lucha por sus salarios y por su representación sindical, gracias al Memorando-Circular N° 2792. Los ciudadanos de a pie poco podrán decir u opinar sobre los destinos económicos del país, mientras se sostenga el imperio de la Mesa Superior de Economía, que casi como entelequia, define los lineamientos fiscales y monetarios de la nación desde hace años.

Más allá de sumarnos espiritualmente a la lucha por la soberanía nacional, poco podemos hacer si no conocemos las características de los convenios firmados con empresas trasnacionales para la explotación de nuestros recursos, o sobre el manejo de su comercio.

Al margen de las luchas valientes de los comuneros y comuneras en los territorios, de la defensa férrea de sus trincharas, aun ellos mismos no deciden el número de las consultas ni los recursos para las misas; poco, por ejemplo, pueden hacer estos frente al hecho de que lo recursos correspondientes al fondo de compensación interterritorial se entreguen en su totalidad o tengan auditoria.

Poco han podido hacer en la pugna por los recursos de la renta, a pesar de que recientemente se anunció la creación de un fondo de 600 millones de dólares para los proyectos de los circuitos comunales. Ese monto se encuentra muy lejos tanto de los montos entregados a la burguesía nacional en las mesas de cambio (más de 5500 millones de dólares en 2024) como de las propias ambiciones del ejecutivo de ir progresivamente entregando directamente los recursos del presupuesto nacional a las organizaciones populares (este fondo solo representa el 2,7% del presupuesto del año 2025).

Finalmente, poco podemos hacer para discutir los intereses legislativos de nuestra nación, pues, por un lado, los proyectos de ley prácticamente son secretos o en el mejor de los casos mal divulgados, es bien conocido por todos que los cuadernos legislativos o los proyectos digitales de acceso masivo, no existen ni siquiera en la propia página de la Asamblea Nacional. Al margen del esfuerzo de nuestros respetados representantes legislativos, los mismos deben entender que una consulta abierta no es lo mismo que hacer una reunión a unas tantas cuadras del Palacio Federal o alguna gira relámpago por la capital. El diálogo y la participación necesitan mucho más que buenas voluntades, necesita herramientas eficientes.

En cuanto a nuestros más recientes caudillos, brujos y hombres y mujeres providenciales, es menester recordarles que la república es más impórtate que ellos, al margen de estar envueltos en profecías y santificadas por rosarios. Me hago en este caso de las palabras de don Simón Rodríguez, cuando afirmaba:

Alborotar a un pueblo por sorpresa, o seducirlo con promesas, es fácil; constituirlo, es muy difícil: por un motivo cualquiera se puede emprender lo primero; en las medidas que se toman para lo segundo se descubre si en el alboroto o en la seducción hubo proyecto; y el proyecto es el que honra o deshonra los procedimientos; donde no hay proyecto no hay mérito. Hombres arrastrados a una acción por la fuerza de un genio superior, o por las circunstancias, no pueden probar que en su cooperación hubo cálculo. Se ha hecho la revolución… en hora buena; ha aparecido el valor, la constancia, el heroísmo… todavía falta mucho para adquirir la verdadera gloria con que se coronan las empresas políticas.

En los últimos años y días hemos sido testigos del valor, la constancia y el heroísmo, pero aún falta mucho para adquirir la verdadera gloria con que se coronan las empresas políticas, que tiene más que ver con los proyectos que con los caudillos. Son los proyectos los que nos convocan y este proyecto que persiste es un proyecto del pueblo y para el pueblo, aunque atraviese sus tiempos más caudillescos.

A los proyectos, a diferencia de los caudillos, no hay que defenderlos unos días sí y otro no; a los proyectos se los defiende a diario, incluso contra los que en otrora fungían como aliados y defensores. No hay días mesiánicos ni mágicos para los proyectos, todos los días están llamados a ser días en los cuales podemos convencer y motivar en su nombre, mostrar las falsedades que los desvían o señalar las traiciones que los desangran.

Por eso el valor, la constancia y la heroicidad deben ser permanentes para un pueblo que ambiciona hacerse sujeto y objeto de su historia. Debemos, entonces, despejar los personalismos y los peligros del mesianismo, ser militantes y no funcionarios, mantenernos alertas ante las dos formas de despolitización que son el eslogismo (confundir la política con el eslogan) y la sumisión indiferente (confundir la política con la solidaridad automática).

Lo dicho acá no significa una traición ni una instigación al odio, nos toca decir, como en el nacimiento de nuestra república, lo mismo que dijera Antonio Nicolás Briceño, tratar de sacar a los buenos de la indiferencia en que las tiene el temor no significa que se relaja la subordinación a las leyes y la obediencia a las autoridades constituidas. Significa muy por el contrario apropiarse de las leyes en defensa de las luchas descritas arriba, al margen de los días mesiánicos y mágicos.

Significa ante todo, salir de eso que Luis Castro Leiva llamaba el liberalismo del miedo, un liberalismo en el que todo está flexibilizado y liberalizado, menos los espacios de participación y lucha de los sectores trabajadores de la nación, donde, para estos, los precios están indexados pero los ingresos no; donde las fuerzas del mercado no tienen fuerzas de contra peso en las estructuras sociales; donde la soberanía se entrega por defenderla; y donde el término socialismo se convierte en un adjetivo vacío y no en una brújula ante el horizonte neblinoso del futuro.

Salir del embrujo

Para salir de la historia embrujada en la que nos han colocado, es necesario desarrollar nuestras propias agendas como pueblo y ante todo recuperar la tradición de lucha de nuestros libertadores, esa tradición que como bien decía Augusto Mijares, emprendía "la creación de la patria, no como simple propósito de desligarla de la dependencia extraña, sino también para encanar en ella un sincero ideal republicano y fundar para todos un hogar seguro y digno".

En tal sentido, no basta solo con hacer el llamado a defender la patria, detrás de ese llamado, o mejor dicho con él, también debe venir el llamado a fortalecer y sostener la república, y la única forma de que exista república, es, como decía don Simón Rodríguez, teniendo republicanos que vivan y respiren su ideal, que no es otro que construir un hogar seguro y digno.

Seguro y digno para los obreros y sus familias, para nuestros niños, para nuestros abuelos, con una robusta Constitución que los ampare y le dé garantías, con una democracia de amplios márgenes de participación y protagonismo, donde el gobierno se base en el mandar obedeciendo y no en el mandar para que obedezcamos; donde el desarrollo libre de cada individuo sea la condición para el desarrollo de todos y todas.

Por el momento quienes controlan el juego son los tecnócratas y los empresarios, y el que llegue después del 10 de enero tendrá un guion dirigido por ellos. En nuestro caso, es imponderable y apremiante tener también el nuestro, desde lo común y con los comunes, con el pueblo que es el auténtico protagonista de esta historia.



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Carlos Dürich

Escritor


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