Reconciliación

“La última vez que me confesé fue cuando hice la Primera Comunión”, “no, no hay remedio, yo tengo demasiados pecados y estaría como una hora hablando con el cura”, “¿por qué voy a irle a contar mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?”, “no, yo no pierdo mi tiempo, a mí no hay quien me perdone”. Todas estas son expresiones que comúnmente escuchamos cuando se le pregunta a alguien sobre el tema de la confesión.

Reconozco que siempre me ha parecido interesante esta disposición de la Iglesia Católica en cuanto al sacramento de la Reconciliación. La mayoría de las religiones del mundo invitan a sus seguidores a cumplir con ciertos preceptos morales: hacer el bien, no matar, no robar, no mentir, en fin, no hacerle daño al prójimo. De igual forma, cada culto religioso tiene sus manifestaciones litúrgicas propias, sus maneras de manifestar su fe y su amor por Dios. Sin embargo, sólo los católicos cuentan con este peculiar acto, elevado a la condición sacramental, a través del cual una persona cuenta sus pecados a otra, que tiene la posibilidad de absolverlos.

ORÍGENES DEL SACRAMENTO

Jesús tuvo fuertes enfrentamientos con los fariseos y maestros de la ley de la Jerusalén de sus época, pues públicamente perdonaba los pecados de aquellos que le solicitaban la sanación de algún mal que padecían. Es importante recordar que para la mentalidad judía de entonces, cualquier enfermedad o defecto se consideraba el castigo de Dios por alguna falta cometida por la persona o por sus ancestros.

Cuando alguien le solicitaba a Jesús el milagro de sanarlo, Cristo no se conformaba simplemente con curarlo, sino que agregaba frases que indicaban a la comunidad que esa persona también debía ser admitida nuevamente en el templo, pues su pecados habían sido perdonados. En otras palabras, Jesús predicaba una liberación integral, no sólo corporal sino también espiritual, a través de la cual, la exclusión social que sufría un enfermo al que se le consideraba pecador desaparecía, igual que su dolencia.

Este don de poder perdonar los pecados fue otorgado por Jesús a los apóstoles “lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo” (Mt 16, 19).

PEDIR PERDÓN A DIOS Y A LA COMUNIDAD

Es interesante recordar que los discípulos de las primeras comunidades cristianas, para poder recibir el perdón de sus pecados, debían confesarse ante toda la asamblea y por tanto, disculparse con toda la comunidad. El sentido de esta práctica era el de garantizar que se había producido un verdadero arrepentimiento (dolor de corazón) y que existía una sincera intención de no reincidir nuevamente en el pecado cometido (propósito de enmienda).

Otro elemento importante de esta práctica es que, cuando se comete un pecado, no sólo se ofende a Dios, sino que se daña, con seguridad, a uno o más hermanos de nuestra comunidad. Por tanto, si se tiene un sincero interés de reconciliarse con Dios, se debe también hacerlo con los hermanos ofendidos y con la comunidad a la que se perjudica con nuestra acción.

Durante los siglos VIII y IX esta práctica fue cambiando y se sustituyó por la confesión privada de los pecados, ya no en asamblea, sino a un sacerdote. Sin embargo, el sentido es el mismo: no sólo pedirle perdón a Dios, sino también a la comunidad, representada en este acto por el presbítero.

Porque para los católicos, la fe no es solamente un acto personal, sino también y sobre todo colectivo. Ya que no podrá salvarse una persona por sus propios méritos, sino por los méritos de Jesucristo, y Él murió por todos, para salvarnos a todos sin excepción. Por eso es que el individualismo y el egoísmo, en el ámbito de la fe, no tienen ninguna cabida.

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Mary Pili Hernández

Ex-ministra de la Juventud, ex-viceministra de Relaciones Exteriores para América del Norte, y ex-concejal por el Municipio Libertador. Cristiana, Periodista, Socialista, Bolivariana, Antiimperialista y Chavista.

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