Diagnóstico de una elección fallida

Desde los albores de la República, Venezuela ha sido una nación polarizada: primero entre liberales y conservadores, luego esa polaridad se pierde por un tiempo entre las montoneras y la inestabilidad causada por el caudillismo en el siglo XIX y parte del XX. Más tarde con la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, en la puja por las libertades políticas surge una amalgama de ideologías socialdemócratas ubicadas más a la izquierda que a la derecha de la cual nacieron los partidos políticos que definieron la historia de nuestro país al menos durante los últimos setenta años; a eso le incluimos el bipartidismo de la era AD-COPEI, la polaridad chavismo-oposición desde 1999 hasta llegar a un punto de quiebre donde hoy el nihilismo por los liderazgos políticos cunde por doquier. En pocas palabras, más de un venezolano es huérfano de ideología en la actualidad. No se define ni de acá, ni de allá; poco habla de política, no porque no le interese sino porque el trajín por satisfacer sus ineludibles necesidades, propias y familiares, no da cabida a esos temas. Anda por la vida con una ausencia de identidad política que le carcome y le atosiga porque se siente defraudado por todos los liderazgos, unos porque no saben hacer gobierno y otros porque no saben hacer oposición, mientras el hambre y la necesidad que no perdonan hacen estragos en una población famélica que solo busca que alguien sin importar el color de la franela le resuelva sus problemas.

Las dirigencias reposan sobre un bache de incompetencia e inoperancia; un circo funambulesco de ya pocos espectadores que saben cómo terminará la función. En resumidas palabras, la división y la polarización fueron las estrellas que se llevaron todos los premios en las elecciones regionales y municipales celebradas en Venezuela el pasado veintiuno de noviembre. La polarización se fue a otro plano y solo habían dos bandos: los abstencionistas, cuya única función fue incentivar la abstención al voto y los sufragistas, que a pesar de las adversidades salieron a manifestar su voto con un ápice de esperanzas que como era de esperarse serían hecha añicos con los resultados finales en un clima de incertidumbre y mermadas garantías electorales auspiciado por un sistema de gobierno que hizo del sistema electoral un adefesio sacado de los manuales de represión de la otrora Europa oriental comunista. Entre tanto, una delegación de observadores de la Unión Europea y el Centro Carter propiciaban la observación del escrutinio dentro del país se observó lo quebrada que está la feligresía política del oficialismo y la oposición; peleas, imposición arbitraria de miembros de mesa, proselitismo, sobornos y un sin número de atropellos típico de las jornadas electorales en nuestro país durante los últimos años. Al final, de las 335 alcaldías el oficialismo logró llevarse 205 alcaldías, la oposición 59 y los partidos independientes —la oposición de la oposición, ganó en 71 municipios pero ni la observación internacional imparcial, ausente al menos desde 2015, ni la participación de gran parte la oposición en los comicios ni mucho menos el cambio radical del equipo de rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE) dieron algún estímulo positivo a la población de salir a votar con el mismo entusiasmo que lo hacía hace unos diez o quince años donde una elección era un evento tan particular como lo es el fútbol para Brasil o como lo era para nosotros en otros tiempos el Miss Venezuela.

Las redes sociales corrieron como pólvora el rutinario mensaje viperino de actores políticos unos contra otros; el dantesco festival populista de facinerosos voceros de consejos comunales regalando cajas CLAP y dádivas caza votos, por otro lado los millennials analfabetos políticos aparte de sugerir invasiones militares tal vez inspiradas por su afición a los videojuegos bélicos, daban loores a troche y moche en favor de dictadores como Gómez, Franco o Pinochet aduciendo que hacían falta en la Venezuela de hoy «para acomodarla y poner orden». La radiografía social no podía mostrar una imagen más vomitiva y pavorosa de lo decadente que nos hemos convertido como sociedad. De modo pues, que esta escalada de anarquía convulsiva no parece ceder sino más bien aumentar la sangría y conllevó a que estas elecciones fueran un esperado y normal fracaso donde por supuesto el régimen de gobierno no solo sacaría los cómputos a su favor sino que trataría de lavar su imagen de represivo ante el mundo cosa que no logró, demostrado por el informe concluyente publicado por la delegación de observadores de la Unión Europea el cual no favoreció en nada al oficialismo aperturista.

En el Zulia la figura de Manuel Rosales sorprendentemente motivó a gran parte de la población a votar que, aunque movida más por la nostalgia que por la coherencia, logró destronar a Omar Prieto del Palacio de Gobierno a quien la gasolina y el circo no le bastaron para acaparar votos a su favor luego de una gestión reprobable. El Zulia fue un caso sui generis, condicionado tal vez por el padecimiento de una crisis sin precedente en los servicios públicos como el agua, la distribución de gasolina, el transporte y el agua.

Esta elección fue una lluvia sobre mojado tanto para el sector oficialista como para la clásica oposición. Sirvió para desnudar la realidad a la cual ha evolucionado la contienda política en nuestro país, un panorama en el que el chavismo ha perdido el poder de agitación que le caracterizaba mientras surge una alternativa disidente que rompió con los esquemas tradicionales de adversar al gobierno de Nicolás Maduro quien hace malabares entre el escándalo de Alex Saab, la investigación de la Corte Penal Internacional y la inestable mesa de negociación en México favorecida por Noruega en suspenso ínterin. Esta elección será tal vez la última a la que millones acudan mientras seguirán sobrando las interrogantes de cómo llegar a una solución del aquelarre social que se vive sin que nadie salga afectado. Al final, ¿estará la solución en un dossier impreso guardado en una gaveta en Bruselas o Washington? ¿Tendrán razón los imberbes millennials que gritan en las redes «invasión»? como si las bombas de un F-16 solo matarían a chavistas y esquivarían a civiles opositores. Qué vale más, ¿la cola de la gasolina o la cola en una elección? Una respuesta interesante, profunda y difícil.

 



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