La desembocadura y el final del amor


¿Por qué no puedo encontrar entre el anochecer, el amanecer, o el atardecer lo risueño de ti? ¿Es qué acaso los pensiles comienzan a secarse ante tu ausencia? ¿Será que el mar con sus fuertes olas quiere recordarme el término de mi prosa? Tal vez sea así, pero en alguna parte de nuestra historia (des)encontrada, aún sabes que los pensamientos nos llevarán al mismo puerto.

Quisiera volver al plenilunio de ese pasado en donde juntos mirábamos aquella tormenta de estrellas y descubrimos la cosmología más hermosa de nuestros sentimientos. Las constelaciones unieron sus reductos con los días soleados y la frescura de las lluvias. Muchas remembranzas aún conjugan mi corazón, cómo aquel sublime universo, sobre el cual dibujé la transparencia del espacio orgásmico cuando te convertiste en la magia infinita de mi vida y de nuestros cuerpos.

Ayer la sinestesia embriagaba mi poesía. Hoy el oxímoron conjuga mi rima. Mañana los cantos y la melodía de ensueño fundirán en aforismos estas ganas inmensas que tengo de amarte, porque este sentimiento profundo de amor, cual relámpago en el medio de la tormenta, sólo quiere irradiarse como si fuera el centro de toda tu luz, el centro de tu esplendor.

La vida ha envuelto mis flores de palabras por doquier. Aún recuerdo la corona de rosas blancas que logré espaciar alrededor de tu frente y el collar de rosas rojas que adorné ante la estampa de tu silueta. El norte de tu belleza sólo apuntaba hacia la eudaimonia. El sur de tu esplendor se había convertido en un exquisito e interminable jardín de flores amarillas.

La inquietante plenitud que se divisaba entre la aparición de tu este y el ocultamiento de tu oeste combinaban y hacían sublimes las dimensiones estéticas de tu estrechez y amplitud de tu geometría, cuyo diámetro era envuelto con el recorrido de mis manos, y cuya boca apasionada abría todas las puertas de tu belleza, incluso aquellas entradas inexploradas que guardaban tus más inalcanzables tesoros.

El viento esparció sobre nosotros la frescura de altamar, lo cristalino de las aguas. No existía el firmamento sin ti, porque tú le robaste con una mirada los rayos al sol, y te apoderaste del blanco de las nubes para entregarme tu pureza, fundiendo sobre aquellas suaves y cálidas arenas, el bronceado de tu piel sobre la mía, y finalmente entre los sismos de las sábanas, y la oscuridad de la alcoba, descender por la cima de tus esmeraldas y las suaves y lisas llanuras de tu piel, hasta alcanzar la máxima sima de tu ecuador, y juntos en un viaje de deseos y sentimientos, poder coronarte de todas las sensaciones y texturas en tu escondido Roraima, y los cerúleos de tu mar y tu firmamento.

Y fueron esos espacios de tu firmamento, fueron esos espacios de tu mar, los espacios del azul convertidos en espejos de tu metafísica, mientras se unía la ontología de tus acuarelas entre el oxigonio del agua, el aire y el viento que daba sentido a nuestras existencias. Entonces, levantaste tu mirada desde aquella magia corporal en que yacía tu imagen natural y adormecida sobre mi pecho, para encontrar en la belleza asentida de tus ojos y tu rostro, la serenidad de pensamientos que veían los maravillosos jardines que habías cruzado llevada entre mis brazos.

Esos fueron los días en que dejé de ser poeta para convertirme en un pensativo pintor de toda tu escultura, porque hiciste de ella una esquela de vitrales entre lo hermoso y lo divino, entre lo divino y lo hermoso, porque solo tú lograste combinar el significado de la pintura poética, de la poesía transformada en pintura, y del amor extasiado entre el arte de inspiración de palabras y colores.

De repente, apareció la antesala del tiempo entre imágenes de ese atardecer, anochecer y amanecer. Había despertado de ese deleite que tus labios me habían adormecido con tus besos. Del sentir el cómo tus manos se transformaron en aquel pincel con el cual bordeaste sobre mí, tus más ardientes apasionamientos, y con ese mismo pincel alcancé a pintar toda la Canaima inexplorada que escondias en tus más maravillosos y perfectos paisajes de toda tu naturaleza.

Desde el cielo que logré tocar, cuando también mi pasión enardecida se había irradiado, y volvía a recordar la existencia entre las efervescencias de tu pecho y el cauce de tu vientre. Era el eros transformado en el capítulo onírico de esta perpetua soledad que había vuelto a engañarme entre la transición del anochecer, la ingratitud de la madrugada y el levante de otro día.

Entonces, había vuelto a mi la realidad de pensamientos e interrogantes sucedáneas: ¿Por qué tengo que seguir esperando que tu amor venga hasta mí, si todo mi amor ha ido hasta ti? ¿Por qué deseas aferrarte a un eterno presente en soledad, sí esa misma soledad no ha querido acompañarte en tus alegrías y tristezas, en tus triunfos y fracasos, en el claroscuro de tus sentimientos?

¿Cuántas abraxas deben transcurrir para romper los ciclos de este inquebrantable y controvertido enamoramiento? No tengo las respuestas. Pero si tú quieres saberlas, puedes comenzar a responderlas, mientras vuelvo a escribir el cómo los sentimientos concluyen en una cascada, que transformados en un manantial o río, volverán a perderse hasta encontrar en ese cauce la desembocadura y el final del amor.


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Javier Antonio Vivas Santana

Más de 6 millones de lecturas en Aporrea. Autor de la Teoría de la Regeneración del Pensar. Dr. en Educación (UPEL). Maestría en Educación, mención Enseñanza del Castellano (UDO). Lcdo. en Educación en las menciones de Ciencias Sociales y Lengua (UNA). Profesor de pre y postgrado tiene diversas publicaciones y ponencias internacionales acreditadas y arbitradas por editoriales, universidades e instituciones de España, Rusia, Estados Unidos, Alemania, Francia, y naciones de América Latina.

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