Las cuentas de los políticos y las razones de la realidad

La existencia en las cercanías del poder, las aspiraciones de llegar a él, el dominio del poder sobre vidas y cosas van edificando una pared que aísla a la casta política de la realidad. Es un muro psicológico que funciona aumentando la percepción del poder a niveles patológicos. Aislados de la realidad, los políticos, todos, los del gobierno y de la oposición, viven confinados en su pequeño mundo, ideando planes en el aire, castillos de naipes. Es por eso que el derrumbe es inesperado para ellos y sorprendente para los cándidos.

El mundo ficticio de los políticos es una enfermedad de los gobernantes que los conduce a su destrucción. No bastan las medidas preventivas, los consejos de los asesores; los políticos, irremediablemente, se ven afectados por este virus. La soberbia, la arrogancia, la crueldad, la pérdida de la ética son síntomas que producen un ejercicio errático del gobierno. Se creen omnipotentes, sabios, dioses. Nerón, bajo los efectos de esta enfermedad, quemó a Roma; Hitler, es caso emblemático de la dolencia, disponía de la vida y la muerte de la civilización, y terminó suicidándose en un sótano, aislado como gobernó.

La enfermedad no afecta sólo a los políticos, si así fuere no pasarían de ser unos loquitos de carretera que pasean su delirio. La dolencia golpea a gruesos sectores de la población que acompañan el endiosamiento. Van enceguecidos, embrutecidos, a donde el político indique, lo creen un Dios, lo adoran como un fetiche, hacen lo que él diga sin dudar. De esta manera es posible perseguir a muerte a los disidentes del rito adoratorio, ir a las guerras absurdas, aceptar crueldades.

La peste es un fenómeno social, una enfermedad de la sociedad, podíamos llamarla capitalismo y no estaríamos lejos de acertar; también podíamos llamarla el malestar propio de la prehistoria humana, que acompaña al egoísmo de la propiedad nosocial, y nos acercaríamos más a una definición. Aquí, en Venezuela, tenemos un brote epidémico de la enfermedad. Veamos.

El gobierno la sufre y también la oposición, se intoxicaron de poder. El madurismo presenta síntomas inequívocos de la enfermedad: con sus mentiras creó un muro que lo separa de la realidad, vive en su propia burbuja de fantasía que fácilmente manipula. Es así que cree en el "fuerte apoyo" de la población, niega el tremendo éxodo, no acepta la crisis humanitaria, llama a elecciones y luego inhabilita lo que no le conviene, construye un parlamento bufo y lo llama Constituyente, pone presos sin juicios, acusa sin razones, asesina sin piedad en los barrios y piensa que está protegiendo a los que asesina; planifican el futuro como lo haría un demiurgo, lanza candidatos, manipula fechas, aplica zancadillas, aúpa nulidades.

La oposición permitida, guaidó, se siente gobierno: decreta, convoca, y vive su engaño, levanta su muro, vive también en su burbuja; esperan que el poder le caiga del cielo, o venga en las entrañas de los barcos gringos, sacan cuentas, reparten puestos, nombran embajadores de pacotillas; se creen su juego.

Las dos bandas se sientan a arreglar sus mundo en mesas de diálogo, y negocian al país que creen les pertenece. Alrededor pululan las moscas queriendo sentarse en la mesa de la cena, todos intoxicados de la enfermedad, todos sacando cuentas que no cuadran.

Un día, cuando menos se espere, el mundo temblará, los muros caerán, y entonces comprenderemos las razones de la realidad.



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Toby Valderrama Antonio Aponte

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