Mi palabra

Joven, y anciano sin chimo ¡Raro!

"Ceder a un vicio cuesta más

que mantener una familia."

Honoré de Balzac

Las 5 y 20 de la madrugada; todavía la mañana estaba muy oscura, algo propio en estos meses del año. Apenas estaba comenzando la acostumbrada caminata con mi compañera, cuando en la solitaria avenida principal de la ciudad, vimos acercarse un joven, en bermuda, franela, y zapatos deportivos; daba la ligera impresión de andar en la misma actividad nuestra; pasó tranquilo sin dirigirnos una palabra, a pesar de nuestro saludo mañanero ¡buen día! Seguimos con el paso sostenido, consiguiéndonos más adelante un señor de avanzada edad, dirigiéndose a una entidad bancaria; caminaba muy erguido, con toda la precaución de un hombre, disminuido físicamente por el paso de los años; se le notaba bien arregladito; apenas nos acercamos, saludó con mucho cariño, para decirnos algo asombrado, y preocupado: ¡Ese muchacho tan joven, pidiéndome una pega de chimo, a esta hora; da lástima, no tengo ese vicio!

Este simple ejemplo, sirve para darnos una idea, como los vicios han penetrado en un número importante de la juventud venezolana; ni siquiera la fuerte crisis económica del país, los aleja de las perversiones. Todos sabemos el grave daño del chimo para el organismo, y el bolsillo, aunque lo económico, no parece tener ninguna importancia antes lo más apreciado para cualquier ser humano: la salud. A todo esto, hay que añadirle la imprudencia, y la falta de consciencia de los viciosos, quienes no les importan el derecho de los demás. Donde usted vaya, encuentra rastros de escupitajos esparcidos en el suelo; hasta en la papelera del pasillo principal del hospital central Acarigua-Araure, en una oportunidad se encontraba, como si la habían pintado de negro, y eran los mismos obreros–incluso algunos encargados de la limpieza– los que habían contribuido a ese espectáculo tan vergonzoso, y asqueroso.

En días pasados, me acerque en la tarde a una tertulia de jóvenes; se estaban divirtiendo de manera sana; las reuniones giran alrededor de los chistes, risas, comentarios sobre el deporte, aparte de practicar el baloncesto, pero lamentablemente ¡todos! hacen uso del chimo. En el frente de la residencia, parece una alfombra negra, y ninguno da muestras de tomar consciencia del grave daño a la salud, porque lo disfrutan al máximo, como si estuvieran degustando una barra de chocolate.

Las compañías fabricantes de estos productos siempre se salen con las suyas al momento de la comercialización; ahora poco les importa el uso de la publicidad, todo lo tienen fríamente calculado. Los jóvenes en medio del juego, y la camaradería van cayendo en la misma red del vicio, y después se les hace sumamente difícil apartarse de ese círculo. Los estudios sobre los efectos del chimo, sobrepasan a los producidos por el cigarrillo; es un derivado del tabaco, y por lógica contiene nicotina, el cual produce más adicción, que la misma cocaína, y esto es para tomar medidas preventivas urgentes.

Nada se puede hacer, si la consciencia del pueblo, no entra a jugar un papel fundamental en la educación de los que se vienen levantándose en medio de una sociedad, donde todo gira alrededor del mercantilismo, sin tomar en cuenta los daños colectivos. Los pocos resultados favorables para preservar la salud de la ciudadanía, se han conseguido por medio de decretos, como sucedió con el cigarro; sin embargo no faltaron las protestas, porque al final lo consideraban un atropello del gobierno. No podemos esperar que, sigan aumentando las estadísticas de enfermedades producidas por las bocanadas de humo, y el desagradable uso del chimo, el cual se viene extendiendo por todas partes; por eso, cuidado con los escupitajos de algún aturdido, que no puede hablar sin tener la boca convertida en una procesadora de saliva contaminada. Ahora, la que parecía una costumbre de los campesinos, y llaneros venezolanos, se ha regado por todas partes–parece una moda–, arropando en la oleada a personas de diferentes condiciones económicas, religiosas, y sociales, incluyendo a profesionales con responsabilidad directa en la educación de nuestros jóvenes.



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Narciso Torrealba


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