Por Dios: ¡tremendo mojón!

No sólo los imperialistas creen que aún nuestro pueblo –en su mayoría- no solamente sigue siendo una expresión de tonto útil, de bobo, capaz de ser engañado todo el tiempo, sino también que se traga, como un sabroso jugo natural, los mojones más inverosímiles que conciba una mente humana. Está bien, es hasta aceptable, que una persona humilde –por desesperación de hambre- meta un embuste que su madre se ha muerto, teniéndola viva, para conseguir que alguien se apiade de él y le regale algo para comprar pan y llevar a su casa y dárselo de comer a sus hijos también hambrientos. Pero que una persona, como el doctor Marcel Granier que lleva años haciendo entrevistas en televisión a científicos y políticos, nos meta un mojón del tamaño que separa a la Tierra del Sol y piense que nuestro pueblo –por lo menos la mayoría- se lo va tragar y creer es algo que resulta insólito e inaceptable. En el libro Guines no aparece un excusado con el tamaño idóneo donde pueda entrar el mojón que nos metió el doctor Granier.

En su campaña contra Chávez y buscándole votos a Rosales, el doctor Granier nos lanzó la siguiente barbaridad: “Cuba era mucho más rica que Venezuela antes de llegar Fidel Castro al poder”. Por suerte el mismo Batista –el dictador bonapartista derrocado por la revolución- no está vivo para desmentirlo. En cualquier auditorio del mundo, al decir lo que dijo, el doctor Granier hubiese sido rebatido -incluso- hasta por el de más bajo nivel de los asistentes a su charla. Si Cuba tuviera no el petróleo venezolano sino el Orinoco simplemente fuera una potencia eléctrica capaz de poner a producir bienes que ¡por ahora! sigue estando en incapacidad de hacerlo por falta de elementos energéticos. Si Cuba tuviese la mitad de la riqueza natural que posee el estado Bolívar, sin duda, fuera la potencia más importante de América Latina muy por encima de Brasil y un pueblo viviendo holgadamente aun cuando no hubiese socialismo propiamente dicho.

Cuba, cuando Batista, era una especie de colonia pornográfica para los magnates de la economía estadounidense; los centrales azucareros eran de capital extranjero; y su economía dependía esencialmente de las mercancías ‘made in USA’. Tenía un enorme atraso en educación, salud, ciencia y deporte. Era, al decir verdad, una nación subdesarrollada un poquito más pasable que Haití. Si la revolución hubiese encontrado una Cuba con la mitad de los recursos naturales o energéticos de Venezuela a Estados Unidos jamás se le hubiera ocurrido decretar su bloqueo económico, sino que hubiese lanzado una gran invasión con las armas más sofisticadas para no dejarse arrancar esa apetitosa presa económica. El bloqueo nace como una forma de hacer rendir y extinguirse la revolución por hambre en un país casi sin recursos económicos. Aun así más de cuatro décadas después, sin tener riquezas naturales energéticas, Cuba continúa vivita y coleando por efectos de la solidaridad internacional y por la voluntad inquebrantable de un pueblo decidido a ser libre.

La mentira puede tener las patas más largas  y correr más veloz que la verdad, pero mientras ésta avanza segura hacia su triunfo sin caerse, la primera anda de tropezón en tropezón haciéndose hematomas que la conducen a una muerte por traumatismo generalizado. Los medios de comunicación de la oposición no son vistos sólo por los enemigos del proceso que lidera el Presidente Chávez, sino también por sus partidarios, principalmente, para detectarle sus mentiras. Pareciera que quienes lanzan sus gigantes mojones creyendo que nuestro pueblo se los traga, desconocieran que existe una ciencia que se llama Historia que vivió un tiempo y vivirá posterior y eternamente sin la ciencia política. En ésta sí hay espacio para la demagogia y sus mojones, pensando que los crean, pero en aquella toda mentira es repelida por la verdad misma de los hechos tal como se produjeron y no como se inventa para deformarlos. Decir que Cuba era más rica que Venezuela antes de llegar Fidel al poder, sólo puede ser obra de politiquería pero nunca de la sociología.

Es perdonable que, por ignorancia, alguien cometa un barbarismo en deformar una verdad diciendo una mentira, pero resulta imperdonable que alguien conociendo la verdad verdadera lance una mentira `plenamente consciente de su mala intención.


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Freddy Yépez


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