Gobernar a patadas

 

Gobernar a patadas es gobernar sin planes ni proyectos, ni controles, ni seguimiento, ni buenos resultados. En este caso la consigna a seguir es: "mientras peor mejor". Así gobierna el PSUV y su presidente Nicolás Maduro. Resultado de tal irresponsabilidad es la calamitosa situación actual de nuestro país, una Venezuela arruinada, quebrado su sistema productivo, superdevaluado su signo monetario, servicios públicos inservibles, hambrienta y enferma su población, reducidas al mínimo sus reservas internacionales, un país endeudado como nunca antes, destruidas sus instituciones públicas, todas puestas al servicio de los antojos del torpe gobernante instalado en Miraflores, el verdugo actual de los venezolanos, el nuevo dueño de la hacienda nacional, el nuevo caudillo entronizado en la Primera Magistratura del país. Pero no es de extrañar tanta estulticia volcada sobre nuestra geografía nacional, pues en Venezuela lo que han sobrado son caudillos y las miles de patadas prodigadas por cada uno de estos sobre el resto de la población. Por el contrario, lo que ha faltado es institucionalidad y respeto a las leyes por parte de los gobernantes. Para corroborar esto basta saber que desde 1830 hasta hoy hemos tenido 26 constituciones (Por aparecer está la número 27) además de 15 Revoluciones. Y así entre Revoluciones , caudillos y Constituciones que nadie respeta se nos ha ido el tiempo y un muy maltrecho país hemos obtenido en este pedazo de tierra suramericana.

El actual ocupante de la silla presidencial es otro mandatario más que se suma a esta larga lista de Revolucionarios que lanza patadas a diestra y siniestra. Patea a los docentes cuyos salarios están por debajo de dos dólares mensuales; igual ocurre con los médicos, también pateados, con las enfermeras, con los jóvenes profesionales obligados a irse del país en busca de mejores condiciones de vida, con los empleados públicos, con los pensionados y jubilados, con los trabajadores de las empresas del Estado. Patadas y más patadas es lo que reciben a diario los venezolanos de parte de un gobierno que es pródigo en esto de golpear el fundillo nacional. Patadas salen de Miraflores, de los ministerios, de las gobernaciones, de las alcaldías, de la Asambleas Nacional Constituyente, de la Fiscalía General de la República, del Tribunal Supremo de Justicia, de la Contraloría General de la Nación, del CNE, instituciones éstas, al servicio del autócrata, que por tal subordinación fungen como otros ministerios del Ejecutivo Nacional. El último porrazo recibido recientemente fue el miserable "aumento" de sueldo decretado días atrás, entre aplausos y bambalinas de sus conmilitones, por el autócrata charlatán. Tres mil bolívares fue el monto de dicho aumento. Una verdadera burla proferida por el amo del país, pues tal cantidad no alcanza para comprar medio kilo de carne de res. Otro ofensivo puntapié fundillero fue lo que salió esta vez de Miraflores. Otro tanto de las miles de sacudidas que han prodigado los pies del presidente de Venezuela y recibida con dolor por quienes tenemos la mala suerte de vivir en esta hora aciaga de nuestro maltratado país.

Todo lo que pasa en estos momentos me hace recordar a otro verdugo venezolano, gobernante en las primeras décadas del siglo XX. Me refiero a Juan Vicente Gómez, el Benemérito, el jefe de los Chácharos, el cabecilla de la Sagrada, las milicias de aquel régimen. Hace cien años este país fue encintado por este autócrata venido de su hacienda La Mulera, situada en los andes venezolanos. Convirtió a nuestra nación en su gran latifundio y a los venezolanos en sus peones. Tal fue su criterio para conducir el destino de nuestro país durante los 27 años que duró su dictadura. Al final Venezuela era un país primitivo, rústico, atrasado en todos los sentidos, prosternado ante la bota militar de las huestes tachirenses; apenas dos universidades con una matrícula que no superaba los 500 estudiantes, algunas arruinadas escuelas dispersas en las principales ciudades del país, contadísimos hospitales, y una que otra modesta fábrica de velas o jabones. Los venezolanos en su mayoría eran analfabetos, morían por miles víctimas del hambre y de enfermedades como el paludismo. Y los inconformes con el régimen eran engrillados y enviados a la Rotunda, que era entonces una verdadera fábrica de muertos. Lo que dejó el gomecismo fue un lastimoso país. Fueron, entre Castro y Gómez, más de treinta años perdidos, de atraso general. Un país miserable fue el legado dejado por el autócrata de las Mulera.

Algo parecido a aquel país arruinado es lo que nos dejará el cruel mandatario que hoy está aposentado en el palacio presidencial. Encubierto bajo el cuento de la Revolución Socialista Bolivariana ejecuta un superpaquetazo que ya envidiaría el mismísimo Carlos Andrés Pérez. Destacan por lo obvio en este programa: la devaluación del bolívar, la hiperinflación, la especulación, la escasez de todo tipo de productos, incluidos los medicamentos, la entrega de los recursos naturales al capital extranjero: oro y petróleo; la desigualdad en el reparto de la riqueza, la concentración de capitales, la especulación financiera y monetaria, la corrupción, la pobreza, la exclusión, la inequidad, la violencia, todas éstas, características de un gobierno neoliberal. Por tanto, este es un mal gobierno de derecha, autoritario, con una pésima gestión del país, con resultados que han convertido la vida de los venezolanos, en una tragedia diaria. El país miserable es el gran logro de Maduro y sus chácharos del PSUV.

Y los recurrentes enroque del funcionariado, de los responsables de nuestra tragedia, las mismas aburridas, regordetas y repudiadas caras nos indican a las claras que no hay intención de cambio, de rectificación, de corregir el rumbo. Se persistirá en el empeño de improvisar y destruir, y así continuar ahondando el proceso demoledor de la sociedad venezolana, pues ninguno de los mofletudos burócratas que ahora acompañan a Maduro tiene el propósito de evitarlo. En este asunto de los enroque están presentes los intereses de grupos necesitados de mayor poder político y económico, dispuestos a mantener el que tienen, sin considerar la situación y destino de los gobernados. Lo que importa es resguardar el poder de cualquier manera. Recordemos que varios de los dirigentes del PSUV han dicho públicamente que no entregarán ni por votos ni por balas. Mientras tanto, del otro lado, el pueblo famélico sigue enflaqueciendo como en las ergástulas gomecistas y muriendo a mengua sin ninguna asistencia médica; otros millones huyen del terror madurista. Como vemos, la historia venezolana se mueve ahora hacia atrás, involuciona. En eso consiste en verdad esta monumental estafa de la Revolución Bolivariana, en un movimiento en retroceso, de retorno al primitivismo.



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Sigfrido Lanz Delgado


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