En el colombiano General Francisco de Paula Santander no cupo mayor bajeza (III)

Lo más probable fuera que Santander comenzara por admirar a Bolívar y ver en él a un hombre valiente, inteligente, tenaz, íntegro y leal. Pero con el tiempo este pensamiento se torna en envidia y más adelante en odio y estas dos miserias en la vida de muchas personas son las que la llevan a convertirse en un agresivo enemigo y traicionero, y ello le hacen olvidar el agradecimiento que debía acompañarle hasta su muerte. No, Santander no pudo más con su espíritu mal sano y entonces en su pensamiento y acción pierde su alma. Sigamos con la triste historia de un venezolano insigne y valiente que cae antes las balas ordenadas disparar por el intrigante Santander.

A las 11 de la mañana del fatídico día del fusilamiento del venezolano Coronel Leonardo Infante, el sol anda escondido entre las nubes mientras suenan con rugido mortal las campanas de la Iglesia metropolitana, y haciendo honor a su gloria de guerra, el negro sereno se detiene ante el pelotón de la infamia, entonces fija la mirada en la presencia de aquellos soldados tristes que acabarán con su vida mas no con su leyenda. Vestido para el caso de militar Coronel que luce las insignias de su grado y con las medallas ganadas en combate de libertador de Venezuela y de Colombia, amén de otras distinciones que le corresponden, recuerda que cinco años atrás había entrado a esa plaza Mayor entre el caracoleo de caballos luego de perseguir hasta el río Magdalena al atribulado y derrotado Virrey Juan Sámano. Como última gracia concedida a Leonardo Infante, éste en voz clara y potente ante el pueblo que lo rodeaba y sus amigos compañeros de armas presentes, como lo había señalado varias veces en la caricatura de juicio al que se le sometiera, apuntó en esta ocasión histórica: "Señores: He cometido muchos crímenes durante la guerra, y esos son los que voy a pagar en este patíbulo. Pero en cuanto a la muerte de Perdomo, una vez más declaro ante Ustedes que no lo he hecho, ni he tenido parte en ella, por tal circunstancia muero inocente".

Iba a desprenderse de la vida el hombre de la lanza guerrera, el inválido por sus ideas patriotas ya cubierto de gloria, en esa mañana gélida y brumosa del 26 de marzo de 1825, muere con honor del héroe caído en desgracia recordando cuando en agosto de 1819, cubierto de sudores y sangre en Boyacá, hace su triunfal entrada en su blanca cabalgadura, por las empolvadas calles de Santa Fe de Bogotá. Veintiséis años, ocho meses y veintiocho espacios diarios en el parodia de García Márquez y su Coronel ajustaba para el instante (once y quince minutos de la mañana) en que sin ser vendado el venezolano cayó abatido y luego el tiro de gracia por balas asesinas frente al pelotón de fusilamiento. Su cuerpo exánime quedó expuesto en el suelo infamante a la espera de visitarlo el Vicepresidente General Santander, al tiempo encargado de los destinos de Colombia, quien pocos minutos después aparece muy orondo el discutido militar, quien haciendo gala del empalago de su discurso insincero arengó a los soldados analfabetos dentro de la gran comedia parecida a un teatro de corral, en lo trágico argumentando que "este es un acto de justicia, se cumplió con la ley", plática relamida que luego fue inserta en la "Gaceta de Colombia" y cuando en realidad con tal patraña se enfrentaba al cadáver de Colombia, pues para colmo de la situación y venganza asumida el doctor Miguel Peña fue suspendido por un año de su alto cargo en la Magistratura, mientras regresaba a la Valencia, Venezuela, y en Bogotá entre corrillos de facinerosos se endilga para su persona la figura de ladrón vulgar, porque en el desprestigio personal asentaron que Peña había sustraído una porción en el tenor y pesos de plata de las monedas colombianas encomendadas a él para llevar como correo especial hasta Caracas.



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José M. Ameliach N.


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