Cuentos de los mil y un fantoches

Es un hecho: haber pasado la mayor parte de la vida en compañía de libros y escritores, tiene como efecto secundario el de tropezarse a cada rato con diáfanas similitudes entre la realidad que sufrimos y las historias que otros te contaron. Esta reflexión viene a cuento porque desde hace varios días, una reposada inquietud me agitaba cada vez que mis oídos eran asaltados por alguna de las "nuevas" estrategias de los "genios" del gobierno para "resolver" la crisis; rutilantes estrellas gracias a las cuales siempre estaré escaso de comillas, pero próspero en razones para redactar estas líneas. Dicha inquietud, siendo ya rancio baquiano de mis demonios y malas mañas, tenía la plena seguridad que se originaba en una de esas historias leídas en otras épocas, la cual, olvidada en algún rincón polvoriento de la memoria, encajaba como mano en su pilón con estas declaraciones infelices que forman parte de la realidad de nuestro diario sobrevivir.

El caso es que, luego de varias noches en vela, y de varios días de sonámbula reflexión, finalmente encontré, disipadas en las sombras de un sueño lucido, a las palabras que mi desasosiego buscaba: "Los cuentos de las mil y una noches". Eureka, me dije con satisfacción, más contento que empresario patriota con cuñado en Cencoex. Para quien no tenga nociones de este conjunto de historias entrelazadas y fascinantes, que nos han sido legadas desde la Persia antigua, procurare hacer una apresurada sinopsis: la joven Sherezade, hermosa como toda princesa de cuento, tuvo como destino la cama de un sultán, quien tenía por mala costumbre la de decapitar, al día siguiente del monárquico revolcón, a todas sus compañeras nocturnas. Cosas de cortar por lo sano cualquier relación antes del temido: "no eres tu; soy yo". Y después hay recién llegados al mundo de la literatura que afirman, con toda la audacia de la ignorancia exaltada, que las cincuenta sombras aquellas son lo más osado y peligroso en sexo y erotismo que se haya escrito jamás. Y revuélcate en tu tumba, Donatien Alphonse.

Orden en la pea, y sigamos: la princesa, que de pendeja tenia lo que yo de optimista, decidió que no tenía ninguna maldita gana de terminar descabezada y sin marido, y se jugó el resto a caerle a cuentos al desagradecido príncipe; estrategia quimérica que, como ustedes pueden ver, es costumbre arcaica en las relaciones entre hombres y mujeres. Actuando de manera proactiva, como dicen los gurúes de la auto-ayuda y la auto-coba, y en prevención de una cortada de patas que incluyera también la de su cabeza, la Sherezade, que amen de bella tenía una lengüita acorde con su inteligencia –material no apto para el Miss Venezuela-, se inventó una de relatarle al sultán homicida una serie de historias que, al momento de llegar la fatídica mañana, siempre quedaban a la mitad, enlazando el final de una con el inicio de la siguiente, lo cual dejaba al monarca alborotado y expectante, como dejan a sus televidentes los modernos escritores de novelas rosa. Esto se dilató una noche tras otra, hasta llegar a mil más una, momento en que el sultán se despertó con la noticia de que Sherezade ya tenía dos hijos suyos, que lo había demandado por obligación alimentaria, y que decapitarla ya no era políticamente correcto ni se veía bien en su perfil de instagram. Y colorín colorado, la Sherezade se había salvado.

Y dirán ustedes, ¿qué carajo tiene que ver una princesa persa, charlera y viva como ella sola –abuela del turco de la mueblería, de seguro-, con los mil y un fantoches que nos desgobiernan, o aspiran a hacerlo? Fácil, perolito: que muy a lo Sherezade, cada vez que estos parapetos de gente se encuentran asediados como el pana Damocles, con una espada recién amolada por Juan Bimba colgando sobre sus plenipotenciarias y representativas cabezas, los rebisnietos de la Malinche se sacan un conejo despresado del sombrero, o apelan a una moneda críptica o a un bono limosnero, o se diseñan pret a porter una conspiración del Imperio; en fin, apelan a cualquier fábula que, indefectiblemente, es al mismo tiempo la continuación de una e inicio de otra, y así siguen y siguen, hasta el infinito y más allá. Nuestros fantoches políticos se ganan la vida, muy engreídos y sinvergüenzas, tratando de convencernos que mañana será mejor, que los anunciados anuncios que oportunamente serán anunciados cuando al gallo pelón le salgan plumas, son la panacea universal de todos nuestros males, lo que abarca desde la carestía económica hasta el sarpullido ingles que afecta al vecino de al lado. Y tranquilo, Damocles, tómatelo con soda, que la espada no caerá hoy, ni mañana tampoco.

No tengo ni prostituta idea de cuantas noches con sus días le durara la gracia a los fantoches de turno. Ya nos han echado mil cuentos, más la correspondiente ñapa, y siguen enteros, ufanos, muy orgullosos de su capacidad de agarrarnos pa’ pendejos. Pero tan seguro como a que todo cochino gordo le llega su cuchillo sabatino, la paciencia y la capacidad de merendar embustes del Soberano se están agotando. Cuando el hambre y la desesperación no acepten más las razones de la sinrazón, cuando Juan Bimba se deje de comer cuentos y comience a pedir, machete en mano, la leche de los muchachos, ni Sherezade resucitada se salvara de la escabechina. Pero tranquilo, Damocles, sigue así, que te luce la gracia; tranquilo, que mañana es sábado.

@richardy2k75



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