Más hace en un día un intrigante que cien hombres de bien en un mes (III)

De pronto, y encontrándose el Libertador en el Perú muy próximo a la fecha de la Batalla de Ayacucho, se le abre otro frente de batalla, éste, con lacerantes implicaciones, pues se trata del Congreso Neogranadino, en el cual un grupo mayoritario de diputados, asintiendo a una solicitud muy reservada llevada adelante por 3 de ellos, todos de nacionalidad colombiana y de mucho renombre en el Poder Legislativo: Vicente Anselmo de Azuero y Plata, abogado y periodista; Francisco Soto, abogado, y Francisco Gómez, abogado también, presentan a la cámara el texto de aquel decreto; que sin mucho debate es aprobado. Resulta ser que los 3 diputados nombrados anteriormente, muy amigos del Vicepresidente de la Gran Colombia, General Francisco de Paula Santander, y siguiendo sus órdenes, introducen el texto de tal decreto sancionado el día 28 de julio de 1824 en el Congreso colombiano, al cual ese mismo día el Vicepresidente le pone el ejecútese. La comunicación del Congreso de Colombia informando tal decisión la recibe Bolívar en el mes de octubre, fecha en la cual ya se encontraba Bolívar planificando las tácticas y estrategias a seguir en el transcurso de la batalla de Ayacucho, batalla que significaba, de salir victoriosa las tropas republicanas, el fin del dominio español en Suramérica. La reacción de indignación de Bolívar no se hace esperar, era lógica aquella reacción de arrebato. Sin duda que Bolívar aquel decreto lo desconcertó grandemente, y así lo dejó ver en algunas comunicaciones a sus amigos, pero en poco tiempo nuestro héroe se repone y cree necesario mostrar sumisión y respecto al acto legislativo que le arrebataba lo más querido por él desde que se hizo hombre público: la jefatura de las tropas y con ello el privilegio de conducirla en la más importante batalla por la independencia del Continente Suramericano, Ayacucho, y que tendría lugar pocas semanas después de tal destitución. Entonces Bolívar, demostrando su conocida pericia mental para salir de las dificultades, se somete sin ambages al dictado de la Institución Legislativa Colombiana. Bolívar acepta su destitución y procede a entregar el mando del ejército a su muy apreciado General Antonio José de Sucre, para luego marcharse y residenciarse en una hacienda, cerca de la ciudad de Lima.

Su comportamiento deja ver a un Bolívar apegado a la ley, sumiso a lo ordenado por el Congreso, aunque aquella disposición le arrebataba la jefatura de unas tropas que él había reunido, organizado y adiestrado. Tropas formadas por hombres venidos de Colombia, de Argentina, de Ecuador, de Venezuela, de Inglaterra y por supuesto de Perú. Habría que considerar que Bolívar tenía todo el apoyo militar a su favor, por lo que no le representaba mayor problema el alzarse contra aquella extraña e injusta orden del Congreso; pero aquella posibilidad ni siquiera llega a pensarla. Claro que Bolívar antes de marcharse da a conocer a sus tropas y oficialidad la disposición del Congreso separándolo del ejército, lo cual levanta en ellos un conato de rebeldía, y se puede decir que todos le hacen saber que no estaban dispuestos a aceptar tal decreto, sugiriéndole hiciera él lo mismo, sin embargo, Bolívar interviene en el desbarajuste que se formó, apacigua los ánimos y convence a su gente que tienen que acatar el mandato legislativo. Bolívar entiende que aquel revés sufrido no iba a distraerlo de lo más importante en ese momento cual era ayudar al General Sucre y a las tropas a prepararse y reanimándolas para que salieran victoriosas en la batalla que se avecinaba. El genio de Bolívar, que ya había sorteado tantas dificultades, se impuso y no permitió desviar su propósito, él se dio perfecta cuenta que cualquier enfrentamiento que se viera existía entre las altas autoridades del gobierno traería un choque emocional que pondría en peligro la victoria que tanto esperaba. La Batalla de Ayacucho era la prioridad, lo demás era secundario, ya habría tiempo de arreglar las cuentas a sus enemigos agazapados y escudados tras algún cargo oficial dentro del Estado.

Es admirable el desempeño mostrado por el Libertador en esos días ingratos, pues a pesar de la amargura que provocó en su corazón el acuerdo legislativo se sobrepone a la misma y guarda la compostura. El Libertador Simón Bolívar demuestra ser un verdadero estadista, y solo a los mezquinos legisladores causantes de su pesar les hace llegar su comentario: "En lugar de darme las gracias por mis servicios, se quejan de mis facultades extraordinarias; facultades que yo no les solicité" Su inteligencia sana su dolor, ella le indica cuál debe ser su actitud como Primer Magistrado de la Nación en ese momento crucial para la Gran Colombia. Bolívar sabía que ante todo tenía que defender a la República, a sus Instituciones y a la Constitución Nacional, a sus oficiales y a sus tropas; porque él en cuerpo y alma se debía a la República. Bolívar dice a sus oficiales: "Estoy por entero al servicio del Estado" dando un edificante ejemplo, pues era él el mayor y primer garante de la institucionalidad. Y así, es como se dedica por entero a conseguir lo que era urgente e importante: Derrotar al poderoso ejército español del Virrey José de La Serna, acantonado en la cima de Los Andes.

*El Libertador Simón Bolívar escribe a Don Hipólito Unanué el 30 de mayo de 1825. "Más hace en un día un intrigante que cien hombres de bien en un mes"



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José M. Ameliach N.


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