Querer es poder, fortaleza de un pueblo digno, eso es Patria

La escuela del pobre en los años de la IV república

Un rebaño de muchachos con el bastimento en el morral, solitarios, con tan solo un compromiso, estudiar a veces en medio de su soledad, buscando el soporte, la compañía de la familia, conformes con las sobras de la mesa, algún fardo por cobija, para cubrirse del frío de la noche y del duro piso por lecho, sacos llenos de granos, amontonados en un rincón, servían de cabeceras de aquellos diminutos cuerpos, vencidos por el hambre y el agotamiento. Todos esos inconvenientes no vencieron el ánimo y la voluntad de llegar a la meta.

La abundancia en la mesa ajena vista desde lejos, con suculentos y apetitosos manjares, llenaban las ansias del poderoso, con la mirada derramada del muerto de hambre, los pies descalzos posado en el rustico suelo, a veces desdentados, con su ropa llena de remiendos, así se retrató la humanidad y la represión de los pobres, al que solo le quedaban las sobras de la mesa de los ricos, aun así, no salieron a rebuscar comida en los basureros, la comida no se botaba, tenía su costo.

Esto no bastó para quitarle las esperanzas de volver al día siguiente y pasar por las mismas circunstancias del cada día. La voluntad de asistir a una escuela y aprender, no le quitó la fe en su futuro, la escuela de sus vidas les enseñaba, como una gran escuela, la misma vida, esta les enseño la diferencia el bien del mal, lo malo y lo bueno, a la gente y su condición humana.

La dignidad como personas, la llevaban ya como escudo, para retar el futuro al cruzar la esquina, un por hacer que vieron lejos, pero lo colgaban en el mismo morral, ahí transportaban sus sueños.

Un bollo de pan y guarapo, fue lo suficiente, para saciar el apetito, era su comida, el alimento honesto que se ganaron sus padres para nutrir su espíritu luchador. La fe en las instituciones los guió, buscando la libertad de ciudadanos y ciudadanas que hacen una Patria.

Esa sabiduría nadie la arrebata, ni el pensamiento junto a las ilusiones, ni las ansias de vivir, ese norte como meta, los motivó a planear un futuro de esperanzas, como verdaderos maestros. Consiguieron la vía de la decencia y la moral, que acompañan los valores de los seres humanos.

La semilla germinó, en esa tierra salvaje, brotó con la ayuda del abono, el de la honestidad, que en el tiempo retoñó. El cielo se despejó, se apartaron los malos vientos y se abrió un horizonte lleno de esperanzas en un lugar merecedor a cada quien. Echaron el miedo en el morral, junto a su bastimento, retaron a las inclemencias del sol y el aguacero en el cada día, sobre sus quemados rostros y sus respingonas naricitas, llovieron aguaceros de esperanzas, corrieron detrás de las nubes y se montaron sobre lo más alto del infinito, para ver el camino abajo, que los llevaría a un destino glorioso.

La inclemencia lavó sus rostros y enjugó sus lágrimas que resbalaron por las sonrosadas mejillas, tostadas por rayos ardientes del rey sol. El dulce rocío del agua, rodó por las rosadas mejillas, hasta reposar en el lecho reseco de sus labios. La vida le dio su mejor escuela, hoy muy difícil que les arranquen el sueño que les tocó alcanzar.

Hoy la inclusión llega a los más apartados rincones, donde hay escuelas, liceos y hasta universidades nadie emigra para aprender.



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Norma Rivas Santacruz


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