Un niño de cumpleaños

"Aléjame de la sabiduría que no llora,

la filosofía que no ríe y la grandeza

que no se inclina ante los niños."

Khalil Gibrán

La semana pasada, fui con mi compañera a Santo Domingo, en el Estado Mérida, a presenciar la llegada de la quinta etapa de la vuelta al estado Táchira, en bicicleta. Al salir, la madrugada estaba sumamente agradable, con un clima propicio para el romance o cualquiera aventura en los andes venezolanos. Después de Barinas, empezamos a sentir la baja temperatura con un frio, que penetraba por cualquier rendija del pequeño vehículo, donde nos trasladamos. Al llegar a Barinitas, el frio se hizo más intenso, anunciando lo que íbamos a conseguir más adelante. El paisaje se presentaba con una vegetación, adornando la estrecha carretera entre curva, y curva, donde se podían observar los matices de la hermosa naturaleza, sin ninguna muestra del verano, que empieza hacer estragos en los llanos venezolanos.

Al llegar al sitio conocido, como el "velo de la novia", una leyenda, contada por los pocos moradores del lugar, con la paciencia de las mujeres, y hombres de este bello paraje, nos encontramos a un señor, acompañado de su pequeño hijo, con toda la inocencia del mundo, reflejada en su rostro, con muestras del agradable clima de las alturas. El silencio de la mañana en la humilde vivienda los envolvía, mientras abría la puerta trasera, para dejar entrar la esperanza en el pequeño negocio, donde se puede degustar un sabroso cafecito mañanero, acompañado de unos pastelitos de agradable sabor, pero fríos, como el amanecer.

En el corto rato, estuvimos observando la imponente montaña, dando inicio a una amena conversación con el señor, un hombre de poco hablar, pero muy atento a cada palabra de sus visitantes. El niño, observaba sin moverse, apoyado de una vieja puerta de madera. Empezamos a buscarle conversación, pero solamente conseguimos el rostro serio, con las manos agarradas, sin pronunciar una sola palabra, parecía la foto de un angelito, pintado en la pared. En repetidas oportunidades le preguntamos el nombre, seguía sin pronunciar una palabra; mantenía la mirada fija en los dos visitantes mañaneros. Al momento, escuchamos la voz de su padre, quien lo observaba con una sonrisa tan llena de ternura, que por momentos nos hizo olvidar el motivo del viaje: ¡Se llama Samuel, y hoy, está cumpliendo tres añitos! Empecé a entonar la única estrofa, que siempre recuerdo de la muy conocida canción de cumpleaños, a pesar que no poseo ninguna cualidad para el canto, lo hago en momentos, como este, dejando escuchar ¡Cumpleaños feliz/ te deseamos a ti/ Cumpleaños Samuel/ Cumpleaños feliz! ¡Bien! ¡Bien! La canté, con todo el amor del mundo, bajo el silencio de mi compañera, el alegre señor, y Samuel, quien seguía inmutable con los ojos muy despiertos, parecía impresionado de estar escuchando, y observando algo muy extraño. Su padre, empezó a sonreír sin dejar de verle el rostro a su hijo; se encontraba tan emocionado, como si era él, el verdadero cumpleañero; al finalizar se escucharon las palmas, aplaudiendo en medio de la soledad de la montaña, para celebrar el cumple año de un niño andino, de los tantos que viven, casi escondidos en medio de estos parajes.

Al reiniciar el recorrido, recibimos la agradable sorpresa del cumpleañero, tan reconfortante, como todos los momentos del corto viaje –– ida, y vuelta –– el cual nos pareció una eternidad. El niño, había salido a saludarnos con una sonrisa angelical, parecía haber entendido el motivo de la canción, para finalmente levantar su mano derecha, despidiéndonos con tanta ternura, que difícilmente voy a olvidar mientras viva.



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Narciso Torrealba


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