El bicentenario de la muerte de Francisco de Miranda

La humanidad conmemora ahora, el 14 de julio del corriente año, el Bicentenario de la muerte de Don Francisco de Miranda, Precursor e Iniciador del proceso independentista hispanoamericano.

Su muerte fue un proceso largo y penoso, soportado en medio de recuerdos y desgracias, y atormentado con las graves noticias de los acontecimientos de su patria, envuelta en fiera lucha por su independencia, lejos de su mujer y sus hijos, a quienes no volvió a ver, desde su salida hacia Venezuela, después de haber hecho variadas diligencias para solventar favorablemente su situación, acciones inútiles ante el empecinamiento de sus enemigos españoles; engrillado, avejentado, enfermo, sombrío, sufriendo persistentes calenturas, y el escorbuto, mal típico de las prisiones entonces, con su secuela de incomodidades, y con la esperanza de una pronta fuga, veía, sin embargo, desesperanzado, cada día la inminencia de su deceso. El 25 de marzo sufre un ataque cerebral, apoplejía se dice entonces, que lo disminuye en las semanas finales de su existencia y dificulta sus planes.

Ocurrida en horas de la alta madrugada, el 14 de julio de 1816, cuando con la ayuda de amigos, había estado preparando su fuga del fatídico penal, su fiel asistente en el penal, Pedro José Morán, dejó este testimonio del infausto suceso, al comunicarlo a los señores Duncan Shaw:

"Hoy, 14 de julio de 1816. Mis venerados señores. En esta fecha, a la una y cinco minutos de la mañana, entregó su espíritu al Creador mi amado señor don Francisco de Miranda.

No se me ha permitido por los curas y frailes le haga exequias ningunas, de manera que en los términos que expiró, con colchón, sábanas y demás ropas de cama, lo agarraron y se lo llevaron para enterrarlo. De seguida vinieron y se llevaron toda su ropa y cuanto era suyo para quemarlo.

Es cuanto puedo noticiar a ustedes, y ruego me digan que he de hacer con unos papeles que él guardaba mucho, y que, igualmente, avisen al señor don Pedro Turnbull de todo lo acaecido.

Dios guarde a ustedes muchos años.

Verdad."

Queda registrada con el dolor apesadumbrado de Morán, la pérdida de tan preeminente venezolano, egregia figura de los libertadores de la lucha independentista. Destaca Morán como sus restos fueron llevados inmediatamente a enterrar sin exequias algunas. Destaquemos que al igual que a Sucre, no le fueron dispensados honores, ni civiles ni militares, los que se tributan usualmente a los hombres que se destacan por sus altos y desinteresados servicios para beneficio de los pueblos; y su despojos mortales, para dolor de los venezolanos de todos los tiempos, se perdieron irremediablemente en el osario común de La Carraca de Cádiz, lugar que fue de reclusión para sus últimos años de revolucionario fiel, recto, vertical, a quien las incertidumbres de su admirable existencia no lo arredraron nunca ni lo hicieron doblar la cerviz, hasta entregar su cuerpo a la muerte.

Señala también Morán su preocupación por unos papeles que celosamente guardaba Miranda, hombre preocupado por anotarlo todo y por registrar minuciosamente los hechos de su vida, entre esos papeles, sin duda, estarían las pruebas documentales de sus gestiones y peticiones de liberación final, para regresar a su casa y los suyos, sin éxito, ante las autoridades españolas, incluso el Rey. Revela también el testimonio de Morán, la fidelidad de los amigos de Miranda, consecuentes con el Precursor hasta lo último, preocupados siempre por su salud y bienestar, y prestos al auxilio material y monetario. Muerto Miranda, estos amigos siguieron velando por la viuda e hijos del insigne hombre, de ideas y de armas, de vastos proyectos americanos.

¿Por qué así la muerte de Miranda? A lo largo de su vida, Miranda fue señalado como un peligroso enemigo de España. Persistentemente vigilado y perseguido, el itinerario del espionaje español concuerda con la trashumancia de Miranda por gran parte del mundo de su época. En todas partes, el servicio diplomático y secreto del Estado español, sigilosamente observaba los pasos del viajero, y éste ingeniándosela siempre, para evadir el estrecho cerco que sus enemigos le tendían.

*****

Todo comenzó cuando Miranda se manifiesta como un partidario de la independencia hispanoamericana, y comienza su larga y persistente labor de formulador de planes, difusor de ideas, organizador de empresas libertarias, de grupos, de agentes, de expediciones, de búsqueda de ayuda material y financiamiento, para materializar sus inquietudes. Una tarea larga, que le duró toda la vida.

Muy joven, de 21 años, parte de Caracas, lugar de su nacimiento, con destino a España, donde comienza su actividad militar. Participa en algunas campañas en el norte de África, para luego ir a Cuba, bajo las órdenes del Mariscal de Campo Juan Manuel Cagigal, y participar después con distinción, en la Revolución de independencia de los Estados Unidos.

Los avatares de la lucha, lo llevan a romper con España, y empieza a formular sus sueños independentistas, ante importantes líderes y gobernantes estadounidenses, en quienes pone sus esperanzas para sus planes futuros. Durante diez y siete meses viaja por los Estados Unidos, en su persistente deseo de ver, y conocer realidades materiales y personajes destacados.

Cabe señalar, que a pesar de su enemistad con España, Miranda nunca se permitió participar en acción alguna promovida por otros en contra de España. Cada vez que se le proponía su participación en tal sentido, se rehusaba a tales aventuras.

Miranda piensa, que al igual que en Estados Unidos, él puede hacer gestiones favorables a sus planes en otros países. Y comienza su periplo, que lo lleva a visitar otras regiones y personajes, observando, anotando, comparando, aprendiendo. De Estados Unidos marcha a Londres, y de allí a Europa en un largo viaje por pueblos y regiones, durante cuatro años. Su biógrafo Tomás Polanco Alcántara, en su obra: Francisco de Miranda ¿Don Juan o Don Quijote? Registra de la propia mano del Precursor, los distintos pueblos de su interesante recorrido.

Y continúa lo que ya había iniciado en España, lo que será constante de su vida: la compra de libros, la visita de lugares, iglesias, hospitales, instalaciones militares y fortalezas, conventos, museos, bibliotecas, universidades, puertos, conciertos y representaciones teatrales, campos y regiones agrícolas, admirando y describiendo paisajes, y el conocer connotados personajes de las regiones visitadas, hombres y mujeres: políticos, clérigos, artistas, filósofos, escritores, cortesanos, en cuyas conversaciones no falta el conocimiento e intercambio de libros, y el amor correspondido de alguna damisela, para el solaz de sus noches solitarias. Todo registrado en sus Diarios y recogido en su fenomenal Archivo, que, como fuente de información, son los mejores testimonios de la interesante existencia del prócer. Después de muchos avatares, esos estupendos documentos son hoy propiedad del Estado venezolano, que ha tenido a su cargo, su necesaria difusión para las generaciones de hoy.

De regreso en Londres, es entonces cuando se acerca a William Pitt, Primer Ministro, desde 1784. Inicia conversaciones con el ministro William Pitt, en busca de ayuda para sus viejos planes, con poco éxito. Diversos factores políticos y diplomáticos demoran la respuesta inglesa a lo planteado por Miranda en sus planes y propuestas, lo que ocasiona desespero y desasosiego en Miranda.

Estando en Londres, en los días sucesivos ocurre la toma de la Bastilla y comienza la Revolución francesa. Tras los nuevos y significativos acontecimientos, Miranda piensa que en Francia puede encontrar la ayuda para sus planes, que Inglaterra no termina de ofrecer. Y esperanzado, dirige sus pasos a Francia.

Miranda sale de Londres para Paris, el 19 de marzo de 1792; cinco días después llega a París. Va a permanecer en Francia alrededor de cinco años, hasta 1798. En medio de los acontecimientos, Miranda estaba dispuesto a regresar a Londres, pero es invitado a permanecer en Francia. Es designado Mariscal de Campo el 1 de septiembre de 1792, después de analizar su condición de extranjero, y destinado al Ejército del Norte, comandado por Dumouriez, hasta el 21 de marzo de 1793, fecha en la cual es citado al Tribunal Revolucionario, víctima de los enredos, intrigas, conspiraciones y manejos de los grupos extremistas que sumieron a Francia en la tiranía y el terror.

Enjuiciado, prisionero, demostrada su inocencia, se salva milagrosamente de la guillotina, queda libre pero con relativa libertad, vigilado, perseguido, permanece en Francia hasta que al fin regresa a Inglaterra, cuando ha perdido las esperanzas de lograr algo en Francia, el 3 de enero de 1798, subrepticiamente, con peluca y espejuelos verdes sale de París. Ahora es un General, con experiencia política, con ejercicio de la guerra, y con una nueva visión de la vida, como lo señala su biógrafo, Polanco Alcántara.

Desilusionado de no haber podido participar en la vida activa francesa, siempre vista su condición de extranjero, a pesar de sus valiosos servicios militares y políticos, regresa a Londres, a reemprender su lucha americanista.

Y otra vez a comenzar. Ya en Inglaterra inicia de nuevo su calvario con la diplomacia inglesa. Pitt, aunque acoge sus ideas y las respalda, aconséjale sin embargo esperar, pues por los momentos no puede hacer nada. En sus conversaciones Miranda vive entre la euforia y la desesperación, a veces optimista, a veces deprimido; sólo le queda el consuelo de la lectura y sus paseos por el campo. Y esperar, como una hoja al vaivén de los vientos, sumido en el juego de los intereses de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, entre ellos y con respecto a España. Y renueva sus contactos epistolares con unos y otros. Y decide volver a Francia.

Nuevamente, Miranda sale de Londres para París, ya Napoleón era el Primer Cónsul. Esta permanencia en Francia fue corta, incómoda, de nuevo bajo la mirada del Gobierno. Fouché, ministro de la Policía, hacíale la vida poco placentera, siempre vigilado y restringido en sus movimientos. Sus enemigos, en Francia, vuelven a enturbiarle la existencia, reviviendo pasados resquemores, cuando casi fue llevado a la guillotina.

Ante esta confusa situación, que lo insta por orden policial a salir pronto de Francia, Miranda abandona París, el 17 de marzo de 1801. Regresa a Inglaterra. No volverá jamás a Francia.

Aunque no logró lo que esperaba, para la posteridad, su actividad en Francia, sin embargo, le valió el reconocimiento: su nombre inscrito entre los generales de Francia en el Arco de Triunfo, de la Plaza de la Estrella, su retrato, en el Palacio de Versalles, y su estatua de bronce en el campo de Valmy.

Otra vez en Londres, a renovar sus diligencias e inquietudes; asume el anonimato, se llamará entonces Mr. Martín. En secreto sigue con sus planes. Que más que planes parecían una ilusión. Como don Quijote, le miraron Napoleón y el presidente Adams, de Estado Unidos. Y renacen sus esperanzas, la mirada tendida ahora hacia los Estados Unidos.

Las relaciones secretas y a conveniencias entre Inglaterra y España impedían la materialización de sus planes. Los ingleses, con Mr. Pitt a la cabeza, demoraban su ayuda, todo iba en ofrecimientos que cuando Miranda percibía la posibilidad de acción, pronto era urgido a esperar pacientemente.

Miranda comprendió que el tiempo transcurría y él ya empezaba a envejecer, tenía 55 años y su primer hijo, Leandro 18 meses.

Creía contar con amigos en los Estados Unidos, y en ello cifraba ahora sus esperanzas, para ir, al fin, a Venezuela. Hace arreglos, y el 2 de septiembre de 1805, se embarca para New York, adonde llega el 9 de noviembre. Ejercía la presidencia, por segunda vez, Jefferson, y la Secretaría de Estado, James Madison.

Con apoyo de algunos amigos, prepara su expedición a Venezuela. Después de muchos obstáculos, de numerosos trámites y conversaciones y de intercambio de ideas con gobernantes y amigos privados – búsqueda de financiamiento, conseguir naves y su equipamiento y reclutamiento de personal- cuyo principal factor de ayuda fue el Coronel William S. Smith, leal y consecuente amigo de Miranda, pudo Miranda disponer la expedición y salir del puerto de New York, el 2 de febrero de 1806. Smith quiso hacer el viaje con Miranda, pero no obtuvo el permiso del gobierno. Ofreció a su hijo mayor, William S. Smith, como Ayudante de Campo, que Miranda entusiasmado y agradecido aceptó.

La expedición llegaría a las costas de Ocumare, con escala en Jacquemel, Haiti.

En una navegación con muchos tropiezos, climáticos, administrativos, personales y disciplinarios, se avistó tierra firme, en la tarde del 27 de abril, a seis millas de Ocumare de la Costa. Se acordó el desembarco para el siguiente día. Pero los españoles ya avisados por Irujo, su agente diplomático, desde Filadelfia, al salir los barcos mirandinos, tomaron previsiones, y dos barcos esperaban a los expedicionarios. A las ocho de la mañana comenzó el cañoneo entre las naves. Como consecuencia las dos goletas, Bachus y Bee fueron apresadas. Un capitán murió en combate, algunos oficiales se ahogaron y cincuenta y siete hombres prisioneros.

El 21 de junio de 1806, de los prisioneros, los oficiales mayores de 25 años y los marineros y sirvientes, diez en total, fueron ahorcados y expuestas sus cabezas en lugares públicos, según lo acostumbrado.

El 4 de agosto de 1806, la efigie de Miranda, la bandera y su proclama fueron quemadas en la Plaza Mayor de Caracas. Su cabeza fue puesta a precio.

Después de la derrota El Leander se dirigió a Trinidad, pero en el trayecto se encontró con la corbeta inglesa Lily, cuyo capitán invitó a Miranda hacia Granada, desde donde luego partió Miranda a Barbados, en busca del apoyo del Almirante Cochrane, para una nueva tentativa de acercamiento a Venezuela.

Las noticias de la expedición mirandina y los objetivos trazados por Miranda ocasionaron en la población oligárquica y sus dirigentes la repulsa del expedicionario, que fue tildado de traidor y de agente inglés por las autoridades. Sufre Miranda por parte de la oligarquía caraqueña las mismas muestras de odio, animadversión y rencor que ésta manifestara a su padre, por no ser miembro de la casta superior caraqueña, debido a su condición de comerciante.

El 21 de junio de 1806, nuevamente sale el Leander de Barbados rumbo a Trinidad y Tobago. Y el 25 de Julio sale de Trinidad, hacia otra tentativa, hacia Venezuela, navegando hacia el oeste, y el 2 de agosto llegó frente a la Vela de Coro. Las tropas españolas abandonaron la zona y Miranda ocupó Coro el 4 de agosto, en la madrugada. Permanece en Coro hasta el 7 de agosto, cuando al no contar con ninguna manifestación de apoyo, la abandona. Los residentes que recibieron y atendieron a Miranda expresan el buen comportamiento de Miranda y su tropa durante su permanencia en la ciudad. Nadie fue irrespetado, tampoco las propiedades.

Miranda se trasladó a Aruba, fuera de la jurisdicción española, pero con la intención de permanecer cerca de la costa venezolana, y luego ocupar algunos pequeños puertos y dirigirse a Puerto Cabello. Esperaba refuerzos de Jamaica.

Pero el Almirantazgo inglés transmitió a sus oficiales en el Caribe la orden de ofrecer a Miranda sólo protección en caso de ser atacado por una fuerza naval enemiga.

Miranda comprendió que su acción no era coincidente con la situación política europea, donde Napoleón ejercía su primordial influencia, ni era conveniente a los intereses ingleses. Ante tales circunstancias, decide entonces dar por finalizada su acción y dirigirse a Trinidad. Termina así la expedición Mirandina.

Regresa a Inglaterra, desilusionado por la falta de apoyo de sus conterráneos, para cuya gran mayoría era en verdad desconocido.

Sigue en Londres, sumido en sus sueños independentistas. Ocurren entonces los acontecimientos de 1810, y a Londres llega la misión diplomática que la Junta Superior caraqueña envía ante el gobierno inglés en busca de reconocimiento y apoyo para el proceso independentista, integrada por Bolívar, Bello y López Méndez. Urgido e invitado por estos para regresar a Venezuela y sumarse al proceso revolucionario, Miranda llega a Caracas en diciembre de 1810. Se incorpora de inmediato a las acciones entonces en curso.

Cuando Miranda regresa a Caracas trae consigo su bien ganada fama de luchador revolucionario por la libertad, pues en su largo periplo por el mundo de su época, su misión consistió en abogar, reclamar, exhortar, convencer, formular planes, organizar expediciones, ganar adeptos para su muy querida causa de la libertad hispanoamericana.

Los oligarcas manifiestan su desacuerdo con la llegada de Miranda, pero al fin la aceptan al ser prohijada su presencia por los Bolívar, y otros jóvenes miembros de reconocidas familias mantuanas.

Y Miranda comienza entonces a incorporarse a su tarea en medio de un ambiente hostil y desfavorable, de soslayo a su persona. Y como ante alguien desconocido y sin relevancia alguna, ocurre, que a la hora de escogerse los miembros del Congreso, el nombre de Miranda no es considerado. Sólo después de mucho discutir se le nombra como representante de El Pao, pequeña población de la provincia de Barcelona; y cuando se nombran los miembros de la Junta Directiva, Miranda no es tomado en cuenta, para integrarla, tampoco se le considera para formar parte del triunvirato ejecutivo para el Gobierno de las Provincias, y éste apesadumbrado expresa: "Me alegro de que haya en mi tierra personas más aptas que yo para el ejercicio del supremo poder".

Pero no sólo en los hechos políticos fue Miranda víctima de la execración, son todavía más significativos los relativos a la actuación militar. En las primeras asonadas militares, el nombre de Miranda no figura. Para comandar la tropa se nombra al marqués del Toro, sin tomar en cuenta las protestas y razones de Miranda. Interés de la oligarquía caraqueña es minimizar en lo posible, la importancia del personaje, buscar su fracaso, y evitar a toda costa su encumbramiento como jefe de significación en el proceso revolucionario que se vivía. El fracaso del marqués del Toro en la campaña de occidente, agrava la situación, y ante lo difícil de los hechos suscitados, se decide, al fin, acudir ante el insigne luchador, y se nombra a Miranda Generalísimo, con suficientes poderes para solventar los acontecimientos, que ya eran de suma gravedad.

Sin embargo, no cejan los mantuanos en sus nefastos intereses. Mueven sus hilos de poder para que Miranda siga atado a las directrices emanadas desde el Congreso y el Gobierno capitalino, que retardaban los permisos y acuerdos establecidos, para que el generalísimo tomara las decisiones necesarias y a tiempo para enrumbar su acción. Anulando y entorpeciendo así sus planes y realizaciones, orientándolos al fracaso, como era su evidente propósito. Como a su padre, el comerciante canario, la oligarquía caraqueña seguía manifestándole ojeriza a Miranda y obstaculizando su acción por el ideal independentista.

Con la situación agravándose cada vez más, y agudizándose por el prevaleciente malestar económico, el terremoto del mes de marzo de 1812, los obstáculos del mantuanaje, la insurrección de los negros de Barlovento, y el rápido repunte de las fuerzas españolas por occidente, con Monteverde a la cabeza y con la ayuda de tropas venezolanas, ante tantos inconvenientes, indeciso para enfrentar al enemigo, y quizás para evitar derramamiento de sangre inútilmente, se ve Miranda obligado a capitular, acción inaceptable para los jóvenes revolucionarios, y a tomar el camino de La Guaira, pues aspiraba ir a la Nueva Granada, para con la ayuda de Nariño, su amigo, regresar a reorganizar y recomenzar la lucha, planes que ya había confiado a su amigo Pedro Gual, a quien había designado para ejercer la representación de Venezuela en los Estados Unidos, en sustitución de Telésforo de Orea.

Ante estos acontecimientos, además de ineficiente, el mantuanaje, con el marqués de Casa León a la cabeza, califica a Miranda de traidor, y le hace falsamente la acusación de haber tomado caudales para la huida; y con ello, sobrevienen los tristes acontecimientos del 30 y 31 de julio de 1812, en La Guaira. Para evitar su salida hacia Nueva Granada, azuzados por el coronel Manuel María de las Casas y Miguel Peña, ya en connivencia con los españoles, sus jóvenes oficiales, entre ellos Bolívar, sin mando alguno, presionados por las circunstancias, lo hacen prisionero y lo entregan a Casas, y éste lo entrega a las autoridades españoles, que ahora controlan el Puerto y ordenan su cierre, y la prohibición de la salida de barcos. Así, por obra de los suyos, Miranda cae en manos de sus enemigos españoles.

Prisionero, Miranda es internado en el Castillo de La Guaira, desde allí fue remitido al de Puerto Cabello, donde escribe el 8 de marzo de 1813 su célebre Memorial a La Audiencia de Caracas, luego es enviado a Puerto Rico, donde también envía una Representación a las Cortes Españolas, el 13 de junio de 1813, ambas reclamaciones fueron ignoradas y, finalmente, es remitido a La Carraca de Cádiz. En La Carraca, Miranda vivirá casi dos años, sometido a los rigores de las cárceles españolas. Miranda es engrillado y encadenado y sometido a condiciones inaceptables para la vida de un prisionero. En ciertos momentos por la influencia de algunos de sus amigos se le quitan los grillos y cadenas y se suaviza el rigor aplicado a su condición de prisionero enemigo de España. Pero también es fácil víctima de la enfermedad, el escorbuto, muy común entonces, con sus manifestaciones de sangramiento, náuseas, malestar estomacal, fiebres periódicas, fiebres pútridas, se les llamaba, que es fiebre tifoidea, que hacen tormentosa la existencia de Miranda. Ante tantas tropelías, ansía y programa su huida, con ayuda y apoyo de amigos. En eso estaba, y faltando pocos días para la fuga, el 25 de marzo de 1816, cae fulminado por un ataque cerebral, una apoplejía, se dijo entonces, que agrava su existencia, hasta que el 14 de julio de 1816, como lo registra Morán, se extingue su vida, a sus 66 años. Lejos de su familia, y anhelando la independencia de su patria Venezuela.

Esa es la significativa fecha, que ahora evocamos, doscientos años después de tan infausto suceso. Hoy hemos vuelto a recordar de manera breve y abocetada, aspectos de la formidable vida de este venezolano, que ahora es reconocido para la historia como "el criollo más universal" y "el criollo más culto de su época": Francisco de Miranda, Generalísimo y Precursor, iniciador de la independencia hispanoamericana, que para su gloria tuvo la increíble oportunidad de participar en las tres grandes conmociones revolucionarias de su época, la Revolución independentista de los Estados Unidos, la Revolución francesa, y la Revolución independentista hispanoamericana. FRANCISCO DE MIRANDA, honra y prez del gentilicio.

gijospe@gmail.com



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