Ya es hora de que los patronos reintegren sus ganancias indebidas producto de picar los salarios

Tiempo para recordar al honesto Diógenes de Sinope

y de saber cuánto valen nuestros salarios diarios

y a cuánto asciende el pasivo patronal.

Llevar una vida comedida es la mejor competencia que podamos hacer contra el especulador burgués que hoy desesperadamente refuerza sus perversas prácticas mercantiles porque intuye que sus días se hallan contados por el sistema que lo oxigena y que ya casi no da más.

El especulador comercial [1] no termina de entender que mientras más castiga a su clientela, a la que desangra mediante precios arbitrarios que ni él mismo sabe quien los determina, mientras eso hace, decimo, su propia fortuna, sus personales rentas, también se ven mermadas y, quizás, en mayor proporción porque están contribuyendo a un cambio a mediano plazo de hábitos de consumo que achicará, sin lugar a dudas, ese cliente que hoy esquilma de mil maneras.

Dentro se esa perversa especulación figura el cálculo leonino del salario diario. Efectivamente, no conforme con la plusvalía, con la especulación en los mercados, a sus trabajadores suele pagarles por debajo del valor de su fuerza de trabajo, suponiendo que el salario básico o integral preconvenido, como mínimo hipotético, realmente cuadre con la cesta básica.

Aun así, entonces, este especulador, fabricantes, comerciantes y banqueros, jamás les han pagado completo a sus trabajadores, aunque y muy probablemente, para darle el beneficio de la duda, hasta ellos lo ignoran.

Ya lo hemos expuesto antes (Véase ). Estos especuladores se basan en la Aritmética y mediante artilugios calculatorios terminan reduciendo el precio de la hora de trabajo extra, terminan minimizando la paga de los días vacacionales, de los días correspondientes a las Prestaciones Sociales, la remuneración extra de los días de asueto trabajados.

Se trata de ganancias indebidos que perfectamente podrían ser reclamadas en estos tiempos donde el trabajador atraviesa por un desangramiento impío de esos salarios ya de por sí reducidos desde fábrica por el empleo de equivocados cálculos contables.

 


 

[1] No sobra recordar que el primer comerciante de la cadena de distribución de las mercancías es el propio fabricante, sólo precedido por sus financistas.



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Manuel C. Martínez


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