Uno de los aspectos que llama la atención del articulado constitucional aprobado en el referendo del 15 de diciembre de 1999, es el punto de partida: consagrar a la creación como fuerza motriz fundamental del proceso cultural atribuyéndole al Estado un papel de garante; la acción tutelar y la función protectiva de la labor creativa, que a su vez es libre por definición.
Ese paso fundamental se dio hace 15 años. La actividad de creación cultural e invención científica se adhiere a los fines generales de la sociedad, permaneciendo comprometida con la labor en sí misma, con el despliegue de las diferentes líneas de creación individual o colectiva pero también con las direcciones estratégicas gubernamentales, que hacen de la cultura algo intrínseco e inalienable.
Es deber del Estado: formular políticas, para potenciar y fomentar el acto creativo pues el objeto de la creación artística o la invención científica en la historia de la contemporaneidad ha pertenecido al libre uso de las facultades, en el sentido decimonónico, pero no es suficiente. Históricamente ha sucedido una deformación, propia del capitalismo, la conversión de la cultura en administración, en burocracia abrumadora, fenómeno que ya fue la causa de la caída del régimen socialista de la URSS.
En la IV República durante años, una capa del Estado o funcionariado, sin conocimiento de causa, vocación o capacidad, había logrado encerrar la labor creativa y/o oferta cultural en las fórmulas, entelequias y demás esquemas sin estatus conceptual, para desnaturalizar lo que puede ser un buen efecto de las políticas públicas. La referencia a los valores culturales, marginados a la etiqueta o terreno moral, la culpabilidad social, o las referencias filosóficas, se rompe en la formulación de la nueva Constitución. Chávez y los constituyentes en la nueva Carta Magna frenan la reproducción de los vicios de la crisis de imaginación que había operado en los últimos cuarenta años en el seno de casi la totalidad de los actores y la institucionalidad por ende del desarrollo cultural. Desde 1999, lo espiritual se eleva como soberano y bien supremo.