Vivo en una urbanización de clase media baja, donde algunos tienen problemas
para pagar siete mil bolívares mensuales por la vigilancia, pero todavía
paren para montar un bonche con mesas alquiladas y mariachi incluido. El
"Síndrome Altamira" todavía no ha hecho daño en nuestras relaciones
vecinales. Aún nos saludamos chavistas y opositores, manteniendo el acuerdo
tácito de no echar por la borda la solución de nuestros problemas comunales
y, cuando surge algún concepto político, no pasa de ser un breve escarceo
verbal que culmina con el saludo mañanero del opositor que está regando las
matas y aquel "boina roja" que le mide el aceite al carro antes de irse a
trabajar. Tenemos a algún atrevido que puso en su carro la tirita negra que
le identifica; más surge la respuesta de otro que colgó en el porche un
retrato de 80 x 50 del comandante vestido en traje de campaña. Es probable
que la procesión vaya por dentro y me suenen los oídos de vez en cuando, sin
atinar quien me mienta la madre en secreto. Pero, prevalece el respeto y la
política no le hace mella a la solidaridad natural que demostramos por el
vecino.
Cuando los Carlos "Grinchs" ordenaron asestarle una puñalada a la navidad,
ocurrieron casos curiosos. Los chavistas adornaron sus casas a finales de
Noviembre. Luces multicolores fueron colocadas en ventanas, paredes,
columnas y árboles de sus jardines; mientras algunas casas amenazaban con
mantenerse sin este ornamento navideño. María, mi vecina de origen
portugués, era una de estas personas que se rebelaba en contra de San
Nicolás y el Niño Jesús por recomendación de los Carlos en las cadenas
golpistas. Es activista confesa de los que piden la renuncia del presidente
y asiste fielmente a las reuniones escatológicas de la Casa Portuguesa. Es
probable que culpe a Chávez por su gordura; por que no salió muy bien su
liposucción o por que la cirugía le hace ver las tetas muy pequeñas. Pero,
ciertamente, no pierde oportunidad para atacarlo así conversemos del calor
que estamos sintiendo hoy cuando aún no ha llegado el verano.
A mediados de Diciembre, venía María por el centro de la calle. La saludo
efusivo, como siempre y (no puedo remediar mi naturaleza provocadora) le
digo que tiene la casa oscura; que por que no ha puesto en su casa las luces
de navidad. Ella, mostrando una expresión compungida, me responde "Como está
el país, destruido, estoy yo para poner luces de Navidad...". Mi respuesta
salió sola; quizás producto de los años de confianza: "¡No me jodas,
María...! Una vaina es el país y otra la alegría de tus hijos ¿Qué coño te
pasa?..." Lo cierto es que, y evado aquí las consideraciones políticas que
ocasionaron mi respuesta, María puso sus luces de Navidad y una por una se
fueron encendiendo aquellas casas que seguían su ejemplo. Esto me confirmó
el poder de María sobre algunas familias del sector y su proselitismo
político a favor de la "causa". Apoyo muy magro, por cierto. Por que lo que
no sabe María, es que cualquier incidente de este tipo nos sirve para hacer
pequeñas y determinantes encuestas locales que favorecen al presidente.
Pasó Navidad y llegaron las doce campanadas. Abracé a mi familia y brindé
por mi país. Recordé a María y fui hasta su casa a ofrecerle mi abrazo de
año nuevo. A fin de cuentas, somos vecinos y pisamos el mismo suelo patrio.
Este cuento extemporáneo de navidad nos recuerda, que el fascismo es un
evento colocado en nuestro tiempo por factores ajenos a nuestra natural
condición solidaria. Para vencerlo, es necesario acudir al fondo de quienes
se ven afectados por este fenómeno. Me niego a creer en los daños
irreversibles de este ataque incesante y apuesto por esas relaciones
vecinales que son fundamentadas en las necesidades comunales. A medida que
trabajemos en función de las bases y develemos el carácter disgregador de
los ataques de la conspiración, obtendremos resultados positivos para lograr
la paz de nuestros hermanos. El ataque feroz de los medios privados, ha
afectado a un escaso margen de la población y es posible que fenezcan antes
de alcanzar un resultado mayor; pues la verdad, esa que enarbolamos con
lógica aplastante, es el fusil que nos llevará a la victoria.
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