Dos conmemoraciones: Auschwitz e Hiroshima

Todos hemos sido testigos a través de los medios de comunicación de que este año se ha venido conmemorando en el mundo el sexagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, concluida en 1945. Y fue así como en mayo pasado la conmemoración estuvo dirigida a recordar y condenar el genocidio nazi, en especial la matanza masiva de varios millones de judíos, con motivo de los sesenta años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz (liberado por los soviéticos, es decir, por los rusos, no por los estadounidenses, como muchos siguen creyendo y repitiendo todavía). Y en este 6 de agosto tocaba conmemorar y condenar el lanzamiento de una bomba atómica, esto es, de un arma de destrucción masiva, de una bomba de uranio, contra la población civil de la ciudad japonesa de Hiroshima (seguida por otra bomba, tres días después, contra la población civil de Nagasaki, otra ciudad japonesa, esta vez una bomba de plutonio). Como se sabe, esta acción genocida fue la obra criminal de la aviación estadounidense, y como resultado de ella murieron unas trescientas mil personas, civiles japoneses, niños, mujeres, ancianos, sin contar los miles de sobrevivientes que quedaron mutilados o marcados de graves secuelas por el resto de sus vidas.

Dos genocidios, pues; dos crímenes monstruosos. El uno, más tradicional, el de Auschwitz y los otros campos de concentración nazis, realizado desde tierra y a lo largo de varios años; el otro, más moderno, el de Hiroshima (y Nagasaki), realizado desde el aire y en apenas unos dramáticos instantes de indescriptible horror. Dos genocidios, dos crímenes monstruosos que tendrían que ser recordados y condenados por igual con el apoyo de los medios de comunicación del mundo entero y con la presencia en actos programados para ello de los llamados líderes de los países más poderosos y ricos del mundo, en especial de aquellos cuyos gobiernos estuvieron implicados en una u otra matanza masiva, o en las dos.

En efecto, ambas conmemoraciones han tenido lugar, la de Auschwitz y la de Hiroshima. Pero ¡que diferencia entre ambas! Diferencia en todo, en la actitud de los medios, en el espacio dedicado a hablar del tema, en las lecturas del mismo, en el análisis y discusión de los hechos, en la presencia de jefes de Estado del mundo en uno y otro. Porque, no hay que olvidarlo, entre estos dos genocidios hay una diferencia esencial: uno, el de Auschwitz fue cometido por los nazis, esto es, por los perdedores de la Segunda Guerra Mundial, mientras que el otro, el de Hiroshima (y Nagasaki), fue obra de los estadounidenses, es decir, de los que no sólo ganaron la mencionada guerra sino que son hoy la primera potencia del mundo, imperialista y saqueadora, rodeada de gobiernos cómplices y vasallos que no se atreven a criticarle nada y que esperan de su benevolencia prebendas y migajas. Así pues, las conmemoraciones no podían en ningún caso ser iguales, ni tampoco podía esperarse que el poder y los medios mundiales condenaran por igual uno y otro genocidio. Para el primero sólo podía haber condena radical, sobre todo porque que se lo muestra como matanza exclusiva de judíos, hoy representados en un Estado colonialista y genocida aliado clave de Estados Unidos; para el otro, en cambio, obra de los Estados Unidos, los amos del planeta, sólo podían haber silencios, justificaciones, embellecimientos y complicidades. Toda la hipocresía, todo el doble discurso, toda la farsa mundial en que vivimos quedan en evidencia una vez más apenas se examina y compara lo que ha sido la actitud seguida por los medios y por el poder mundial en uno y otro caso.



LA CONMEMORACION DE AUSCHWITZ

En mayo pasado tuvimos la conmemoración de Auschwitz. Una verdadera conmoción mundial. Durante un mes la gran prensa y los grandes medios casi no hablaron de otra cosa: de Auschwitz, de los campos de concentración, de los crímenes nazis, del genocidio de millones de judíos, ‘algo monstruoso que no debe olvidarse nunca’, ‘algo espantoso que no debe volver a suceder jamás’. Se escribieron miles de artículos, de ensayos, de comentarios, analizando la derrota del nazismo, destacando el horror de los campos de concentración, como Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Treblinka y tantos otros, rememorando la monstruosidad de los crímenes nazis y el sufrimiento enorme de los judíos, y reiterando día a día la condena del universo concentracionario. Se lanzaron infinitos programas de televisión y se proyectaron viejas y nuevas películas sobre el tema. Esos análisis de la gran prensa y de los medios audiovisuales contaron con el apoyo y las declaraciones de los dirigentes políticos de las grandes potencias de hoy, de Europa y de los Estados Unidos.

Y en ese mismo mes de mayo tuvieron lugar destacados actos conmemorativos, en especial en el campo de Auschwitz, acompañados por supuesto del máximo despliegue mediático. Y a esos actos acudieron los grandes líderes mundiales o sus representantes, para mostrar con su presencia y sus discursos su compromiso de no olvidar nunca estos crímenes y su rechazo frontal al genocidio nazi: condena de los regímenes autoritarios, los únicos capaces de llevar a cabo tales atrocidades; defensa de la democracia y de la libertad de mercado; llamados a difundir democracia y libertad por todo el mundo para garantizar que no se repita el holocausto a que fueron sometidos los judíos. En fin, todo un hermoso canto de paz y amor en el que compitieron esos líderes políticos en un coro de declaraciones de inocencia y de fe en la democracia y en la necesidad de no olvidar el genocidio cometido por los nazis contra los judíos.

¡Pero qué hipocresía y qué cinismo detrás de toda esa secuencia de discursos farragosos, de mentiras descaradas y de actitudes inocentes! Como si el genocidio nazi fuera el único, como si ellos, los líderes mundiales de hoy, no estuvieran todos llevando a cabo genocidios similares o siendo cómplices de estos. Como si existieran Guernica y Auschwitz pero no Faluya y Guantánamo. Como si los judíos no fueran hoy los nazis del pueblo palestino. Como si el genocidio de Ruanda o el de la destruida Yugoslavia hubiesen sido meras ficciones literarias. Como si la guerra de Vietnam no hubiese ocurrido en este planeta. Como si los genocidas yankees no hubiesen regado su territorio con napalm y agente naranja y asesinado a millones de vietnamitas. Como si el genocidio de Irak no estuviera ocurriendo hoy mismo delante de las narices del mundo y con el protagonismo o la complicidad de esos líderes gordos, prósperos y bien vestidos, que se llenan la boca hablando de libertad y democracia mientras saquean al mundo y lo llenan de hambre y de miseria.

Porque allí, en el presidium de ese acto conmemorativo de Auschwitz estuvieron los cómplices de Hitler y los asesinos y genocidas de hoy, los nuevos nazis, los que asesinan pueblos e invaden países, los que saquean sus riquezas naturales y masacran a sus poblaciones en nombre de la libertad y la democracia. Y con ellos, estuvieron los cómplices, los vasallos sometidos al poder imperial de hoy para sacarle beneficios a cambio de principios pisoteados, o migajas a cambio de innoble servilismo. No estuvo Bush, el gran asesino y genocida, el que, como Hitler pero sin tener ni siquiera el carisma y la capacidad militar del sanguinario lider nazi, quiere imponerle a sangre y fuego su dominación al mundo. Pero no estuvo solamente porque, siendo como es el hombre más aborrecido del planeta, movilizarlo resulta demasiado caro y a veces peligroso. Su presencia en Auschwitz habría significado desplazar miles de soldados, marines y gorilas, aviones y helicópteros, espías de toda laya, lo que habría provocado disturbios y enturbiado el acto. Razón por la que en representación suya estuvo el Vicepresidente Cheney, también asesino y genocida, pero menos provocador y llamativo. Por similares razones no estuvo tampoco Sharon, el otro gran genocida, racista y criminal de guerra, el masacrador colonialista del pueblo palestino; y en su lugar asistió el viejo y gris Presidente de Israel.

Pero estuvieron todos los otros, los cómplices, los vasallos, todos con las manos manchadas de sangre: Putin, masacrador del pueblo checheno y tan terrorista de Estado como Bush y Sharon; Blair, el gran hipócrita, genocida menor, cómplice y perro faldero de las trapacerías de Bush; Chirac, hipócrita y farsante, implicado ayer en masacres africanas como la de Ruanda y sometido hoy a la política de Bush en Afganistán e Irak; Schroeder, situado en la misma línea de silencios y complicidades; Berlusconi, lacayo invasor de Irak, cómplice del genocidio irakí además de fascista y ladrón de siete suelas; Zapatero, el otro gran hipócrita, que sacó las tropas españolas de Irak luego del atentado de Madrid pero que sigue, igual que los otros, implicado en la guerra y en la ocupación de Afganistán e Irak y esperando sus migajas. Y por supuesto, no podía faltar el amanuense de todos, en especial de Bush: el inefable lacayo Kofi Anan, el genuflexo, el más sórdido Secretario General que haya tenido la ONU, famosa por la sordidez y el servilismo pronorteamericano de sus Secretarios Generales. En fin, allí estuvo todo el poder mundial, allí estuvieron todos los jefes de Estado de los grandes países del mundo, todo el poder imperialista estadounidense rodeado de sus principales cómplices y vasallos, la crema y nata del cinismo y de la hipocresía.



LA CONMEMORACION DE HIROSHIMA

Y en cuando a Hiroshima, en cuanto al bombardeo criminal de Hiroshima, al asesinato programado, brutal e instantáneo desde el aire de centenares de miles de civiles inocentes, ¿qué dijo la gran prensa? ¿Qué dijo esa gran prensa acerca del bombardeo de Nagasaki, donde los estadounidenses lanzaron una bomba aún más mortífera apenas tres días después, causando casi cien mil muertos civiles, cifra menor que la de Hiroshima sólo por tratarse en este caso de una ciudad bastante más pequeña y de no haber caído la bomba en el centro de la aglomeración urbana? ¿Qué dijeron de esto los grandes medios audiovisuales? ¿Qué denuncias horrorizadas hicieron, si es que hicieron alguna? ¿Qué actos conmemorativos tuvieron lugar? ¿Y quiénes, entre los líderes de los países más ricos y poderosos del mundo, estuvieron en Hiroshima en estos días para mostrar su horror, para decir discursos condenando este horrible genocidio, este espantoso ejemplo de terrorismo de Estado y garantizarnos que nada semejante volverá a ocurrir?

¿Qué dijeron los medios? Muy poco, prácticamente nada. Se impuso una línea de indiferencia, de silencio o cuando más de débil ruptura acomodaticia de éste. El silencio y las manipulaciones cómplices de la gran prensa resultaron realmente impresionantes, aun sin olvidar que hipocresía, cinismo, dobles discursos y silencios interesados son rasgos dominantes de los grandes medios al servicio del poder mundial. Porque, les guste o no, la noticia no podía ser omitida, dada su enorme significación. Habría sido demasiado torpe hacerlo. Por ello los diarios estadounidenses, europeos y latinoamericanos que no miraron para otro lado optaron por salidas tan oportunistas como hipócritas, salidas que fueron desde la casi omisión hasta la casi celebración solapada del hecho.

Veamos algunos ejemplos. En los Estados Unidos, el autor del genocidio, el país de quienes lanzaron la bomba, no sólo no hubo el más mínimo rastro de arrepentimiento sino que el tema del bombardeo apenas fue tratado. Ni el Washington Post ni el New York Times del 6 de agosto dijeron nada; y apenas en la edición del día 5 el último de estos dos diarios sacó unas pocas informaciones al respecto: una de ellas, recordando en forma escueta el aniversario; otra, reseñando la concentración pacifista que se hace todos los años en Hiroshima, como si se tratara de un vulgar acto rutinario; y una tercera, la mas grave de todas, haciéndonos saber que, de acuerdo a una encuesta reciente, la mayoría de los estadounidenses sigue apoyando hoy el bombardeo (es decir, que éste, como el actual genocidio de Irak les parece justo, de modo que cada uno de los encuestados podría respaldar con orgullo lo que dijo en una oportunidad el comandante Tibbets, el piloto del Enola Gay, el avión desde el que lanzó la bomba sobre la ciudad japonesa el 6 de agosto de 1945: que no sólo estaba orgulloso de haberla arrojado sino que si se le diera la oportunidad de hacerlo de nuevo lo haría sin vacilar).

En lo que toca a la prensa europea, la actitud fue algo más sutil. Hubo poco en los diarios españoles, italianos o franceses del 6 de agosto acerca de Hiroshima. El gran titular del día fue la ‘firmeza’ del criminal de guerra Tony Blair, revelada en sus declaraciones sobre la ‘lucha contra el terrorismo’ (el mismo que él provoca en Londres con la presencia asesina de tropas invasoras inglesas en Irak y Afganistán). Pero hubo, con todo, cierto espacio para Hiroshima. Se habló, sí, de la conmemoración de los sesenta años del bombardeo. Pero en esos casos la tendencia hipócrita fue a no hablar del hecho mismo sino de lo que pasa hoy. Por ejemplo, la noticia dominante en la mayoría de los periódicos que tocaron el asunto fue la mención de la concentración que en conmemoración anual del bombardeo llevan a cabo desde hace décadas cada 6 de agosto los pacifistas japoneses y de todo el mundo en la ciudad borrada del mapa en 1945 por la bomba atómica estadounidense. Y así, esos diarios evitaron tener que hablar del bombardeo mismo para poder centrarse en cambio en la presencia hipócrita en el acto del 6 de agosto en Hiroshima de Kofi Anann, el lacayo, el Tío Tom, el cómplice de todas las miserias de los Estados Unidos y de sus gobiernos vasallos europeos que uno y otros mantienen a la cabeza de las Naciones Unidas para que vaya a participar en representación suya en actos como éste, actos en los que su presencia está de más.

Y cuando se decidió a hablar del hecho mismo, esto es, del bombardeo, entonces esta prensa hipócrita y cómplice del poder estadounidense siguió dos vías: la de la exaltación disfrazada, o la de la supuesta y neutra ‘objetividad’. En el primer caso llegó al colmo del cinismo y se las arregló para tratar de convencernos de que ese día ‘comenzó una nueva era en el mundo, la era nuclear’, como si lo de Hiroshima hubiese sido un inocente experimento de laboratorio para la aplicación pacífica de la energía atómica en beneficio de la humanidad y no un horrible asesinato planificado en frío de varios centenares de miles de seres humanos para que los criminales dueños de un país como Estados Unidos pudieran empezar a establecer su dominio sobre el mundo, prevalidos de su superioridad tecnológica y militar. En el segundo caso se las arregló para tratar de ser ‘objetiva’, esto es, para dar informaciones sin mucho comentario, porque este resultaba comprometedor y no podía eludir las críticas a los estadounidenses ni la denuncia de este espantoso crimen cometido por los amos del mundo y del cual se siguen sintiendo orgullosos. Las menciones del bombardeo por lo demás se hicieron casi siempre en páginas interiores, lejos de las noticias importantes, como si se tratara de cortas y obligatorias esquelas fúnebres, o de meros anuncios de aniversario.

Pero el colmo de la ambigüedad y del mensaje cómplice encriptado me parece que es lo que publicó el 6 de agosto el diario parisiense Le Monde en su edición electrónica. Hay allí un video que va contrastando imágenes del bombardeo y de la ciudad arrasada por los estadounidenses en agosto de 1945 con imágenes de la próspera y bella ciudad que es la Hiroshima de hoy. Por supuesto las imágenes del bombardeo y la ciudad arrasada están en blanco y negro; las de la próspera ciudad actual se ven en cambio a pleno color. Todo pareciera dirigido a defender subrepticiamente la obra genocida de los Estados Unidos, a sugerirle a quien vea desprevenido estas imágenes que el bombardeo resultó en fin de cuentas positivo y estuvo justificado porque permitió reemplazar esa vieja ciudad en la que había edificios antiguos y casas de madera por esta imponente obra de arquitectura moderna que es la actual Hiroshima. ¡Bravo por el Enola Gay y su humanitaria bomba atómica, arquitectos aéreos de nuevas poblaciones, volatilizadores de gentes y espacios estorbosos, mensajeros incendiarios del progreso!

Manteniéndose en la misma escala de valores y guardando las proporciones (hubo trescientos mil muertos en Hiroshima y Nagasaki, y sólo tres mil en el atentado del World Trade Center) habría que exigirle a los autores de este video de Le Monde, otrora diario progresista, que esperen unos años a que se construya el nuevo World Trade Center newyorkino para confrontar las imágenes del viejo, el destruido en el atentado terrorista del 11 de septiembre, en blanco y negro, por supuesto, con el nuevo, a pleno color; y hacerle digerir a sus desprevenidos lectores que el atentado no fue nada malo porque permitió construir un complejo arquitectónico aún más moderno. Eso sería seguir la misma lógica. Pero es inútil; eso, por supuesto, no lo harían nunca ellos. La bomba de Hiroshima les gusta, pero no el atentado contra las torres yankees. Aquella fue progreso, éstos un crimen como el de los nazis. Ellos sólo defienden los crímenes propios, los de los Estados Unidos y de Europa; los otros son mero terrorismo. Pero en cambio la idea podrían aprovecharla otros. Porque también dentro de esa lógica perversa alguien podría hacer un video del mismo corte comparando– siempre por supuesto fotos en blanco y negro contra fotos en color– los miserables ghettos en que vivían millares de judíos europeos antes de la Segunda Guerra Mundial con los prósperos kibbutzs y ciudades en que viven desde la creación del Estado sionista de Israel; y hacerles sacar como conclusión a los que vean el video que los campos de concentración nazis y la expulsión masiva de judíos fueron fenómenos positivos. Siguiendo con esta visión justificadora del progreso impuesto por Occidente a fuerza de bombazos, de genocidios e invasiones, podría poner algunos otros ejemplos igualmente absurdos, pero creo que es suficiente, porque lo que quiero mostrar a propósito de estos silencios cómplices o juegos de imágenes acerca del genocidio cometido por los Estados Unidos en Hiroshima es a qué nivel de perversión pueden llegar manipulaciones como las de este hipócrita, servil –y en apariencia inocente– video de Le Monde.

Pero la hipocresía de la gran prensa sirvió también para minimizar un hecho clave: la ausencia absoluta de los llamados líderes mundiales en esa otra conmemoración, la que tiene lugar cada 6 de agosto en Hiroshima para denunciar el genocidio cometido por los estadounidenses contra la población civil de la ciudad y para llamar a la paz mundial y a la destrucción del arsenal nuclear. Porque la concentración anual de Hiroshima no le interesa mucho a los grandes medios ni al poder mundial. A la concentración de Hiroshima sólo asisten pueblos y los representantes de los pueblos, gente común, los pacifistas verdaderos, los defensores de la paz, las víctimas de los genocidios y bombardeos, los enemigos de la guerra y del saqueo de países para expropiarles sus riquezas. Allí estaba, como cada año, el pueblo de Hiroshima recordando el monstruoso crimen. Allí estaban pacifistas del mundo entero, incluyendo numerosos pacifistas estadounidenses. Allí estaba el alcalde de Hiroshima, pacifista convencido, condenando la política guerrerista estadounidense, continuadora del genocidio de su ciudad y cargada hoy más que nunca de terribles amenazas. Pero sólo ellos estaban allí. Más nadie. Nadie importante para la gran prensa, para los grandes medios audiovisuales. Ninguno de los llamados líderes mundiales estaba allí. Y es coherente en este caso su posición, ninguno de ellos podía estar allí. No sólo porque habrían sido abucheados e insultados sino porque ellos saben bien a donde van y a donde no pueden ir, no obstante todo su poder. Habría que imaginarse por un instante en el presidium del acto conmemorativo de Hiroshima a Bush, el gran asesino, el bombardeador, el genocida de hoy; a Sharon, su émulo; a Blair, su perro faldero, a Berlusconi, su otro lamebotas, o a Chirac, Schroeder o Zapatero, reunidos todos, como en Auschwitz, pero esta vez condenando con vigor el terrorismo de Estado propio y el lanzamiento de armas de destrucción masiva contra poblaciones civiles, contra niños, ancianos y mujeres. No, la hipocresía y el cinismo tienen límites, así sean éstos sólo geográficos. Sería algo así como que invitar a Bush a partcipar como orador en un acto popular irakí para condenar el genocidio de Faluya o los crímenes de Guantánamo o Abu Ghraib.

Hasta ahora tales monstruosidades parecen imposibles, pero no es del todo descartable que en medio de la hipocresía y el cinismo que hoy dominan en este planeta, los líderes mundiales, los genocidas de hoy y sus cómplices y vasallos intenten también desnaturalizar este acto de protesta y domesticarlo como tantos otros. Un indicador de ello es que uno de estos farsantes mundiales se coló en el acto conmemorativo de Hiroshima. Como dije antes, allí estaba el cínico Kofi Anann participando como orador en ese acto. Y el colmo de todo es que el amanuense de los amos del mundo, que vive cómodamente a la cabeza de una burocracia inútil, la de la ONU, que sólo sirve para legitimar antes o después los crímenes de los Estados Unidos, y que aprueba la política genocida de los estadounidenses e ingleses en Irak, tuvo el descaro de presentarse ante los pacifistas del mundo reunidos en la ciudad arrasada por la bomba del 6 de agosto de 1945 afirmando cínicamente que él era un hibakusha, es decir, una víctima del bombardeo atómico.


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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

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