Lo criticaron tanto que se hizo inmune a la crítica; lo culparon de tantas cosas que ahora no es culpable de nada; lo ridiculizaron tanto que con él se perdió el sentido del ridículo; lo satanizaron tanto que ahora sólo le faltan alas para ser un angelito".
Prodigio Pérez, la mejor politóloga que conozco, explica así uno de los más extraños fenómenos del proceso venezolano: la popularidad del presidente Chávez parece estar blindada contra fallas, errores, omisiones, pecados, excesos y tortas. La gente fustiga a los ministros, lacera a los gobernadores, denuncia a los alcaldes, quiere linchar a algunos diputados, pero advierte que "quien se meta con mi Presidente tiene un rollo conmigo".
La mayoría de los politólogos y opinadores multiuso de la radio, la TV y la prensa aseguran que todo es consecuencia de una mezcla perversa de los petrodólares, la publicidad y la labia de Chávez, con la infinita zoquetería del populacho. La Pérez, por el contrario, dice que los causantes de esta peculiar característica no son otros que los dirigentes de la oposición y su élite intelectual, la Alianza de Articulistas Antichavistas (la venerable Triple A).
La tesis tiene estricta lógica médica. Los opositores y tripleases le pusieron tanto veneno a sus invectivas contra el jefe del Estado, que si el próximo domingo una serpiente magnicida asalta el set de Aló Presidente y lo muerde, lo más seguro es que muera la serpiente y él siga, como si nada, cantando Linda Barinas.
Mucho me temo que esta teoría no va a caer nada bien en la dupla dirigencia opositoraTriple A, pues a ellos todo lo relacionado con el Presidente les incordia, pero si algo les enfurece de manera particular es el misterio de su inalterable inocencia. Cada vez que oyen a un compatriota decir que no tiene casa, ni trabajo, ni comida, pero que lo que ocurre es "que el comandante Chávez no lo sabe", se transforman en dragones letrados y comienzan a arrojar llamaradas catilinarias.
"Pero, no hay duda, ellos son los artífices del portento", sentencia Prodigio. Argumenta que la triste oposición y su élite intelectual se empeñaron en endilgarle a Chávez desde la supuestamente novísima división entre ricos y pobres hasta la inminente extinción de las tortugas arrau; desde el colapso de la economía neopetrolera hasta los humillantes fracasos del Magallanes; desde el comunismo que nos está matando hasta un brote de salpullido inglés en un Simoncito.
Mucha gente, al principio, compartió de buena fe ese tratamiento de culpabilización intensiva. Durante 2002, 2003 y parte de 2004, millones salieron a las calles a responsabilizar al Presidente de cuanta tragedia, infortunio, fastidio, desgracia, tribulación o maldición gitana hubiese caído sobre estas tierras.
Los políticos opositores y los tripleases no tuvieron la visión necesaria para darse cuenta de que el tratamiento perdía efectividad, como cuando te pones demasiados antibióticos y las enfermedades terminan riéndose de ellos. Hoy en día la mayoría de los venezolanos _así lo prueban las encuestas y las conversaciones de autobusete_ no culpan a Chávez ni siquiera de esos errores, esas fallas, esas ridiculeces que son tan suyas. "Cómo será la cosa, que hasta les parece que canta bien Linda Barinas", dice la politóloga.
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