Un fraude continuo y permanente

La democrracia popular, participativa, comunal:

Últimamente los sectores opositores, a través de los medios privados, se han empeñado en plantear dudas acerca de la pulcritud del proceso electoral reciente. Por una parte, hablan nuevamente de fraude, de ventajismo oficial, de trampa. Por otro lado, un diputado afirmó que los 8 millones y pico nos equivocamos al votar por Chávez. Aunque pudieran considerarse razonamientos divergentes, podemos encontrar puntos de conexión entre ellos. La base de la argumentación parte de sectores políticos y las clases sociales que les siguen, que se consideran dueños, por derecho, de la verdad, y representan intereses que deben ser valorados en un nivel elevado y fundamental para el desarrollo pleno de toda comunidad humana.

En ese contexto, y sólo en ése, es cierto que 6 millones de votos son más que 8 millones. Y la diferencia es sustancial porque cada voto de los “inteligentes y preparados” debe y tiene que valer, por lo menos, el doble que el de los ignorantes y marginales. En el fondo para estas élites el concepto democrático que funcionaría sería el que tomara en cuenta estas características, que según ellos, persisten en la sociedad. Algo así como lo establecido en las primeras constituciones que consagraban el voto de los que tuvieran patrimonio o un nivel de instrucción, excluyendo a los que no llenaran esos requisitos. O como ocurre en las Universidades donde sólo votan los profesores ordinarios (excluidos los instructores y contratados) y los estudiantes (con un valor muy inferior), dejando por fuera a los empleados y obreros, aunque la nueva ley modifica este esquema discriminatorio, a pesar de la renuencia a aplicarla por parte de las autoridades universitarias.

Por ello, considerar una trampa, fraude y llamar equivocados a los que votamos por Chávez, debe entenderse en este contexto. La democracia donde obreros, campesinos, los excluidos de siempre, son los que deciden por constituir la mayoría, es una trampa para las élites económicas y políticas, que no tienen nada que ofrecerles para conquistarlos, salvo su paquete neoliberal. En el pasado quedó la época en que los partidos Acción Democrática y Copei, tenían ciertas banderas sociales que les permitían generar expectativas favorables entre las clases más empobrecidas. Hoy la élite económica no admite ni siquiera la existencia del llamado Estado de Bienestar, el cual quieren borrar de la faz del planeta. De tal manera que cada vez les resulta más difícil aproximarse a esa masa social que les resulta tan extraña y lejana y de la cual se separan, creando barreras, muros, garitas de vigilancia.

¿Cómo lograr algún éxito ante un público con el que no hay la menor identificación? ¿Cómo comunicarse con ese pueblo, sino se maneja el mismo idioma? ¿Cómo aproximarse si lo que aflora es el asco, la náusea, el desprecio y la discriminación?

Por ello, para estos sectores elitescos, la democracia popular es una trampa y un fraude, estimular la votación masiva del pueblo-pueblo, acercarle los centros de votación, es una maniobra truculenta y tramposa, sólo explicable por la complicidad y la parcialización del organismo electoral. Para completar el panorama de ventajismo del gobierno, se considera que la utilización de incontables recursos para regalarlos o repartirlos entre los desposeídos, para garantizar su alimentación, salud, educación, no constituye una cuestión de justa distribución de la riqueza, sino mero populismo para comprar votos.

En su razonamiento, los representantes de la derecha, la verdadera esperanza para el progreso del país, salen derrotados en este escenario que juzgan como degradante y populachero, el cual deja al país en manos de la peor plaga de aventureros y oportunistas, sin formación, ni clase, ni rango social. De tal forma se tienden las bases para justificar cualquier acción para rescatar al país y devolver el poder político a sus “legítimos detentadores”, no importando la vía que se utilice para lograrlo, como ya lo testimoniaron en 2002, cuando no mostraron el menor asomo de arrepentimiento y ni siquiera consideraron sus actos como contrarios al derecho. Para ellos sólo así se retornará al orden institucional y olvidaremos estos años de lamentable pesadilla socialista.

Cuando hacemos este esfuerzo por adentrarnos en las ideas conservadoras, podemos entender un discurso en el que cobran sentido todos sus postulados. Y también se entiende la incapacidad absoluta de levantar sus niveles de apoyo popular que le permitirían por vía democrática alcanzar el poder político. Mientras, seguirán hablando de trampas, fraude, ventajismo, porque en sus “cerebros” esos rasgos son los que caracterizan a la democracia popular, participativa, comunal.

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Manuel Feo La Cruz


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