Los que se desviven por las planificadas urbes foráneas, rechazan todo control. Los que demandan orden, no quieren controles de ningún tipo. Los que, como el gobernador Pablo Pérez están obligados a mantener el orden en su estado, critican que se quiera combatir el contrabando de gasolina y gritan que seremos marcados como los judíos en el ghetto de Varsovia hace 70 años.
Uno no termina de entender que quieren los señores del escualidismo. Quieren seguridad, pero critican el desarme. Claman por los derechos humanos agobiados por la “dictadura” de Chávez, pero se indignan cuando se dialoga con los presos en las cárceles y piden que éstas, empezando por los “prames”, sean arrasadas a sangre y fuego.
Reclaman orden en cualquier cola, pero apenas ven una, llaman desde su Smartphone al conocido que puede colearlos. Critican la burocracia y la corrupción, pero añoran los gestores que evitaban el trabajo de hacer fila. Odian la intervención del Estado para garantizar los bienes y servicios fundamentales, pero quedan afónicos de criticar el desabastecimiento y la inflación.
Se horrorizan por nuevas formas delincuenciales como el sicariato, y cuando se les recuerda el origen colombiano, afirman sin ambages que el problema de la guerrilla y el paramilitarismo ¡no es de Colombia sino de Venezuela!
Los que añoraban en los estertores de la cuarta república un dictador que arreglara las cosas, hoy rechazan por dictador a quien se desvive por arreglarlas. Uno no entiende, no señor. Los que apoyan al candidato Capriles viven en el país, pero el país real no vive en ellos.
Viven en el país del me da la gana, del autoengaño reiterado y cotidiano, del irrespeto a leyes y normas. ¡Sálvese quien pueda! (y olvídese de Pablo Pérez, los problemas del Zulia son de alguien más, no sé…)
Periodista y docente universitario
boscan2007@gmail.com
