A dos décadas de un sueño libertario

Cuando un cambio social va a tener lugar, siempre se crean unas condiciones previas que permiten se vaya preparando un escenario político donde tal cambio va a producirse, principalmente porque los miembros de una determinada comunidad o vienen ya protagonizando acciones que les permiten avanzar en determinados ámbitos de vida, (desde acontecimientos relevantes hasta aquellos que pudieran parecer pequeños o insignificantes), o bien porque un paradigma de gobierno se encuentre ya agotado. Cuando estas dos circunstancias se juntan, aparece entonces la oportunidad histórica apropiada para dar el salto. De no producirse ese salto cualitativo, ---que requiere de un esfuerzo y de un sacrificio radicales--- esa sociedad entonces se verá destinada a repetir o duplicar los errores del pasado. Ya sabemos que los avances en educación y cultura, por ejemplo, son cualitativos, no se pueden medir con raseros numéricos o contables. Y son esos avances espirituales o morales los que fundan espacios previos para generar el conocimiento práctico y la voluntad de transformación que, con el basamento de un saber científico o técnico, van a abonar la tierra donde crecen las ideas para lograr esos avances cualitativos en pro de una comunidad, llámese estado región o país.

Tales generalizaciones sólo funcionarían si se las considera engranadas a un proceso societario de naturaleza popular donde se esté produciendo, en primer término, un germen de transformación en el seno de un modelo de poder, más si éste se ha tornado ejercicio inoperante de gobierno. Algo de esto era lo que estaba ocurriendo en Venezuela a fines del siglo pasado, coincidiendo con la última década del siglo y del milenio ----y tal vez no por mero azar cronológico— con el ejercicio de un modelo de democracia que se había repartido el poder en los últimos cuarenta años a través de pactos muy precisos, que permitieron a los partidos Acción Democrática y Copei tomar las riendas del Estado con la anuencia ocasional de otros partidos como URD, el MAS o el MEP. El archiconocido pacto de Punto Fijo permitió a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera, Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi mantenerse en el poder con un estilo de gobierno que oscilaba entre el populismo, la demagogia, el clasismo enmascarado y las alianzas internaciones automáticas, las cuales tuvieron como cliente principal a Estados Unidos, tanto desde el punto de vista comercial (la renta petrolera), como desde el punto de vista político (sumisión a un modelo neocolonial), absorbiendo a su paso una serie de estándares culturales (especialmente a través de una superficial cultura del espectáculo, llamada también cultura de masas), que mantuvieron a buena parte del país --sobre todo a la clase media-- aletargada o narcotizada por un conjunto de patrones informáticos implementados mediante la manipulación mediática y de entretenimiento vacío que condujeron al país a una suerte de amnesia histórica y, a la postre, a una crisis estructural acompañada de la decadencia moral de una casta gubernamental encarnada en primero en una sucesión de políticos del partido Acción Democrática como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez, Luis Piñerúa Ordaz, Octavio Lepage, Alfaro Ucero, José Ángel Ciliberto, Antonio Ledezma, Carlos Delgado Chapellín, David Morales Bello, Alejandro Izaguirre, Manuel Peñalver, Claudio Fermín y otros, que en los años postreros de su gobierno nadaban en un océano de contrasentidos que pusieron de manifiesto a toda la nación el nefasto estado de descomposición política en el que se hallaban inmersos. El caso de David Morales Bello ejemplifica buena parte de una decadencia patética del nuevoriquismo, con la imagen de una mansión repleta de obras de arte que van siendo vendidas a medida que se va produciendo la debacle moral del Partido Acción Democrática. Por su parte, la vida privada de Jaime Lusinchi ilustra bien la descarada chismografía personal convertida en espectáculo promiscuo de amantes barraganas, escándalos y burlas públicas convertidas en chistes que pretenden acuñarse a la mentalidad del venezolano, para sustituir valores morales. Similar caso se operaba en la vida privada de Carlos Andrés Pérez, cuyo adulterio se hace público, se oficializa y convierte en comidilla de farándula donde el periodismo banal pesca noticias picantes para alimentar la imagen prototípica del macho superamante detentador de poder, que se repite en presidentes de otros países como Carlos Menen en Argentina y Silvio Berlusconi en Italia. La máxima expresión económica de este dislate político es el célebre “paquetazo” económico anunciado por Carlos Andrés Pérez, que da origen a la revuelta del Caracazo, y pone en evidencia la mayor de las torpezas en los manejos del poder.

Mientras tanto en el partido socialcristiano Copei una generación similar, representada entre otros por Rafael Caldera, Juan José Caldera, Lorenzo Fernández, Eduardo Fernández, José Curiel, Oswaldo Álvarez Paz, Luis Herrera Campins, Juan José Rachadell, Asdrúbal Aguiar, Ramón Guillermo Aveledo, Abdón Vivas Terán y otros, dejaron ver sus claras tendencias reaccionarias, sumándose a cualquier tipo de iniciativas anti-populares, clasistas, --racistas o fascistoides en algunos casos---, que no pudieron contener la voluntad de un pueblo en el logro de una serie de rupturas necesarias para enrumbar el país hacia unas más justas condiciones de vida.

El pueblo venezolano estaba presenciando el desmoronamiento de los partidos tradicionales, enredados en sus pugnas internas, incapaces de tomar el mando del país. Ese rechazo, al mismo tiempo, engendraba una necesidad urgente de transformación, como la que había surgido en el seno del Movimiento Bolivariano 200 durante el año 1983, cuando se venían incubando ideas revolucionarias en buena parte de la fuerza civil y militar, en este caso entre los capitanes Jesús Ernesto Urdaneta Hernández, Felipe Acosta Carles, Francisco Arias Cárdenas, Jesús Miguel Ortiz Contreras, Francisco Urdaneta Rivas, Yoel Acosta Chirinos y el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, quienes conformaron un movimiento político-militar basado en el pensamiento de Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Simón Rodríguez, al cual denominaron Movimiento Bolivariano 200, pues justo en ese año de 1983 se cumplían doscientos años del nacimiento del Padre de la Patria. Estos militares juraron el 17 de diciembre de ese año, al pie de un samán en la Academia Militar de Caracas, luchar incansablemente para liberar a la patria de la corrupción y de la política envilecida. Desde ese momento comenzaron a trabajar para llegar al poder, y en una madrugada del año 1992, el día 4 de febrero, Chávez y sus camaradas de lucha se propusieron derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez. El alzamiento fracasó y Chávez fue apresado junto con los suyos en Caracas el mismo día, y luego obligado a presentarse frente a los medios de comunicación (concretamente ante las cámaras de Venezolana de Televisión) para que se dirigiera al resto de sus compañeros de armas en otras guarniciones del país (Arias Cárdenas tenía el control de Maracaibo); entonces Chávez pronunció las palabras que le granjearon el respeto del pueblo venezolano, por lo que en ellas había de convicción y arrojo: “Por ahora, compañeros, lamentablemente, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, es decir, nosotros aquí en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamientos de sangre. Ya es tiempo de reflexionar, ya vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse hacia un destino mejor.”

Entonces Chávez y el resto de los militares depusieron las armas; fueron encarcelados todos durante dos años, hasta que en 1994, durante el mandato de Rafael Caldera, Chávez fue puesto en libertad por sobreseimiento de causa. Desde entonces, se dedicó a recorrer el país para dar a conocer su proyecto a través de un nuevo movimiento político, el Movimiento Quinta República (MVR). Recuerdo bien que en ese mismo año de 1994 yo me encontraba caminando por los alrededores del Panteón Nacional en Caracas, y al llegar a la plaza vi a Chávez rodeado de un pequeño grupo de personas, a quienes dirigía una encendida palabra. Yo me acerqué entonces a saludarle y oírle, estreché su mano y le di un abrazo, como todos ahí. Ese día supe que aquel joven teniente coronel llegaría muy lejos.

Después de un intenso trabajo de cuatro años, Chávez se lanzó como candidato del MVR en 1998, y su triunfo fue arrollador. Para el 2 de febrero de 1999 ya estaba asumiendo la Presidencia y juramentándose “frente a la moribunda constitución de 1961”. Ese mismo día por la tarde se concretó la firma del decreto de referéndum para la Asamblea Nacional Constituyente, y el 25 de junio de ese mismo año 1999 se realizaron los comicios para elegir los miembros de esa Asamblea, para luego ser instalada el 3 de agosto en el Aula Magna de la UCV. Así nació la nueva Constitución Bolivariana (la única en el mundo con el prólogo de un poeta, el entrañable Gustavo Pereira) y nació también un tiempo de esperanza para los venezolanos.

Del seno mismo del pueblo, entonces, había insurgido un grupo de patriotas que con férrea voluntad había conquistado el poder gracias a unas elecciones libres y limpias, y habían asestado un golpe a una democracia falaz, a una democracia representativa vaciada de todo contenido social real, sumida en la retórica y el burocratismo, que buscaba aliados en Estados Unidos y otros países de Europa para seguir conduciendo al país al estancamiento y al atraso.

Lo que no se esperaban los precarios líderes del pasado era que aquel grupo de soldados serían los gérmenes de un movimiento revolucionario, y no meros personajes circunstanciales. Cuando Caldera decide indultar a Chávez no sospecha siquiera que aquel hombre iría a encarnar una serie de sueños y utopías para forjar otro país, e iba a resultar electo con un irrestricto apoyo popular, y fuese a refrendar, a través de un referéndum, una Asamblea Nacional Constituyente. Y esta Asamblea a su vez es la que otorga validez a una Constitución para avanzar en el proyecto de un país distinto, legitimando un proceso mediante sucesivas elecciones que tienen como norte la conquista de una democracia participativa y protagónica, cuyo germen había sido amonedado, en cierto modo, en la imagen de estos hombres declarando públicamente su voluntad de deponer las armas (“por ahora”) en favor de la paz, con una firmeza y una convicción que no se habían visto en la Venezuela del siglo XX, excepto en algunas situaciones aisladas de la guerra de guerrillas, quizá.

Por todo ello, encontramos una coherencia en el discurso político de estos hombres que impulsan una rebelión popular; luego logran que un líder como Chávez consiga ser electo a la primera magistratura, y después comience a organizar una serie de cambios en la administración legal y social que van a empezar a introducirse en la sociedad venezolana a través de un cuerpo de leyes y de iniciativas de invertir en educación, vivienda, salud y organización comunitaria productiva; cambios que van a encontrar mucha resistencia en sectores de la clase media y en organizaciones que tienen intereses compartidos con la empresa privada, el mundo sindical y corporaciones de la cúpula industrial como Fedecámaras, la Banca privada, las cuales buscan alianzas con empresas trasnacionales para propiciar, años más tarde, el sabotaje a la industria petrolera y estimular luego un Golpe de Estado como el de Carmona Estanga, el cual en si mismo pone al descubierto las tretas de una buena parte de los empresarios, banqueros y políticos que intentan pescar en río revuelto, en caso de salir triunfadora la coalición que apoyaba el golpe de Carmona Estanga. Esta vez intentan dar un golpe mediático con la ayuda de unos medios televisivos que ya tienen el guión previsto para ubicarse en el poder.

Lo que no podían sospechar era que horas más tarde el pueblo estaba rescatando a un presidente legítimo de unas hordas apátridas que intentaron sacarlo del país por la fuerza. Este hecho decisivo viene a confirmar la convicción de un pueblo de conseguir profundizando en el proceso de necesarios cambios socio-políticos mediante una acción revolucionaria que no derramó sangre alguna para lograr sus cometidos; al contrario, el pueblo salió fortalecido de esta experiencia, escribiendo una de las páginas más heroicas de la historia de América Latina, en el sentido de que logró asumir el papel que le correspondía en el reto permanente de sacar al país del esclerosamiento y el atraso a donde lo iban a llevar, con toda seguridad, las políticas del pasado.

Nos unimos hoy, pues, a la celebración de los veinte años de aquella primera rebelión, por percibir que en ella reside una carga simbólica determinante en la construcción de un país que necesita redefinir su rol en la historia de América Latina, junto a pueblos hermanos como Ecuador, Nicaragua, Cuba, Perú, Bolivia y Colombia, que andan sembrados en ese mismo espíritu que nos legó Bolívar, y dentro de un norte de combate donde el Libertador dejó tatuada su huella, con claro influjo en países como Argentina, Uruguay y Brasil, naciones con historia distinta, pero donde se hace patente la idea de integración como una necesidad cardinal (tal se ha manifestado en la reciente Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe, Celac), dentro de un ideal de emancipación moral, cultural y espiritual que se ha vuelto una herramienta imprescindible para devolvernos la independencia económica e ideológica, al señalarnos un rumbo mejor en un futuro que ya no puede esperar más, pues los pueblos hermanos estamos dispuestos a conjugarlo en un tiempo presente.

gjimenezeman@gmail.com


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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