Contra la violencia una voz, una plaza

Hay espacios físicos en la vida de cualquier ser humano que, precisamente, lo concilian con la vida en su significado más trascendente. Más importante aun esta afirmación cuando parece haber consenso nacional para que se implemente desde ya una Gran Misión Seguridad, dirigida a disminuir el morbo social de violencia delincuencial.

Seguro que aquel niño deambulando hambriento por las calles de su barrio, y que de pronto se topó con una voz tierna de madre como la que deseó escuchar siempre en su propio hogar sin lograrlo: porque “mami está trabajando, porque etcétera. etcétera, quedó marcado por aquel gesto insuperable de amor.

Aquella madre “que tenía todos los hijos del mundo”, tomaba de la mano a aquel “loco

bajito” extraviado (sin saber donde encontra ese amor), y lo sentaba junto a sus hijos a compartir, ora el desayuno, ora el almuerzo, ora la cena, ora el juego. La violencia más cruel contra un ser humano, más aún en su más tierna infancia, es someterlo al hambre, que no solo alimenticia: el hambre de cariño y de caricias, el hambre de juego, el hambre de risa…

Entre los valores cristianos que nuestra familia porta, sobre todo en la provincia venezolana, sobresale ese de ayudar a las hermana con muchos hijos en la manutención de uno o varios de estos, hasta el extremo de asumirlos como hijos propios. Valor por demás rescatable por su contenido altamente humanista.

En el barrio capitalino, que se llenó de familias interioranas huyendo de la pobreza de la provincia para encontrarse con la pbreza de cerro, este valor se aplicó con esos hijos de la calle que al conseguir esa tierna voz a tiempo se salvaron para siempre de la muerte, no sólo física, sino quizá una de las peores muertes, pues es una muerte en vida: la del abandono infantil.

En estos días pasé frente a la Plaza Andrés Bello, adyacente a uno de los barrios capitalinos más peligrosos y me quedé sorpresiva y gratamente sorprendido. De aquella visión de un “no lugar” que de esta mantenía desde la llamada cuarta república e incluso en estos 12 años de revolución bolivariana, o mejor aún, de “no espacio para la vida”, en mis ojos y en mi percepción quedaron congeladas por largo rato las imágenes de niños y niñas correteando, con sus triciclos, riendo, tomados de la mano por sus padres, léase bien: mamá y papá –sinónimo de equilibrio en el aprendizaje infantil- en una plaza que por su ahora retomado ornato y mantenimiento de sus jardinería recupera poco a poco su razón de existir.

Una Gran Misión Seguridad (GMS ) como la que se propone, debería pues explorar, por una parte, cómo recuperar prácticas sociales nacidas desde abajo, desde la solidaridad con el prójimo, mejor aún con los niños en situación de abandono, que es además garantía de que esa violencia en un futuro no se devuelva contra esa comunidad que en algún momento fue indiferente con el aquel niño o niña abandonados.

Por otra parte, una GMS, deberá contemplar la creación, si no existiese, de espacios al aire libre, llámese plazas o parques –más difíciles estos en los barrios-, donde los niños y niñas tengan la posibilidad de conseguir lo que las más de las veces no consiguen en su humilde vivienda: amor, juego, juguetes, amiguitos, buenos ejemplos, sonrisas, alegrías; experiencias que forman cualquier personalidad para una vida digna, sin violencia, o si se quiere: del “vivir viviendo”.

mov.soc.mac@gmail.com


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Carlos Machado Villanueva

Integrante del Movimiento Social de Medios Alternativos y Comunitarios (MoMAC).

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