El Estado Popular: La profundizacíon del proceso bolivariano



Los cambios estructurales planteados por el proyecto revolucionario bolivariano, obligan a pensar y a trabajar activamente en la conformación de un Estado que sustituya, en todas sus expresiones y componentes, al viejo Estado institucionalizado por la democracia representativa. Para ello es necesario que quienes integran las filas de la revolución estén completamente dispuestos a emprender el cuestionamiento de todas las manifestaciones de este viejo Estado y no darle curso a las ambiciones personales que contravienen la consigna revolucionaria de darle todo el poder al pueblo.

Se impone que en esta tarea sean las mismas masas populares quienes le den la tónica requerida al nuevo Estado revolucionario, poniendo de relieve, en todo momento, los postulados fundamentales de la democracia participativa y protagónica que creen esa institucionalidad diferente a las viejas estructuras puntofijistas que sobreviven y obstaculizan el avance y fortalecimiento del proceso bolivariano, a pesar del esfuerzo constante del Presidente Chávez y del apoyo mayoritario de los venezolanos.

Resulta una paradoja hablar de revolución entretanto se mantienen vigentes tales estructuras. Pero lo más grave del caso es que haya algunos “revolucionarios” que se contentan con ejercer un cargo público, a su gusto y manera, sin considerar siquiera la posibilidad de concretar, por lo menos, en el ámbito en que se desenvuelven, por lo menos, una innovación realmente revolucionaria y popular. Es imperioso que se logre, incluso al margen del articulado de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, si es necesario, la conquista de espacios propios en los cuales efectivamente al pueblo ejerza directamente la democracia, permitiéndose ejercer un control más real e inmediato sobre las instancias del poder instituido, de manera que exista una eficiente y transparente gestión administrativa. Quien se oponga a este escenario, invocando una falsa línea gradualista, pretendiendo conducir el cambio revolucionario a un paso que no violente las diversas estructuras económicas, sociales, políticas y culturales normalmente aceptadas, simplemente estará situándose en contra de la revolución y, por ende, en el bando de la contrarrevolución. Por lo tanto, la coyuntura política propiciada por el Presidente Hugo Chávez en el sentido que se produzca una teoría revolucionaria (quizás enmarcada en una reinvención del socialismo) que sirva de guía a la revolución bolivariana, debe servir de motivación para que se discuta cuáles características delimitarán al nuevo Estado. Todo esto despejaría la incógnita que se presenta respecto a lo adelantado y proyectado, hasta ahora, por el proceso revolucionario.

Como lo afirmara Lenin: “si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que ‘se divorcia más y más de la sociedad’, es evidente que la liberación de la clase oprimida será imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”. Ésta sería la situación planteada por el reformismo y no por la revolución, de modo que la proyección de las líneas estratégicas de la revolución bolivariana tendría que dirigirse a su total sustitución y eliminación, contando para ello con la masiva y decisiva presencia de las masas populares. Posiblemente sea algo prematuro, pero no se puede obviar ni impedir. Más aún: tiene que fomentarse sin desmayo ni sosiego. Todas las revoluciones anteriores perfeccionaron la máquina del Estado y lo que hace falta es romperla, destruirla. En este sentido, la revolución permanente no es el "salto" del proletariado o de los sectores excluidos socialmente, sino la total transformación del país bajo su dirección.

Otra cosa, esta vez atendiendo a Friedrich Engels, “cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad -la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad- es, a la par, su último acto independiente como Estado. La intervención del poder estatal en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será ‘abolido’: se extinguirá” (Anti-Dühring o la subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring). Quizás esto sea todavía utopista, pero es el corolario que determinaría si un proceso de cambio es o no realmente revolucionario. No es imposible, aunque exige una alta dosis de compromiso revolucionario, así como despojarse de toda noción preconcebida que obste la comprensión del hecho revolucionario y de los tremendos desafíos que ello entraña.

Mientras se vea al proceso bolivariano como la oportunidad dorada para beneficiarse a nosotros mismos, con mezquindad, éste se hallará en un laberinto de dificultades y amenazas que podrían desembocar en su decadencia absoluta. Esto, sin embargo, no significa que no pueda renovarse dicho proceso mediante un nuevo liderazgo, abierto a las tendencias que lo consoliden y lo nutran con el concurso de las mayorías populares. Lo que no se debe perder de vista es que el proceso revolucionario, para que sea auténticamente revolucionario, debe deslastrarse de cualquier signo de reformismo; de lo contrario, podría desviarse y retrotraerse, frustrándose, una vez más, la fe popular.-






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Homar Garcés


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