A veces me cuesta creer que algunas personas crean las cosas que ellos mismos dicen. Resulta que ahora Venezuela está dividida, cosa que no conocíamos los venezolanos, que siempre vivimos en armonía en un país que era una fiesta, o una Bailanta Sensacional, donde todos éramos hermanos y como tales nos portábamos. Claro que hay hermanos egoístas, insensibles, arrogantes, esos hermanos que arrebatan, empujan, que ignoran el dolor del otro, pero hermanos, pues… ¿Qué culpa tienen Abel?
Vivíamos en la cruel armonía del opresor y el oprimido, del explotador y el explotado y desde Prados del Este no se veía Petare, aunque de allí vinieran miles de convenientes petareños limpiar nuestras casas, a servir nuestras mesas, a podar nuestros jardines, con su desesperanza asumida a fuerza de ancestrales injusticias.
Éramos un país con una sola voz: la de cuatro gatos poderosos. Ese país que añoran las viejas caceroleras del este, la Venezuela de la abundancia de algunos y la miseria de casi todos; donde bastaba chasquear los dedos para encontrar mujer de servicio con marido jardinero y chofer todo por el precio de uno. ¡Ay Virgen Dorada de Altamira! Y ahora, culpechavez, todos dizque estudiando y nadie quiere trabajar.
Un país maravilloso bajo la sombra inquietante de unos cerros que podían bajar, aunque no puedo imaginarme por qué si todos éramos felices, ¿O acaso algunos, digamos muchos, no lo eran tanto?
Éramos un solo país, un remanso de paz mezquina con murallas con Multilock, con vigilantes en las garitas, sí, con 70 muertos de cada fin de semana caraqueño que descansan, no sé si en paz, en polvorientas hemerotecas que nadie va a revisar, y la impotencia, el engaño, el futuro hipotecado al FMI, y Carlos Andrés Perez pidiendo sacrificio a los siempre sacrificados, y el Caracazo ¿Eso tampoco pasó?… Un solo país.
Por eso me asombro cuando alguien, amparándose en el ojos que no ven corazón que no siente, evoca añorante un pasado que nunca fue. Me asombro y me indigno porque quienes hoy lamentan desgarrados la división de la sociedad venezolana son los mismos que se dedicaron con esmero a partir, a conveniencia, al país en dos desiguales e injustísimos pedazos: uno inmenso, excluido a palazos, condenado al hacinamiento en barriadas imposibles de infinitas escaleras de tierra, y el otro, un escogidito grupo con voz y voto, membrecía dorada y derecho de admisión.
Así que para la gente decente, pensante, amnésica y súbitamente horrorizada con lo que pasa en este país, el problema nunca han sido las divisiones, sino, por el contrario, el problema es la inclusión.
Y pensar que nada han perdido mientras tantos han ganado tanto. Da como pena ajena ¿No?
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