La necesidad de construir la hegemonía popular a partir de septiembre 26

El resultado de la jornada electoral del 26 de septiembre arrojó un resultado que no puede calificarse como menos que una victoria contundente. Sin embargo, este último adjetivo lo usamos viendo el resultado desde el mero presente; sin ubicarlo como un producto de un devenir sociopolítico que comenzó hace ya 11 años; sin enmarcarlo en el proceso desarrollado en estos últimos años de aciertos y errores -pero de formidables avances- donde, entre otras cosas, hubo un golpe de Estado mediático-patronal, un paro-sabotaje de la industria petrolera, un referéndum reafirmatorio y una retirada “estratégica” de la oposición de las elecciones parlamentarias en el 2005.

Talvez sería mas correcto decir que estos últimos años, aparte de haber sido años de grandes y trascendentales logros, así como un período donde se han cometido grandes errores, también ha sido un tiempo –apreciable- donde algunas cosas parecen haberse quedado en estado de estancamiento. Dicho de otra manera, hay aspectos del proceso donde se han avanzado diez pasos y luego se han retrocedido quince para después avanzar cinco y quedar en el punto de partida, un poco desgastados. Así las cosas, la composición de la AN después del 26/09/2010 se parece mucho a la AN de hace diez años, y esto refleja una suerte de circulo que se cierra para abrir una nueva etapa de la vida democrática del país. Pero, inevitablemente y con todo y las brillantes metas alcanzadas, esta victoria contundente tiene cierto sabor a pérdida de hegemonía.

Una de las cosas que llamó mi atención de los discursos de la campaña electoral fue el que planteó “conquistar la hegemonía” en la Asamblea Nacional. Ante esta propuesta surgía la pregunta ¿No es eso lo que se tuvo desde el 2005, con todo y los saltos de talanquera que tuvieron lugar? Puede que el objetivo haya sido lograr una hegemonía como dominación del proceso legislativo en función del alcance de la mayoría calificada. No alcanzado el objetivo, el resultado ofrece un escenario de lucha que no perdonará descuidos ni saltos de talanquera. De esta manera, la hegemonía como dominación y dirección moral e intelectual, como política de construcción de consenso –en la medida de lo posible- en la que, en un primer momento, los sectores que se creen apolíticos –mejor conocidos como los Ni Ni- terminan asumiendo el Proyecto Nacional Simón Bolívar como suyo, hay que conquistarla; difícil pero no imposible para una política realista, crítica y creativa.

En una revolución, que como tal aspira a la transformación estructural de la sociedad pero que no destruye efectivamente las bases que la han sostenido históricamente (pero que las mina), es decir, que se hace pacíficamente, se deben hacer esfuerzos superiores en el proceso crítico-destructivo de la falsa conciencia, de la alienación; debe arreciar la batalla de las ideas como ofensiva desmitificadora y como proceso pedagógico orientado a la construcción del consenso, siempre necesario en el gobierno de sociedades heterogéneas y complejas. Un pacto o acuerdo que no sería, como en el caso del consenso burgués, una armonización de clases antagónicas donde la clase con menor acceso a los recursos termina asumiendo el proyecto de la clase con mayor acceso a ellos, sino que sería un proceso donde la clase tradicionalmente privilegiada se da cuenta que puede evitar un conflicto agónico existencial de “o ellos o nosotros” y participar democráticamente en la realización de un proyecto donde podrían jugar importantes roles.

En esta dirección podría construirse la hegemonía popular, siguiendo como siempre el concepto gramsciano y donde lo popular nos conduce a dar el debate sobre lo que es el pueblo. El compañero Fidel, que como el zorro, sabe más por viejo que por zorro, en un famoso discurso nos dejó una importante reflexión sobre lo que es el pueblo “cuando de lucha se trata”, y que es citado por Dussel en sus 20 Tesis de política:

“Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta (…), la que ansía grandes y sabias transformaciones de todos los órdenes y está dispuesto a lograrlo, cuando crea en algo y en alguien, sobretodo cuando crea suficientemente en sí misma (…) Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los 600 mil cubanos que están sin trabajo (…); a los 500 mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables (…); a los 400 mil obreros industriales y braceros (…) cuyos salarios pasan de manos del patrón a las del garrotero (…); a los 100 mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida (…); a los 30 mil maestros y profesores (…); a los 20 mil pequeños comerciantes abrumados de deudas (…); a los 10 mil profesionales jóvenes (…) deseosos de lucha y llenos de esperanza (…) ¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje!”.

Si el pueblo no es sólo el proletario, la clase obrera o, el lumpen, sino que abarca variados sectores que son expoliados de diferentes maneras y que por tanto tiene razones para luchar, sería mucho lo que ganaríamos; lo que sumaríamos al bloque sociopolítico revolucionario. Los resultados de las parlamentarias nos hablan de un techo electoral opositor que se ha mantenido constante en el empeño desde hace años, pero también nos hablan de porcentajes importantes del Psuv que no se plantaron detrás del paraban. De manera que: conviene no esperar las presidenciales para advertir que tenemos que repensar las prácticas en los procesos organizativos y formativos a lo interno del partido; y debemos repensar la táctica y la estrategia utilizada de manera que podamos –en vez de restarnos apoyo, que parece que es lo que estamos haciendo- sumar voluntades y lealtades a la causa transformadora. En tal sentido, los próximos 24 meses son cruciales.

amauryalejandro@gmail.com


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