Es hora de cimentar la democracia participativa y protagónica

La democracia participativa y protagónica ha sufrido una serie de traspiés para su debida cimentación en Venezuela, a pesar de constituir la médula espinal de la Constitución nacional y del proceso revolucionario bolivariano. El más conocido, quizás por la contumacia y constancia con que se actuó, fue el episodio fascistoide del 11 de abril de 2002. Todo esto exigió de parte de las masas populares una resistencia cívica pertinaz que le demostró al mundo su decidida disposición por hacer posible una sociedad democrática de nuevo cuño, diferente en todo a las estructuras conocidas del pasado.

No obstante, las diferentes iniciativas puestas en práctica por el Presidente Hugo Chávez dio al traste, junto con el ánimo efervescente de las masas puesto de manifiesto en las marchas y en las distintas acciones acometidas, lograron que mucha gente indiferente o pasiva comprendiera la necesidad de abocarse, primeramente, a preservar –a todo trance- la vigencia y continuidad del gobierno chavista como garantía inicial para la consolidación del proyecto bolivariano. Esta situación sirvió, también, para que alguna dirigencia (inclinada frontalmente hacia el reformismo) lograra afianzarse en sus pretensiones hegemonizantes y posponer indefinidamente la oportunidad exigida por el pueblo para asumir a plenitud la democracia directa.

Esta realidad, sin embargo, no frustró las expectativas populares por que se concrete este ideal revolucionario. Con todos los inconvenientes, deserciones y desviaciones que ha sufrido el proceso revolucionario, es innegable que éste se robusteció en los momentos coyunturales que le tocó vivir; lo que hizo calibrar positivamente el potencial existente entre las masas populares para convertirse en verdadera vanguardia de la revolución bolivariana, toda vez que fueron ellas –al margen de la dirigencia- las que tuvieron en sus manos la defensa exitosa del proceso revolucionario, dada su identificación exclusiva con el liderazgo de Chávez.

Todo esto nos permite insistir en la necesidad de que se origine una teoría revolucionaria con la cual se arraigue el camino revolucionario de la democracia participativa y protagónica en contraposición al reformismo insertado en la dirigencia chavista, afanada como ha estado en conseguir la satisfacción de sus propios intereses grupales, partidistas y/o particulares antes que en la conveniencia y en la tarea de profundizar el proceso revolucionario. Esto obligará, a su vez, a las masas populares a definir su propia vía a la revolución, aún cuando adolezca de una precaria formación ideológica y de una adecuada organización que les permita desplazar y/o controlar a la actual dirigencia reformista.

Al plantearse la superación de las deficiencias presentadas por el proceso revolucionario, se debe activar, independientemente de cualquiera de los controles cogolléricos partidistas, la participación segura de las amplias mayorías en la toma de decisiones. Es lo que impediría que el proceso revolucionario bolivariano derive (¡el pueblo no lo permita!) en un puntofijismo remozado, con unos nuevos actores políticos, sociales y económicos que rodearían al Presidente Chávez y que, de una u otra manera, sirviera de dique para represar esa ansia de transformación estructural que aviva el corazón de la mayoría del pueblo venezolano. Es vital que todos los revolucionarios auténticos trabajen en función de la lucha multiforme para que se plasmen nuevos órganos institucionales, formas y niveles organizacionales que tengan como epicentro la democracia directa, ejercida por el pueblo; entendiendo que todas las luchas que se puedan emprender son legítimas y necesarias para que avance y se consolide el proceso revolucionario.

Por ello, una vez posesionados de los cargos de elección popular, hay que exigirle a los nuevos gobernantes el apego fiel y diario al ideal revolucionario de “todo el poder para el pueblo”. Ya no hay excusa que justifique, una vez, su postergación. La reacción ha sido vencida y lo que corresponde es fundar, de una vez por todas, el poder popular. Para ello, las masas populares se muestran preparadas y sólo requieren comprobar que, efectivamente, se puede acceder a un estadio superior y más firme para que el proceso revolucionario se caracterice por su esencia preferentemente popular.-



*Miembro de la Dirección Ejecutiva Estadal del Movimiento por la Democracia Directa (MDD) en el Estado Portuguesa.




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Homar Garcés*


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