Estadólatras: ¿Me permiten disentir?

I.- Momento del llamado principio-esperanza (Bloch): 

Lo más elemental muchas veces se pierde de vista: No hay nuevo socialismo fuera del espacio de la revolución democrática permanente e instituyente, lo cual implica diferenciarla de cualquier fe supersticiosa en los límites constitucionales y en la forma-Estado, heredada por prácticas, representaciones y discursos de 200 años de colonialismo interno, modernización capitalista refleja, trunca y dependiente, de sub-cultura del petróleo, de Estado populista clientelar y prebendalista

A algunos intelectuales, funcionarios y políticos les da escozor que se plantee el debate entre forma-Estado y forma-Comuna. El realismo de “sentido común”, el pragmatismo, el oportunismo, las viejas estadolatrías de aparato propias de la izquierda, sea socialdemócrata o estalinista, el hecho mismo que se viven las tensiones, conflictos y antagonismos de una posible transición post-capitalista, plantean que es “sensato” no debatir si el pensamiento crítico socialista puede seguir encadenado al imaginario de la forma-Estado

En efecto, cada uno de nosotros lleva interiorizada, como la fe del creyente, esa certeza de que la sociedad es para el Estado (…) no se puede concebir sociedad sin Estado”. (Pierre Clastres) 

Muchos malos lectores del autonomismo, o del marxismo crítico y libertario, por ejemplo, extraen como consecuencia que la idea de revolución no consiste en una alteración radical de la relaciones de poder. Mucho se hubiese evitado, si siguiendo a Foucault, se hicieran distinciones entre el concepto de relaciones de poder y sus efectos de conjunto: los estados de dominación.  

El Estado nacional (y cualquier forma-Estado) es una expresión concentrada de relaciones de dominación de una sociedad: de gobierno sobre las personas, de coloniaje sobre etnias subalternas o el dominio de clases.  

Cuando la izquierda bien-pensante se queda en la mera lucha por la “toma de Estado”, dejan intactos muchas de las lógicas, prácticas, representaciones y discursos de la forma-Estado. “Cambian el mundo”, dicen, pero manteniendo el poder concentrado de la forma-Estado, en manos no de la “clase trabajadora revolucionaria”, ni del pueblo organizado, movilizado y consciente, sino de una cadena de sustituciones (partidos-aparatos y gobiernos controlados por los sectores medios radicalizados o bajo el liderazgo de personalismos carismáticos). El poder jerárquico, vertical y concentrado es justamente una condición de imposibilidad para una revolución democrática permanente, cuyos actores-sujetos populares comienzan a desplazarse hacia los vagones de cola del llamado “proceso”. 

Se dice comúnmente que los gobiernos progresistas de América Latina se están valiendo del Estado para regular la economía (básicamente capitalista), para inducir también el crecimiento económico (cuando lo hay, también capitalista), para desarrollar políticas sociales (favorables al orden, la seguridad, la ley y la paz capitalistas).  

El keynesianismo de izquierda y el populismo se dan la mano para impedir imaginar y pensar alternativas radicales de reproducción material, distintas a las prácticas de  unidades de producción y distribución del Capital, basadas en formas de desigualdad sustantiva y bajo la división jerárquica y vertical del trabajo. En este contexto material, el tema de las funciones del estado capitalista, se confunden con las funciones de un estado de transición al post-capitalismo. Obviamente no son las mismas funciones, ni tareas, ni las mismas formas organizativas ni las prácticas del Estado capitalista.  

Transformar el Estado capitalista implica desmantelarlo. No hay excusas ni retórica florida. Y al desmantelarlo hay que crear nuevas instituciones, nuevas prácticas, nuevas formas de organización que no reproduzcan en lo esencial la lógica del gobierno sobre las personas, sobre los movimientos sociales y sobre las clases populares, sino todo lo contrario: el gobierno directo con las gentes, con los movimientos sociales, con las clases populares. Se trata, como decía Lenin en sus mejores momentos, de un semi-Estado de transición.

Los gobiernos progresistas de América Latina, sus dirigentes y funcionarios, comienzan a mostrar síntomas de debilidad popular y de identificación con las viajas prácticas del Estado capitalista. Si bien rescataron el papel de la política y del Estado frente al neoliberalismo, no han ofrecido algo distinto del keynesianismo y del populismo. Es posible que la izquierda progresista, comience a experimentar una fatal carencia de potencia creativa para imaginar un mundo distinto de relaciones, prácticas e instituciones económicas basadas en efectivamente en la igualdad sustantiva. La edificación de las bases materiales del socialismo radical, implica la construcción de una economía social, popular, alternativa y comunal de propiedad colectiva, bajo modalidades auto-gestionadas de administración, así como democráticas de planificación de conjunto, en articulación con el comando político de un Estado de transición

No es a través del cambio de melodías de políticas económicas, marcadas unas por el “go” (keynesiano-pro-cíclico), y otras por el “stop” (monetarismo-neoliberal), que se cambiara la “rocola” capitalista. Tampoco lo hará la planificación burocrática del socialismo real, y su estatismo autoritario. Por tanto, hay que reconocer que todavía hay mucho de “desarrollismo” en la llamada izquierda progresista.  

Hay muchas ganas de “gobernar”, pero pocas de “hacer revoluciones democráticas y socialistas”. Se sueña con la elevación constante del “empleo formal” (con atributos precarios abiertos o velados), generalmente aumentado la nomina y la clientela del Estado, impulsando a veces el crédito a pequeñas y medianas empresas, y tratando de  ampliar el poder adquisitivo de los salarios directos o indirectos.  

Eso es aceptable en tiempos de desempleo crónico a corto plazo, no está mal para superar los ciclos cortos de  coyuntura. Allí… no hay revolución productiva ni cambio estructural en el sentido de una transición post-capitalista. Obviamente la responsabilidad no es exclusiva de los gobiernos progresistas. Bajemos un peldaño. ¿Qué ocurre con los partidos, o alianzas políticas progresistas que no impulsan revoluciones; es decir, cambios estructurales?  

Los Gobiernos desean partidos dóciles, los partidos desean militantes dóciles, los partidos y militantes dóciles, desean movimientos sociales y populares dóciles. Y los movimientos sociales y populares, se cansan de los gobiernos, de los partidos y de sus militantes. Los mandan muchas veces, largo pal´carajo. ¿Es responsabilidad de quiénes, esas fisuras o abismos entre la izquierda social y la izquierda política?  

Los movimientos sociales, populares, barriales y de los pueblos originarios no es que abandonen la lucha por la construcción de hegemonías alternativas, es que el muro de los partidos de gobierno y de los gobiernos progresistas es justamente una condición de imposibilidad para las hegemonías alternativas. La construcción de alternativas implica bajarse de la “mata de coco” de la arrogancia, de la corrupción del poder, de la sub-cultura del “cargo”, que se instala lamentablemente en el espacio de las “nuevas elites” de los partidos de izquierda y gobiernos progresistas, así como en sus portavoces intelectuales.  

Tal vez estos intelectuales deban volver a leer “Miseria de la filosofía” de Marx, cuando dice refiriéndose a las corrientes teóricas de economía: 

Luego sigue la escuela humanitaria, que toma a pecho el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para tranquilidad de conciencia se esfuerza en paliar todo lo posible los contrastes reales; deplora sinceramente las penalidades del proletariado y la desenfrenada competencia entre los burgueses; aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la esfera de la producción. Toda la teoría de esta escuela se basa en distinciones interminables entre la teoría y la práctica, entre los principios y sus resultados, entre la idea y su aplicación, entre el contenido y la forma, entre la esencia y la realidad, entre el derecho y el hecho, entre el lado bueno y el malo. La escuela filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad del antagonismo; quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere realizar la teoría en tanto que se distinga de la práctica y no contenga antagonismo. Dicho se está que en la teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la realidad. Esta teoría equivaldrá entonces a la realidad idealizada. Por consiguiente, los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, pero sin el antagonismo que constituye la esencia de estas categorías y que es inseparable de ellas. Los filántropos creen que combaten en serio la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie.  Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria. Mientras el proletariado no está aún lo suficientemente desarrollado para constituirse como clase; mientras, por consiguiente, la lucha misma del proletariado contra la burguesía no reviste todavía carácter político, y mientras las fuerzas productivas no se han desarrollado en el seno de la propia burguesía hasta el grado de dejar entrever las condiciones materiales necesarias para la emancipación del proletariado y para la edificación de una sociedad nueva, estos teóricos son sólo utopistas que, para mitigar las penurias de las clases oprimidas, improvisan sistemas y andan entregados a la búsqueda de una ciencia regeneradora. Pero a medida que la historia avanza, y con ella empieza a destacarse, con trazos cada vez más claros, la lucha del proletariado, aquellos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de esa realidad. Mientras se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su aspecto revolucionario, destructor, que terminara por derrocar a la vieja sociedad. Una vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico, en el que participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria. 

Pasar a una “ciencia revolucionaria”. Esta es la tarea de los portavoces intelectuales de los “gobiernos progresistas”. Derrocar la vieja sociedad, el viejo Estado, la vieja economía política, sus viejas instituciones, sus doctrinas. Los movimientos sociales contra-hegemónicos deben participar sin bozales en los bloques de fuerzas que apoyan los aspectos revolucionarios de los gobiernos progresistas, no solo manteniendo su autonomía sino criticando, los aspectos reguladores, sus timideces, sus inconsecuencias, y hasta sus perfiles reaccionarios, presentes en estos mismos gobiernos. En esto consiste la construcción de una nueva hegemonía política democrática. Potenciar el espíritu crítico, contestatario, subversivo, rebelde de los movimientos sociales contra-hegemónicos. 

Postergar el espinoso asunto de las bases materiales de la transición post-capitalista es sencillamente una forma de escurrir el bulto. Nadie duda que se pre-figura una larga y profunda lucha económica, política, jurídica, ideológica y cultural, para volver a colocar el socialismo a la orden del día. Pero hay que comenzar con tener cierta fortaleza en las piernas, para comenzar “la larga marcha”. Partiendo del populismo o del keynesianismo de izquierda no se llegará muy lejos. 

No hay que dividir fuerzas para reconocer que los gobiernos progresistas tienen piernas flojas. Ciertamente, hay que mantener a toda costa el mal menor al mal  mayor, consolidar una amplia alianza de movimientos sociales y políticos de izquierda para estos gobiernos progresistas, pero clarificando el horizonte revolucionario a la vez que estableciendo los programas mínimos comunes. La izquierda ya no solo es anti-neoliberal, sino que comienza a vislumbrar el horizonte anticapitalista como cuestión civilizatoria.  

Cuando se analicen los resultados electorales porvenir, los gobiernos progresistas y sus partidos en el gobierno, estarán tentados a echarle la culpa a la “inmadurez de las masas populares”, si los resultados son adversos. Esto expresa que les cuesta mirarse en el espejo, la paja de su propio ojo.  

La gran victoria de los primeros años, fue construir formas de nacionalismo popular progresistas que podrían podría evaporarse, si las dirigencias no advierten que el burocratismo, la arrogancia, las corruptelas y su carencia de voluntad radical transformadora, son la condición de posibilidad del reflujo revolucionario. El nacionalismo popular progresista, si puede devenir en mascarada de nacionalismo burgués, sin nada que ver con las luchas anti-capitalistas. Justamente, allí reside el impasse del análisis concreto de la realidad concreta de nuestro tiempo. 

Por tanto, el imaginario social radical puede postular la significación histórica de un retorno reflexivo y crítico a la democracia socialista de consejos del poder popular, acto pertinente para salir de este impasse, así sea como horizonte regulativo. Un retorno crítico (no religioso ni doctrinario) a Marx, puede despejar algunos principios del horizonte de libertad y liberación, para impulsar nuevas formas pensamiento contra-hegemónico socialista. Incluso, un reconocimiento de las aristas libertarias del propio Marx, más allá de la primera división de aguas entre “marxismo” y “anarquismo”: 

"El Estado es un órgano de dominación de clases, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del orden que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando la lucha de clases. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno con los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado como meta final. Lo que afirmamos es que para alcanzar esta meta es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios del Poder del Estado para emplearlos contra los explotadores. Para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida".  

Tanto Marx como Engels fueron marcados por la posibilidad  (de cuño saint-simoniano) de pasar de una noción del Estado como gobierno sobre los hombres, a una posible “administración de las cosas”. En las actuales circunstancias, podríamos hablar de las implicaciones de semejante posición para referirnos al bio-poder y a la bio-política.  

La palabra “asociación” aparece conjuntamente con la posibilidad de imaginar un entramado de “productores libremente asociados”. Así mismo, la crítica a la veneración supersticiosa del Estado, es justamente la raíz del problema de alienación política. En el fondo, En Marx y Engels hay analogías entre la alienación religiosa y la alienación política: "En el Estado toma cuerpo ante nosotros el primer poder ideológico sobre los seres humanos.":  

“Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras que el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra “comunidad” (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la palabra francesa Comuna.”(Carta de Engels a Bebel-1875)  

El poder popular y comunitario es un eslabón clave para desplazar el énfasis desde la tesis de la lucha por los gobiernos progresistas, hacia las fuerzas sociales y políticas contra-hegemónicas que construyen las bases materiales, institucionales y simbólicas de sociedades de transición al socialismo. Este giro exige replantear sí los marcos jurídicos e institucionales existentes sólo permiten profundizar un paradigma renovado de socialismo democrático, o si incluso se desea luchar por algo más radical que esto, lo que implica analizar si el eslabón clave de un término que no entusiasma (socialismo democrático), es justamente una revolución permanente por la democracia socialista. 

Marx y Engels, en el prólogo de la edición alemana de El Manifiesto, 24 de junio del 72, añadieron: "La Comuna ha demostrado, sobre todo, que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines". Marx y Engels escribieron en "El Manifiesto Comunista" en el contexto del siglo XIX europeo:  

"Sustituir la máquina del Estado, una vez destruida, por la organización del proletariado como clase dominante, por la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción (...) Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté centrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político". 

En este punto quisiéramos aclarar que, en cuanto a la abolición de la organización de la sociedad en su forma jurídico-política, de lo que se trata es de superarla, ya que se busca establecer una forma avanzada acorde  con una hegemonía de las clases populares. En este sentido la primera alusión a este tema se encuentra en el Miseria de la Filosofía: “(…) La clase trabajadora sustituirá, en el curso de su desarrollo, a la antigua sociedad civil, una asociación que excluirá las clases y su antagonismo, y no habrá más poder político propiamente dicho (…)”.  

En el Manifiesto se encuentra que: “Si el proletariado, en la lucha contra la burguesía, se constituye necesariamente en clase, por medio de la revolución se transforma a sí mismo en clase dominante y, como tal, destruye violentamente las viejas relaciones de producción, suprime, junto con estas relaciones de producción, también las condiciones de existencia del antagonismo de clase y las clases en general, y por consiguiente también su propio dominio de clase”.

De allí que seguimos pues planteando como horizonte regulativo que de lo que se trata es de superar esta forma de organización jurídico-política, se puede decir que la forma-comuna fue una forma política fundamentalmente expansiva, mientras todas las precedentes formas de gobierno habían sido unilateralmente represivas; es decir, que las diferentes formas que se puedan construir en el socialismo buscarán ser mas democráticas que las actuales formas capitalistas de la organización de la sociedad.  

Karl Marx describió en su texto: “La Comuna de Paris”, los errores cometidos por la clase proletaria en su tarea de gobernar a los franceses y también cómo se debería haber actuado. Relató que tras conseguir el Poder, el proletariado no tuvo que enquistarse en él, sino que debió eliminar, sin pausas y a grandes pasos, las estructuras e instituciones de la burguesía; es decir llevar a cabo, desarrollar, el proceso político hasta su última instancia, alcanzando la "extinción del Estado burgués".  

Justamente, es este horizonte de libertad y liberación, el que pretende enterrarse por parte de los nuevos “socialismos estado-céntricos”. En vez de suponer la radical democratización del Estado, como precondición de la abolición futura del  Estado, plantean tácitamente el fortalecimiento por la vía de la “concentración jerárquica y vertical del poder” en manos del partido-Estado. Un retorno a la falacia del estalinismo en clave tropical.

 
Por tanto, ni el Estado ni la Constitución existente son más que variables, no axiomas inmodificables. Decía Rosa Luxemburgo: 

“Cada Constitución legal es producto de una revolución. En la historia de las clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe. La reforma no posee una fuerza propia, independiente de la revolución. En cada periodo histórico la obra reformista se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución, y prosigue mientras el impulso de la última revolución se haga sentir. Más concretamente, la obra reformista de cada periodo histórico se realiza únicamente en el marco de la forma social creada por la revolución. He aquí el meollo del problema.”(Luxemburgo: Reforma o Revolución)  

Pero en desacuerdo parcial con la Rosa Roja, no todas las Constituciones nacen de revoluciones. Sería necesario corregir la afirmación: nacen de actos de poder, tanto de revoluciones, golpes de timón como de contra-revoluciones. No existe una línea histórica progresiva de revoluciones triunfantes. Hay marchas y contra-marchas, hay flujos y reflujos, hay tendencias al Socialismo, pero hay contra-tendencias hacia la Barbarie (También el Pinochet paranoico-agresivo y su derecha histérica, hicieron su Constitución a la medida).  
 

II.- Momento del llamado “principio de realidad” (Freud): 

La conexión entre Reforma, Revolución y Constitución nos es útil para enfatizar en la siguiente idea: En cada período histórico la obra reformista se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución, y prosigue mientras el impulso de la última revolución se haga sentir. Con un suplemento, cuando la Constitución es obra de un poder constituyente originario

El problema de la relación entre Socialismo y Constitución se concentra allí. ¿Cuáles son los principios y disposiciones para la producción legislativa, que utilizando el impulso constituyente, pueden delinear o edificar en concreto las formas o modelos de socialismo democrático-radicales y participativos para Venezuela?  

Cuando se habla, por ejemplo, de “pueblo legislador” se omite lo esencial: el “pueblo constituyente”, el pueblo que hace revoluciones, no desde el parlamento burgués, sino desde la conjunción de fuerzas extraparlamentarias y parlamentarias, ejerciendo de manera directa la soberanía popular. Soberanía popular que al mismo tiempo se enfrenta al reconocimiento de la diversidad popular, a la unidad y diversidad del pueblo-multitud. Democracia social y participativa, ciertamente, pero a la vez democracia plural, sin liquidar diversidades. Sin concesiones con la derecha capitalista, ni al espíritu jacobino de la unificación despótica

El apego apasionado a la Constitución de 1999 en Venezuela, por ejemplo, conduce a diversos horizontes con límites claramente precisables. En el mejor de los casos: construir más democracia participativa y formas de economía mixta con un fuerte sector de economía social, popular, alternativa y comunal; en el peor de los casos: alguna variante de socialdemocracia reformista con enclaves liberales; para bajarle la mecha de intensidad a la democracia participativa, hasta convertirla en una vieja democracia de elites o cogollos. Ambas opciones están presentes en la Constitución de 1999. 

El apego apasionado a la Constitución de 1999 no permite ni una vuelta de tuerca hacia la derecha neoliberal, ni los saltos de garrocha del socialismo leninista, propio de los manuales con marca “URSS”. Menos aún, es posible la opción del “calco y copia” del despotismo burocrático con sus eufemismos: “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Aquí Rizzi tenía razón: Colectivismo Burocrático, algo no imaginado por Marx ni Engels. 

Por tanto, quien olvide u omita deliberadamente el papel protagónico del espíritu constituyente, huele a reforma sin horizonte de revolución. La construcción del socialismo de la propiedad colectiva y de la democracia directa, en el caso de Venezuela, se encuentra frente a dilemas cargados de tensiones, confusiones y ambivalencias. Uno de sus dilemas es desenmascarar su propio autoengaño: No hay líneas de tendencia dominantes en la dirección de la democracia participativa de signo socialista, sino hacia viejos formatos de populismos de izquierda y/o socialismos de marca burocrática ya conocidos. Allí reside parte de la decepción y desaliento. 

Se ha instalado para algunos sectores una clásica situación de doble vínculo, que solo se puede romper, con la intervención de una multitud popular de movimientos sociales, populares, barriales y de los pueblos originarios, que derrumben los muros del burocratismo, la ineficiencia, la corruptela, el cogollo y la nomenclatura. Los chantajes morales, la manipulación culposa o el uso político de miedos y vergüenzas, en estas circunstancias, están a la orden del día. - Pero, se mueve -, diría Galileo. 

Sabemos además que el modelo de revolución leninista condujo desde temprano a la prefiguración del despotismo burocrático, primero en el partido-aparato, luego como Estado con deformaciones burocráticas y como régimen despótico, por múltiples condiciones, razones y decisiones que conviene dilucidar. Una de ellas: la institucionalización del partido-único, junto a un Estado poco democrático con exuberantes deformaciones burocráticas dominado por un cogollo-camarilla, fueron las mejores condiciones para no hacer ningún modelo de socialismo basado en “todo el poder a los soviets”.  

Más tarde, eso de “Estado de todo el pueblo” de la Constitución de 1936, era el “Estado de la camarilla dócil del partido-único dominado por Stalin”: la famosa “nueva clase” y su a la postre tentacular “nomenclatura”. Sabemos hoy que Trotsky se quedó corto en su crítica presente en “La Revolución Traicionada”, texto ejemplar para comprender engaños y auto-engaños.  

En cambio, una transición democrática al socialismo en las actuales circunstancias, implica inevitablemente un contenido democrático del socialismo (Algo que Allende sabía muy bien, y que fue aprovechado por una coalición de centro-derecha para preparar las condiciones del Golpe junto al imperialismo norteamericano).  

Allí se abre otro dilema político para tareas muy sofisticadas y selectivas de neutralización política de los sectores golpistas, generalmente aliados a las conexiones del pentágono, junto a la neutralización de la desestabilización política, económica, jurídica y mediática de fachada democrática, que también saben utilizar el arte de las “formas combinadas de lucha”.  

Por tanto, para avanzar es preciso afirmar que los modelos de socialismo congruentes con las Constitución de 1999, son variaciones más moderadas o más radicalizadas del socialismo democrático, basado en una democracia de alta intensidad. Si se pierde la posibilidad histórica, será por actos de poder de la derecha capitalista, o por la degeneración populista en una partidocracia clientelar de corte personalista. La constitución de 1999 no permite ni nostalgias leninistas ni guevaristas. Tampoco nada de Stalinismo ni de Maoismo. El socialismo democrático es su límite, guste o no guste. Cualquier otra opción pasa por activar el poder constituyente originario. 

El impulso constituyente de 1999 no da sino para formas de socialdemocracia maximalista (socialista y democrática de verdad-verdad) o minimalista (el populismo de izquierda o el reformismo socialdemócrata). Basta leer la Constitución para reconocer hasta donde es posible estirar los términos. Si se desea otra cosa distinta al marco de las disposiciones fundamentales, habrá que re-posicionar la dialéctica constituyente-constituido. Pues cualquier lectura atenta del “Estado social y democrático de derecho y de justicia”, sabe lo que significan los límites políticos de esta forma-Estado. Obviamente desde allí, no es posible establecer ninguna mediación concreta para la fórmula marxiana de la abolición del Estado. 

Por tanto, si se tratase de una revolución socialista, el asunto iría no por el sendero de un “pueblo legislador”, como consigna hueca de multitud popular, sino que iría a favor del viento de una constituyente que se asoma. Pueblo-multitud constituyente de la democracia de consejos, comunas, propiedad colectiva, de efervescencia revolucionaria, de asambleas populares permanentes, de democracia directa, de autogestión, de radio, prensa y medios alternativos, de contra-cultura, de movilización festiva para construir “otro mundo posible”, de revolución del cuerpo y la palabra, de tantos acontecimientos que serian parte de un tiempo transformacional.  

Pero nada de eso. El espectáculo-comandado tiene dos grandes operadores: la derecha de siempre, y un movimiento nacional-popular progresista que se ha burocratizado en su cima, en nuevo cogollo, en “nueva clase”, en “nomenclatura” en sólo 10 años. Un cogollo de privilegios, de poder e influencia enorme. De allí las decepciones y malestares.  

En este contexto, nos quieren convidar a votar. Honestamente, no entusiasman de alegría contagiosa, ni con el miedo a la amenaza real de la derecha histérica (que avanzará básicamente por los errores del “cogollo chavista”), ni con la esperanza vacía de casi todo (pues el cogollo no ofrece sino su descomposición grotesca). ¿Hacia donde ira la transición al socialismo? Esto sólo lo decidirá el pueblo-multitud. El espectáculo, en términos generales, ha terminado.  

Cualquier otra cosa que una nueva constituyente creando sus condiciones de ventaja política para una revolución socialista sería una rectificación indispensable para aclarar los términos del “Socialismo Democrático” (Ahora Chávez habla de “socialismo democrático”, y la autodenominada “izquierda revolucionaria auténtica” en el seno del “chavismo” (los llamados “leninistas de partido-único”) no lo acusa de “reformista”. Para ellos sería sólo una inteligente “maniobra de distracción” del “Comandante-Presidente”). Sin embargo, aparecen síntomas del flujo-reflujo revolucionario. Las palabras no son neutras. ¿Cómo se junta el “socialismo democrático” con el “guevarismo”? “Antonio Aponte” podría darnos la respuesta. 

En el peor de los escenarios, la indefinición socialista podría entramparse interminablemente con elasticidades semánticas o aberraciones interpretativas, generando más confusión ideológica en el terreno legislativo, apelando a recursos desgastados, a excesos de hermenéutica constitucional, o a un patético tráfico de influencias y sentencias, que reforzará el devenir del proceso a la dependencia a judicializar la política, táctica que tenderá a agotarse por entropía semiótica (se les verá cada vez más el mogote a los “signos discordantes”), confundiendo “reforma” con “revolución”, y a ambas con “decadencia”.  

También decía Luxemburgo: “Va en contra del proceso histórico presentar la obra reformista, como una revolución prolongada a largo plazo y la revolución como una serie condensada de reformas. La transformación social y la reforma legislativa no difieren por su duración sino por su contenido. El secreto del cambio histórico mediante la utilización del poder político reside precisamente en la transformación de la simple modificación cuantitativa en una nueva cualidad o, más concretamente, en el pasaje de un periodo histórico de una forma dada de sociedad a otra.” 

Nuestro punto de vista es, no una afirmación de un proyecto deseado, sino un análisis de la posibilidad histórica objetiva: desde la Constitución de 1999 sólo es posible construir una modalidad de socialismo basado en la democracia social y participativa; en fin, estilos de socialismos democráticos y participativos, de economía mixta con un fuerte sector de economía social, popular, alternativa y comunal.  

Obviamente, esto desilusiona a algunas inercias ideológicas: viejos bolches-trotskistas, viejos y nuevos guevaristas a lo “MIR-histórico”, estalinistas o maoístas de cualquier ralea o pelaje. Pero la desilusión nace si la Constitución es el límite infranqueable, si lo jurídico se impone a lo político. La otra vía son los poderes creadores del pueblo-multitud-constituyente; u otras opciones (para mí descartadas), reactivar las opciones del “leninismo insurreccional”, las “guerras populares prolongadas” o la “mitología guerrillera”. Se pasaría de facto de una revolución democrática, electoral y pacífica a una revolución socialista clásica.  

Hay que señalarlo sin pudores: las formulaciones contenidas en aquel impulso revolucionario (1999) no dan más allá que para socialismo democrático renovado por la democracia participativa, radical y plural, una economía mixta que reconoce la coexistencia de la propiedad privada (art.115) con la propiedad colectiva (art. 308), pero que no confunde la economía social, popular, alternativa y comunal con una variante del estatismo autoritario. En este marco jurídico-político, la oposición capitalista, puede optar en desempolvar el imaginario del capitalismo democrático de bienestar.

En este orden de ideas, la tensión explosiva está presente en cada paso que se da, en cada declaración contradictoria, en cada medida ejecutiva, en cada iniciativa legislativa, en cada decisión jurisdiccional. Si se quiere agarrar el toro por la raíz, el asunto esta en clarificar sin medias tintas la relación entre Democracia y Socialismo en Venezuela. A los camaradas que descalifican esta posición llamándola reformista, no queda otra que decirles: “no es posible meter el enorme genio del Che en los límites de ésta Constitución de 1999”. El resto son puros actos de poder o constituyentes de facto

Son las propias contradicciones de la edificación del socialismo bolivariano las que están generando “problemas auto-inducidos”. Por ejemplo, ¿cómo se asimila eso de Socialismo “democratizando la propiedad privada”, pero a la vez se dice que se construye un partido “anticapitalista y marxista”?. ¡Vaya usted a saber!  

A Carlos Andrés Pérez se le endosa la frase: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”. Triste y patético sería estar frente a un gran extravío de la revolución bolivariana que culmina en un oxímoron todavía más patético: “lo uno y lo otro y todo lo contrario”.  

Aquí en Venezuela sucede lo imposible: las cucarachas vuelan tan rápido como un colibrí. El debate sigue, pués, abierto.  
 

jbiardeau@gmail.com



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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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