¿Cuándo terminó la Guerra Fría? III

Ya en 1989, antes de terminar la Guerra Fría, Bush I, sucesor de Reagan, invade Panamá, y en agosto de 1990 ataca a Irak dando inicio a la Primera guerra del Golfo.

El año 1991 comienza en Europa la Guerra de Yugoslavia, que origina matanzas espantosas producto de nacionalismos virulentos y de crecientes xenofobias, todo cruzado por intereses europeos y estadounidenses que contribuyen a envenenar más el ambiente. Su resultado es la creación de varias pequeñas repúblicas que caen bajo influencia de países europeos y de Estados Unidos, y luego la total destrucción de Serbia, objetivo central estadounidense, logrado mediante 78 días de bombardeos, crimen que ocurre en 1999, bajo el gobierno de Clinton. De esas matanzas y masacres, solo Milosevic, el gobernante serbio, paga por ellas con su vida, porque es decisión de Estados Unidos. Por cierto, poco antes de eso, un senador estadounidense llamado Joe Biden se reunió con Milosevic, lo insultó llamándolo asesino demoníaco, le prometió pronto juicio y pronta muerte y le anunció que su país iba a destruir a Serbia.

En medio de estas nuevas guerras, incoherentes y locales, Estados Unidos empieza a preguntarse de qué sirvió ganar la Guerra Fría y si no le hace falta ahora la Rusia comunista. Esta era el enemigo ideal: estable, de gran tamaño, muy bien armada y con una ideología opuesta a la suya. De nada le sirve ahora esta Rusia arruinada y cómplice en manos del nauseabundo Yelsin.

El mundo post soviético se ha vuelto un mundo caótico en el que estallan por doquier crisis y guerras sin salida. Estados Unidos descubre que le hace falta la Guerra Fría y que necesita un caos organizado y controlado por su Imperio para poder dominar realmente al mundo. Para eso le es indispensable encontrar o fabricar un nuevo enemigo de su talla. No puede resucitar a la Unión Soviética. Debe buscar ese enemigo en otra parte. Y debe ser pronto, porque en su país está presente ya ese caos: odio contra el gobierno, milicias armadas por doquier y atentados violentos como el entonces reciente de Oklahoma.

Su primer intento, convertir a la droga en ese enemigo, falla en forma rotunda, porque el país es el primer consumidor de droga del mundo y el principal beneficiario de su tráfico. Además, había creado poco antes el crack, cocaína sucia, mezclada y fumable, para corromper las luchas de los negros con una droga letal, barata y accesible.

Su segundo intento, convertir en ese enemigo al terrorismo, también pareció fallar en un principio por similar razón. Estados Unidos era y es el país más terrorista del mundo, organizador y financista del fundamentalismo islámico que realizaba los peores actos terroristas: había armado a los mujahedines, a los taliban y a otros grupos semejantes. Tenía vínculos estrechos con Al Qaeda, y los Bush eran íntimos de la familia de Ben Laden, saudita creador de esa organización terrorista, y compartían con aquélla intereses petroleros a los que estaba asociado el futuro presidente Bush II.

Y entonces ocurre un auténtico milagro, sin duda obra de la Providencia, que ama a Estados Unidos; un atentado que literalmente le cae del cielo: el ataque, el 11 de septiembre de 2001, contra las torres del World Trade Center newyorquino, símbolo orgulloso de su poder imperial. De este cada vez más confuso hecho puede decirse que, salvo que ocurrió, todo lo que el gobierno de Estados Unidos ha dicho al respecto es falso o está lleno de contradicciones. Después de aprovecharlo para sus planes, la posición oficial fue olvidarlo, a lo que ayuda el secreto garantizado por Bush II al menos por el próximo medio siglo. Lo que cuenta es que lo aprovechó para declararse abanderado mundial contra el terrorismo, al que declara la guerra, acusando a quien se le oponga de terrorista.

Comienza así la imposición al mundo de su política militar. Arrancan sus nuevas agresiones e invasiones, sobre todo en el Medio Oriente, aumenta su control sobre Europa y América Latina mediante intrigas, sanciones, imposición de bases militares camufladas y golpes de estado, de ser necesario.

Su prepotencia afirma que puede ganar tres guerras juntas. Las declara una tras otra y empieza a empantanarse en ellas o a perderlas: guerra contra Afganistán por ser refugio de Ben Laden al que acusa ahora de haber organizado el ataque a las torres. Guerra contra Irak, la Segunda guerra del Golfo, para liquidar ahora a Saddam Hussein falsamente acusado de tener armas nucleares. Siguen otras, como Libia y luego Siria. Y en todas se empantana sin salida. Tiene 20 años hundido en Afganistán, 18 en Irak, y más de 10 en Siria. Para la de Libia usó a la OTAN. Pero eso no le importa, pues su política de dominio mundial apunta ahora, no a vencer en esas guerras, sino a destrozar esos países, hacerlos inviables y a mantener bajo su control el caos que con ellas provoca para dividirlos y seguir así saqueando al mundo.

Pero mientras agrede países y se empantana en sus guerras, Estados Unidos descubre tardíamente que ha olvidado lo principal. Ha descuidado a Rusia, a la que subestima, y a China, a la que cree bajo su dominio. Así, Putin, sucesor de Yelsin, rescata a Rusia del desastre, la dirige con mano firme generando confianza y apoyo y contribuye a convertirla de nuevo en país soberano y orgulloso; y más aún, en potencia tecnológica y militar que en unos años le saca enorme ventaja en ambos campos a Estados Unidos. Y por su parte, China, dirigida por su Partido Comunista, no pierde nunca su dignidad ni su soberanía y en cosa de dos décadas se convierte en una verdadera potencia económica, científica, tecnológica y hasta militar, mostrando de este modo que ha sabido aprovechar la globalización y la apertura al comercio internacional para que el país se enriquezca, pero realizando necesarios cambios sociales y derrotando la pobreza, y para que alcance un crecimiento soberano e imparable que la convierte en competidor serio de Estados Unidos.

Ahora importa menos el Medio Oriente y su petróleo. Estados Unidos lo descubre tarde, pero los adversarios a temer son esta nueva Rusia, soberana y digna que lo supera ampliamente en lo militar, y esta China en indetenible ascenso que lo está alcanzando como primera potencia económica del mundo. Esta es la guerra que empieza a preparar, contra esas dos potencias nucleares grandes y en ascenso, que no quieren guerra con nadie sino respeto a su soberanía, paz y amistad con todos y comercio libre con el mundo; y que se mantienen unidas y aliadas para defenderse de la amenaza militar que encarna ese Imperio ya decadente y siempre belicoso.

Y el hecho es que, como Imperio arrogante y guerrerista que es, Estados Unidos no está dispuesto a aceptar un mundo multipolar y pacífico en el que tiene todas las de perder al dejar de ser, como pretende, el único dueño del planeta. Trump, que así pensaba, intentó al menos separar a Rusia de China reduciendo la tensión con la primera para acentuar las sanciones y amenazas contra esta. Fracasó. Pero el gobierno de este nuevo matón disfrazado en cambio de defensor de derechos humanos y libertades que es Biden, ya ha declarado, con soberbia impregnada de locura que su política será enfrentarlas juntas a las dos. De modo que su actitud y sus nuevas agresiones contra ambas pueden irnos llevando a que esta tensa preguerra de amenazas imperiales en que hoy vivimos se convierta a corto plazo en una guerra nuclear con todo lo que eso significa.

Algunos quizás añoren ahora los tiempos de la vieja Guerra Fría, la que habría terminado en 1991, porque la amenaza nuclear estaba entonces contenida; o porque, como escribió hace años un autor cuyo nombre no recuerdo, "Si la Tercera guerra mundial es con armas nucleares, la Cuarta será con piedras y palos". Si algo queda.

Tomado del diario Últimas Noticias.



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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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