La España que ha de helarte el corazón

Cataluña ya se ha ido. Una parte importante de los catalanes ya ha desconectado de España. Da igual el resultado del (simulacro de) referéndum del domingo. La represión policial del pasado domingo contra ciudadanos pacíficos que querían votar, su repercusión en medios internacionales y la fuga hacia delante de Puigdemont anunciando que sigue el camino hacia la DUI nos lleva a una pantalla totalmente nueva en el proceso de independencia catalana. Agresiones policiales, presión vecinal con movilizaciones contra la policía y guardia civil, respuesta policial con imágenes de "viva España" y cargas nocturnas de guardia civiles de paisano contra la población con porras extensibles que retroalimenta y acrecienta la réplica ciudadana con la celebración de una huelga y la proliferación de protestas por toda Cataluña que nos meten en un bucle del que desconocemos el final, pero que anuncian que se ha pasado un punto de no retorno y en el que la posibilidad de dialogo ahora parece imposible.

A los políticos se les ha ido de las manos. Cuando el Parlament se saltó la legalidad vigente, apelando a la legitimidad del pueblo y las calles, confirió la fuente de poder a la sociedad civil. Desde ese momento, las actuaciones de los ciudadanos no necesitan ya de ningún tipo de legitimidad institucional, desplazando así la actuación política al margen de todo el proceso. El enfrentamiento político se ha trasladado al ámbito social, habitándose espacios de inicios de lucha cuasi prerrevolucionaria. El Gobierno del PP, y su inmovilismo e impasibilidad ante esta realidad social, no he entendido aún que esto no se soluciona con sentencias judiciales y actuaciones policiales que sólo sirven para fortalecer la posición de resistencia de los ciudadanos. Ha sido incapaz de comprender la diferencia que hay cuando una persona determinada se salta la ley, que se trata de una cuestión legal, y cuando es la mitad de la población de un territorio la que la desobedece, que además es una cuestión política. La fractura social es demasiado profunda para que la solución al conflicto no deje secuelas difícilmente reversibles. Pero, ocurra lo que ocurra, el resultado será indiferente porque parte de Cataluña ya se ha ido emocionalmente de España.

Todo lo que está aconteciendo en el conflicto catalán está teniendo su efecto en el resto de España. En los últimos días se ha podido observar un fuerte incremento del nacionalismo español hasta límites que uno sólo recuerda en el contexto de la celebración de títulos deportivos. Muchos políticos han promovido actos en defensa de la Constitución y la unidad de España, pero desde la confrontación y el desprecio a los independentistas. Son unos inconscientes. Ese discurso sirve de transmisión de elementos de corte fascista que se sienten cómodos en este espacio. Así, se han visto manifestaciones en las que se ha cantado proclamas fascistas y en la que han participado activamente grupos de ultraderecha con la connivencia de unos políticos miopes que siguen alimentando el odio, sin medir sus consecuencias, simplemente porque creen que estos actos les pueden ofrecer réditos electorales. No se puede ser más corto.

Las ondeantes banderas repletas de testosterona como símbolos de imposición y servidumbre, así como las soflamas y bravuconadas de lenguaje y conceptos guerracivilistas que están utilizando algunos políticos, sólo dan alas a una ultraderecha que siempre está latente y que parece despertar. Porque el fascismo, y más en España, nunca ha dejado de existir. Es un movimiento que permanece aletargado y que aparece en periodos de profundas crisis políticas como la que estamos viviendo estos días. La crisis institucional es un caldo de cultivo propicio para el fascismo. La diferencia que existe respecto a otros momentos es la aceptación de ese discurso que apela a falsos sentimientos colectivos, ultranacionalista e irracional, por una parte importante de la población. Igualmente, resulta alarmante observar el tratamiento equidistante que otorgan los medios a la violenta demagogia fascista. Se está produciendo una peligrosa normalización de la ideología fascista que puede poner a los partidos democráticos estatales en una tesitura que tiene difícil resolución. Si se empeñan en llevarnos en una escalada de la tensión, radicalizando políticas y actuaciones, aceptándolo, el fascismo renacerá imperante para ofrecer soluciones drásticas a los ciudadanos que les comprarán sus ideas totalitarias. De esta manera, en estos días se ha visto a ciudadanos vitorear "a por ellos" a los guardias civiles que partían hacia Cataluña, pitadas e insultos a jugadores de la selección por opinar diferente, propuestas de juras de bandera masivas, representantes electos que no pueden salir de un acto por una protesta nazi o mensajes de ciudadanos en las diferentes redes sociales incitando a la violencia. Frases y pensamientos ramplones que propagan un falso patriotismo fundamentado en el odio al otro. Y sigue creciendo.

La posible solución pasa, precisamente, por no darles cancha y no asimilar sus aberraciones, excluyéndolos de la escena pública y política. De lo contrario, y ante la situación actual, es tremendamente fácil que este tipo de premisas vayan calando poco a poco en la ciudadanía y, quizás, cuando nos queramos dar cuenta sea demasiado tarde. Mucha gente se pregunta cómo existe un Trump presidente de EE.UU., o por el auge de partidos de extrema derecha en Europa. Quizás analizando las circunstancias actuales se podrían encontrar las claves de la expansión y consolidación de este tipo de fenómenos.

Definitivamente, estamos al inicio de algo, y en el trayecto se podrán encontrar muchas opciones de tomar derivadas, marcha atrás, pararse e incluso habrá posibilidades de recomponerse, pero, si se niega la existencia del peligro real de la deriva fascista, este camino nos puede llevar a lugares dramáticamente conocidos. A pesar de la madurez democrática de la sociedad española, que alguien establezca paralelismos con los años 30 es inevitable. Ya se sabe, españolito, es el renacer de la España que ha de helarte el corazón y aún no te has dado cuenta. No nos empeñemos en repetir nuestra historia.



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