Holocausto cumanés

"No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes,

los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y

nos minan meticulosamente como el tiempo."

E.M. Cioran

Este texto se "escribe sólo". Es una historia, como casi todas en Venezuela, que se repite por los cuatro costados. Es un texto del dolor y la indignación. Pudiera llamarse holocausto barinés u holocausto bolivarense, qué más da. Es la historia infame de un país que fenece diariamente producto de un Gobierno que se dedicó a hacer campaña por más de 19 años. Un Gobierno que encontró en la excusa y en la justificación insustancial y rebuscada sus mejores armas para defenderse; una defensa justificada a partir de excusas retórico-emocionales ("guerra económica", "Inflación inducida", "ataque a la moneda"…) que ya no generan entusiasmos ni siquiera en sus más fervientes y fanatizados correligionarios.

Cuando me conecto y veo a mis padres, amigos y conocidos de Cumaná, lo primero que advierto es la delgadez; una delgadez que nada tiene que ver con dietas, sino con hambre. ¡Qué duro ver a tus seres amados a través de la pantalla del monitor y verlos en estado famélico! ¡Qué duro tener que tragar grueso para no soltar la lágrima puntual y dolorosa ante los seres que amas! En Caracas no es así; lo sé. El Gobierno trata a toda costa de medio mantener en funcionamiento las cosas básicas en la capital. Pero la realidad de la provincia ya está llegando a la ciudad capital.

Estando fuera del país, por lo menos así me pasa a mí, uno lo que hace es amarrarse al recuerdo nostálgico y bueno de los días pasados. Uno, a veces, se pierde en esas ensoñaciones. Los recuerdos de Cumaná me vienen por los pinos sembrados en las islas de la avenida Gómez Rubio, la que separaba las casas de ambas abuelas. Recuerdo una calle ancha de niño, que la cruzaba corriendo atravesando los pinos que adornaban la "isla" de la avenida. Era ancha porque era pequeño e inocente y feliz…El recuerdo desde afuera es diferente, está lleno de nostalgias y añoranzas. Ahora observo que el problema habita en el monitor, en la voz triste de papá que quiere, inútilmente, esconder la pena y el dolor, disimular con risitas entre cortadas, que Cumaná ya no es, que está atravesada por una la daga mediocre de este mal que la consume. De este Horla (relato fantástico de Guy de Maupassant) que penetra lo mismo los lugares de la casa que las almas de los cumaneses. Se ha instalado una tristeza nueva; una presencia que es peor que la escasez, la mediocridad y la desidia gubernamental. Es una entidad invisible y poderosa que se alimenta todos los días gracias a los auspicios de un Gobierno que hace sufrir de desolación y mengua al pueblo que le dio poder.

Hablo con papá y me dice: "¡La carne está en 12 millones y no se consigue!... mi pensión es de cuatro y la de tu mai, igual". De una vez se desfiguran las nostalgias, los recuerdos y añoranzas de una realidad venida a menos, aún menos. Y uno lo ve en las mirada triste y desoladora de mi amigo Joseíto, flaco, huesudo; algo triste a pesar de su risa. Uno lo sabe porque tus seres queridos se van al mercado municipal a pie, porque el casi inexistente transporte público que hay no sirve (las perreras que ahora "fungen" de transporte público). Además, no hay efectivo y quienes venden efectivo cobran hasta 300% su valor nominal. La carne es cara, es cierto, pero escasea, doble problema: es poca y la plata no alcanza para comprarla. ¿Qué comen? La interrogación más jodida que uno puede hacer estando fuera del país. Respuesta: --Lentejas y arroz. Un pollo cuesta 12 millones también--. Hago pausa. Desde el monitor papá siente mi silencio. Caminan hasta 4 y 5 kilómetros al mercado a ver "qué hay". Así las cosas. Todo se vuelve tan dolorosamente confuso y triste. El sol no ayuda mucho; el sol derrite los cuerpos lo mismo que las emociones y los sentires. Un pueblo que, a pesar de la desidia gubernamental y el drama humano, se niega a dejar de reír; siempre me pregunté el origen de esa risa, sobre todo en tiempos donde el dolor recorre los espacios sin cortapisas.

Son tantas cosas. Tantos dolores juntos: mataron a Mambito; a Felipe le dieron varios tiros; la mamá de la Negra murió porque no consiguió las medicinas; Gaby no tiene como comprarle los útiles a sus chamos; Andrés venderá su carrito para poder irse a Chile a probar suerte; Sabrina pide fiao dos huevos para comer; uno hoy y otro mañana, los comparte con su hija menor. El edificio está a oscuras porque se robaron los bombillos; también se robaron los cables de CANTV y los técnicos de CANTV están cobrando 60 millones por apartamento para reponerlos. El agua tiene más de dos años viniendo de forma irregular, a veces pasan semanas que no llega. Los edificios 49 y 50 se están quedando solos, ya no hay chamos jugando en el terreno del frente; muchos se han ido. El pescao está carísimo…historia del holocausto. Los veo desde el monitor, del otro lado me hablan los afectos con un nuevo halo, un aura seca y desabrida.

Entonces los análisis estorban; las cifras no "dicen nada", no explican el dolor ni la pena. El lunes una radio caraqueña me hará una entrevista para analizar la situación política y social del país. ¿Qué decir? ¿Desde dónde hablar? ¿Cuáles argumentos elaborar?... El frío análisis no llevará el pan a Cumaná. No dará cuenta de los dolores íntimos de la gente de El Valle o El Chispero. Claro que los análisis son válidos, sirven para dar algunas orientaciones a no se sabe quién; pero ahí van; no inciden en la gestación de una opinión pública seria y trascendente. Un pueblo como el nuestro, acostumbrado al olvido y al clientelismo, poco o nada puede hacer ante su parálisis secular. Esa parálisis es despolitización, uno de los resortes de la ignominiosa realidad política que hoy vivimos y de la cual el Gobierno ha hecho su mayor "virtud". Está recogiendo lo que años de desidia y anti política han sembrado; he allí su eficacia partidista. Pero hay algo que falla en los cálculos gubernamentales: la realidad le está pasando factura. Ya las ilusiones y esperanzas que fueron tan funcionales un tiempo, chocan con una realidad que no admite más "esperanzas" ni "ilusiones" discursivas. La realidad le está susurrando en el cuello: --ya no más, se te acabaron los trucos--.

El hambre está en las calles, está en la gente; se apoltrona en los hogares cumaneses o margariteños, merideños o tachirenses. Desde un púlpito minúsculo habla el gobernante regional; no habla, repite; está condicionado por el Gobierno nacional. No tiene palabras, las suyas son copia y pega de un Gobierno que nada tiene que decir, que es incapaz de reinventarse ni siquiera en el discurso: ya no tiene nuevos enemigos, son los mismos, perdió la capacidad de relatar nuevas ficciones. Lo sabe. Eso es lo peor. Sabe que sus días están contados. Que su sombrero de trucos ya no tiene conejos; que la realidad se impone brutalmente sobre el pueblo. La realidad ira, la realidad hambre, la realidad disturbio que acecha, la realidad disconforme y multifactorial, la realidad hambre otra vez, la realidad… ¡Coño, la realidad! De eso se compone la conspiración a cielo abierto, de una realidad cotidiana que no encontrará contención en los fusiles ni en los uniformes. Una realidad cada vez más homogénea y vil que asusta al poder farsante, que les hiela la sangre. Porque el holocausto cumanés, merideño o guariqueño (¡qué más da!) se hará sentir, de allí saldrá la hoz que segaras la mala hierba de hoy y, ojalá, la de ayer. Todo holocausto es germen de buenos tiempos, eso sí.



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Johan López


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