El pueblo no retrocede

Llamar al pueblo a asumir su papel histórico significa instarlo a proseguir sus batallas, a profundizar las luchas, en la certeza de que no hay retroceso posible, pues el trecho avanzado está sembrado de posibilidades, aunque también de errores, pero no constituirán éstos el resquicio por donde se deje entrar al enemigo de clase enmascarado de “paz, progreso y tranquilidad”

Tras la farsa de “unidad democrática” se está fraguando la gran mentira de que “no hay derecha ni izquierda”, de que la familia venezolana ha sido siempre una sola, ahora resquebrajada por las “inventivas de socialismo” del Presidente Chávez. Con tan débil escudo se están protegiendo hoy: primero, los enemigos de clase de los amplios sectores populares, representados en Henrique Capriles Radonski, encarnación de la más rancia burguesía, para quien la palabra pueblo es un bagazo despreciable al cual pretende utilizar para ascender a la primera magistratura y una vez allí mostrar sus afilados dientes, si la ceguera popular llegase al extremo de consignar el voto a su favor; segundo, los grandes farsantes, entre quienes se encuentran aquellos que habiendo fungido de dirigentes contra un estado de cosas asfixiante en las pasadas décadas, convertidos luego en renegados, son un estigma para aquellas heroicas luchas; figura representativa de tales especímenes es Gabriel Puerta Aponte, quien no se ruboriza al decir: “con Capriles los socialistas tenemos la posibilidad de ganar”; tercero, los desorientados u oportunistas de siempre, los genuflexos, quienes medraron a la sombra de pasados gobiernos o permanecieron solapados, guardando cómplice silencio ante los desmanes e insoportable clima de terror y zozobra que azotó a Venezuela en aquellos años.

Estos tres grupos están condenados al basurero de la historia.

Hay un cuarto grupo, hoy quizás frente el dilema de cobijarse o no tras el frágil escudo de la llamada “mesa de unidad”-. Nos referimos a quienes no han llegado a un análisis claro de las contradicciones de la sociedad venezolana. Muchos de ellos respaldaron al gobierno del Presidente Chávez o vieron con su llegada al poder la posibilidad de emprender con seriedad un camino de transformaciones. Desilusionados porque el curso de los acontecimientos no se ha ajustado a sus aspiraciones, han optado por una posición crítica, bastante saludable en cuanto señalan en términos de altura, sin chabacanería ni epítetos despectivos, los errores que se han venido cometiendo a lo largo de estos trece años. Pero al mismo tiempo una posición susceptible de caer en precipitaciones y de confundir lo que hoy en Venezuela significa la candidatura de Capriles Radonski.

Hay en este grupo personas de trayectoria política limpia, profesionalmente capaces, quienes estarían llamados a cumplir un papel de importancia en el curso de los acontecimientos posteriores a las venideras elecciones.

Otro sector que no clasificaríamos como grupo es el de los llamados NI NI o abstencionistas. Es un sector variable. Grave error sería considerarles apáticos o indiferentes, pues las motivaciones que les han llevado a abstenerse varía en cada período electoral. En el 58, apenas derrocada la dictadura, fue de 6,58%. Cinco años después –ya iniciada la lucha armada- se mantuvo casi en los mismos parámetros y fluctuó hasta elevadas cifras entre los años 70 y 90, al comprobar que votar por AD o Copei era absolutamente lo mismo. (Véase en la red artículo de Juan Andrés Sánchez Gallardo: “Abstención electoral en comicios presidenciales venezolanos desde 1958 hasta 2006”)

En el presente año, cuando las dos opciones están claramente definidas, la abstención no tendrá lugar: o se prosigue el camino andado hacia una democracia realmente participativa, sin denominaciones impuestas de “socialismo” o “revolución”, o se le cede el terreno a las clases dominantes, al opresor disfrazado de cordero. No hay términos medios.

Desbrozar el terreno

Nadie puede negar que en el curso de estos trece años, un cambio cualitativo se ha operado en la conciencia del pueblo venezolano. Las grandes mayorías que en 1998 votaron por Hugo Chávez Frías estaban clamando por un cambio radical de la sociedad, que pusiera fin a la falacia de “democracia representativa” donde el pueblo jamás se sintió representado ni tomado en cuenta. Tampoco podría nadie negar que su inclusión en las “misiones” educativas le ha permitido superar muchas limitaciones e incorporarse a la acción social en los barrios y en otros espacios, como sujeto partícipe de cambios y no como simple objeto utilizable en los comicios electorales.

Conscientes estamos de que ese cambio radical no se ha operado, pero es ya un gran paso que las mayorías excluidas se atrevan a opinar libremente en todos los espacios públicos, a dirigir las protestas, a reclamar sus derechos. Estas mayorías siguen dispuestas a convertirse en auténtico sujeto de la historia y están firmemente decididas a no permitir que sus avances sean escamoteados por el primer improvisado que, esgrimiendo la consigna de “paz y progreso”, pretenda hacer retroceder la historia.

Ahora bien, el terreno andado no está libre de malezas. Y en muchas de ellas han crecido raíces que deben ser extirpadas. Hacia allá se encaminan las luchas populares. Y en esa titánica tarea es donde sería valioso el respaldo de todas aquellas personas y sectores que se sientan llamados a dar su aporte para transformar ciertamente la sociedad.





El chavismo no es un todo monolítico

Fuertes contradicciones se agitan en el vértice de la pirámide que constituye el chavismo, agravadas con la enfermedad del Presidente Chávez. Es allí donde se anidan la burocracia, las ambiciones personales y otros vicios. En las bases, en cambio, integradas por las grandes mayorías, es donde está el futuro de este llamado proceso. Sin duda, hay allí una corriente emotiva pueblo-Chávez, la cual se caracteriza por la fidelidad al líder, pero a la vez por la certeza de que el terreno andado es esfuerzo propio y debe ser defendido. Es una base que ha venido creciendo al calor de la participación social, del acceso a la educación, de la ininterrumpida movilización por el logro de sus aspiraciones, donde se han generado contradicciones con el vértice. Son contradicciones que irán in crescendo en la medida en que las trabas desde arriba frenen su accionar o acentúen su descontento por la ineficacia en la cúspide e incumplimiento de promesas.

Pero lo significativo es que el descontento de las bases no se manifiesta en frustración, en pasividad o en ánimo de restaurar caducas situaciones del pasado, sino en rebeldía y confianza en las propias fuerzas.

Por ejemplo, cuando un dirigente laboral de la Siderúrgica del Orinoco declara que la clase trabajadora no ha sido consultada para efectuar la reforma de la Ley Orgánica del Trabajo (LOT); cuando denuncia que en el oficialismo se ha enquistado la burocracia y la corrupción para decidir a su antojo acerca de las empresas básicas y de la contratación colectiva, está ejerciendo su derecho a disentir y a hacer valer la opinión de los trabajadores. Pero al mismo tiempo advierte:

“No tenemos nada que ver con Capriles Radonski porque él representa al patrón, representa a los empresarios y con ellos no queremos nada. Somos hombres de izquierda, críticos profundos, no somos borregos de nadie”.

Al preguntársele si trabajaría para reelegir al actual Presidente de la República, responde:

“En Patria Obrera nos encontramos discutiendo el apoyo al Presidente Chávez en las elecciones del 7 de octubre, pero lo haremos con condiciones (…) Los movimientos populares y de los trabajadores deben asumir la conducción de verdad verdad y no los burócratas. Debe insurgir un movimiento real, de la base, para realizar los cambios profundos que exige la clase trabajadora” (José “Acarigua” Rodríguez, La Razón, 1/4/2012).

Ese clamor que se viene sintiendo en distintos espacios del accionar popular puede alcanzar otra dimensión y transferir el protagonismo del vértice a las bases.

Una férrea muralla

Trece años de fogueo político, de permanente movilización social, de presencia activa en distintos espacios públicos, con o sin limitaciones, han convertido al pueblo venezolano en una férrea muralla nada fácil de penetrar por el afán clientelar de quienes hoy están obnubilados ante los recientes comicios del 12 de febrero.

No son masas ignaras las que pretende capturar con su anzuelo de burgués el candidato Capriles Radonski. Está pretendiendo entrar en terrenos labrados con esfuerzo por quienes habían sido relegados durante décadas y siglos por la clase que él representa. Del seno de los barrios, de las entrañas de las fábricas y empresas, de las remotas escuelas y centros de enseñanza en las más apartadas aldeas han surgido dirigentes fogueados, jóvenes armados con la práctica social, claros en el rumbo que deben seguir las luchas para que realmente el pueblo se convierta en protagonista. Estos jóvenes maestros, profesores, obreros, técnicos agrarios o en otros oficios, colectivos laborales y comuneros, han venido trabajando silenciosamente, librando batallas contra la burocracia y otras trabas, sembrando conciencia de clase en todos los ámbitos posibles. Ellos son la vanguardia, acerada día a día, limpia en su trayectoria. Están conscientes de que tienen en sus manos la conducción de las luchas populares hacia su culminación.

Todo este bloque compacto, silencioso, podría llegar a constituir una sola voz y exigir condiciones claras para convertir su participación, a mediano o largo plazo, en auténtico poder popular, recurriendo a cualquier forma de lucha si las circunstancias lo exigen.

Contra esa muralla se estrellará el 7 de octubre el rancio enemigo de clase cuya máscara de progreso, juventud y paz no logrará encubrir los siglos de segregación, guerras y miseria impuestos por sus ancestros a los sectores oprimidos.
irbami@cantv.net


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