México es hoy el gran cuartel

“Que el fraude electoral jamás se olvide”

El régimen ilegítimo de Felipe Calderón, ante el repudio popular del que es objeto, optó por soportarse en el ejército para tratar de gobernar. Con el argumento del combate al narcotráfico abrió la puerta de los cuarteles para que la tropa tomara la calle; hoy México es un gran cuartel. Parece que su lectura de Maquiavelo es muy superficial; sólo aprendió que es preferible ser temido a ser amado. Lo que no leyó, o no le dijeron, es que para ser eficazmente temido necesita ejercer el pleno control del instrumento atemorizador. No es el caso. El papelito que le dice ser el Comandante Supremo no es más que eso: un papel, aunque sea la Constitución Política. Si el sedicente comandante supremo viola la Constitución al conferirle al ejército funciones de policía, la convierte, para el caso, en un simple papel y, con ello, convierte en sueño de opio su comandancia suprema. A mayor abundamiento: el hecho mismo de haber accedido al poder por la vía fraudulenta, convirtió al estado de derecho –tan pomposamente enarbolado- en un simple papel deleznable, igual que sus sacrosantas instituciones.

Se necesita ingenuidad e impericia para suponer que quien se sabe poseedor del poder físico -en este caso, el real- se va a someter al mandato del poder virtual de una institucionalidad violada e ilegítima. Si el narconegocio ha corrompido a policías y a jueces, quien puede dudar que también lo ha hecho y lo seguirá haciendo con jefes militares; Gutiérrez Rebollo es militar, si no me equivoco. Quien puede asegurar que el comandante de una determinada zona cumpla su función combatiendo al cártel de Juan, en protección del cártel de Pedro. No es de dudarse que, en breve, se combata entre los mismos comandantes de zona militar, en traslado de las pugnas entre cárteles.

En tanto el narcotráfico siga siendo el negocio más rentable del mundo, no habrá fuerza que lo pueda controlar. En tanto el mercado siga demandando drogas, siempre habrá un oferente dispuesto a correr el riesgo y, en la medida de este, aumentar su rentabilidad y su capacidad corruptora. Si todo el inmenso caudal de recursos que se destina a combatir el narconegocio se aplicara a la educación y la prevención, pero principalmente a la creación de expectativas de realización afirmativa en la juventud, bien pudiera liberarse el comercio de estupefacientes, en beneficio del bienestar social, sin riesgos de destrucción.



Pero mayor ingenuidad se requiere para creer en el argumento de la lucha al narcotráfico, como justificación para la militarización del país. Aún mayor para suponer que el ejército es un aparato al que se le puede manejar al antojo del operador. Con el fraude, Calderón y la derecha le infringieron un severo daño al país; con la militarización están cometiendo suicidio con todas las agravantes. Se trata de un autogolpe al estilo del uruguayo Bordaberri. El ejército no lo exigió, simplemente se lo pusieron en bandeja.

Queda por saber de que madera está hecho el ejército mexicano. Debo reconocer que tiene características sui géneris que lo distinguen de la mayoría de los cuerpos armados del continente. Desde luego no es un grupo elitista, sino de raigambre popular. Sin desconocer la elevada influencia de la doctrina de seguridad yanqui, el mexicano guarda un importante perfil nacionalista. Su actuación en los casos de desastres naturales (programa DN-III) es, en muchos aspectos, de excelencia; me tocó comprobarlo personalmente en el caso de la explosión de San Juan Ixhuatepec en 1984. Si bien el viejo sistema político lo mantuvo bajo control a base de corrupción –“no hay general que aguante un cañonazo de cincuenta mil pesos” decía Alvaro Obregón- la oficialidad joven no necesariamente es corrupta, conozco algunos (no conozco a muchos) que son merecedores de respeto. En el hermetismo que lo caracteriza, igual podríamos encontrar a un Pinochet o a un Somoza, como también a un Juan José Torres o un Velazco Alvarado y ¿por qué no? a un Hugo Chávez. Prefiero no saberlo; con todos sus defectos, prefiero a la democracia y al civilismo; si un militar nacionalista, con su formación y su capacidad de liderazgo, opta por la lucha política, como el venezolano, bienvenido a la lucha popular.

Entre tanto, habrá que reforzar todos los frentes de la movilización. Rechazar la criminalización de la protesta social y sacar de la cárcel a los presos políticos, aunque sea a fuerza de cacerolazos. Hoy es más claro que nunca, si le dieron 67 años de prisión a Del Valle por defender la tierra de Atenco para los atenquenses, mañana nos los darán a cualquiera de nosotros que proteste por tantos agravios. Sólo la solidaridad nos dará seguridad. El soberano en la calle y el ejército a cuartel.

gerdez999@yahoo.com.mx


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Gerardo Fernández Casanova


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