“Que el fraude electoral jamás se olvide”

La maldita vecindad

Se cumplen en este mes los cien años del inicio de la Revolución Mexicana, setenta de su paulatino deterioro y veintidós de su cancelación oficial definitiva. No obstante, y en la medida que sus postulados son vigentes y sus reivindicaciones incumplidas, el concepto de la revolución es más necesario que hace cien años. Las condiciones de injusticia en que se desenvuelve la sociedad mexicana no son diferentes a las que prevalecían durante el porfiriato; las libertades políticas sólo son de forma en tanto que se mantiene el control de la cosa pública por un puñado de privilegiados, independientemente de que se registren procesos electorales y sea posible una especie de alternancia, siempre que sea entre los mismos; la dependencia respecto del exterior, particularmente de los Estados Unidos, es hoy ofensivamente mayor que hace cien años, al grado de reducir al mínimo la posibilidad de disponer de nuestro destino como nación; independientemente de los errores de la dictadura, Porfirio Díaz no dejó de ser un patriota. Hoy quiero referirme a este último aspecto: el efecto de la maldita vecindad.

Intento no caer en el engaño de que todos nuestros males provienen del exterior; desde luego que hay mucho de origen doméstico en nuestras dificultades, pero estoy cierto que cualquier intento por crear una nación próspera y progresista requiere de tomar muy en cuenta la realidad geopolítica que, de tan abrumadora, con frecuencia la ignoramos. No es difícil caer en cuenta de que la seguridad de la potencia bélica y económica yanqui coloca a su vecino del sur dentro de su ámbito de defensa, además de los intereses de orden económico requeridos para garantizar el suministro de materias primas que les son indispensables; ignorarlo o pensar en evitarlo, es tanto como tratar de tapar el sol con un dedo. Pero no se puede olvidar la injusta guerra que nos arrebató la mitad del territorio y sus conocidos amagos de invasión por la ocupación de los puertos de Veracruz y Tampico. Tampoco pueden ignorarse intervenciones que han contribuido positivamente en la historia mexicana, aunque sólo hayan sido por excepcional coincidencia de intereses, particularmente con los intentos conservadores por restablecer la monarquía católica con Iturbide y Maximiliano.

Es en este marco que se hacen grandes los hombres de la Revolución Mexicana que supieron manejar inteligente y patrióticamente esta tremenda realidad. Las facciones beligerantes tenían claro que el reconocimiento diplomático por los Estados Unidos constituía un factor determinante en la lucha, principalmente por la disponibilidad o la carencia de armamento; no obstante, ninguno cayó en la tentación de entregar el destino nacional al extranjero a cambio de tal reconocimiento. El mismo Madero, que no podría ser calificado como contrario a los intereses yanquis, fue destituido y asesinado por intriga del embajador Wilson, por no atender a sus imposiciones. Carranza se vio permanentemente asediado por las presiones de Washington, incluida la invasión a Veracruz dizque para presionar la salida del dictador Huerta, pero no perdió el sentido de la dignidad nacional ofendida por dicha intervención y la repudió oportunamente. Obregón, siempre amenazado por los levantamientos de generales insatisfechos, negoció el reconocimiento diplomático aceptando imposiciones lesivas pero salvando lo principal; se pagó cara la pacificación del país pero se mantuvo la independencia. Calles creó instituciones con independencia e hizo frente a la rebelión de los cristeros poderosamente apoyada por los obispos católicos de los Estados Unidos, maniobrando con habilidad diplomática su solución negociada.

Lázaro Cárdenas es el caso paradigmático. Su mandato se caracterizó por los avances revolucionarios y las reivindicaciones sociales, logrados en el ejercicio soberano de gobernar conforme a los intereses nacionales. Su mérito fue que supo aprovechar la coyuntura geopolítica que se le presentó con Roosevelt en el gobierno yanqui y su política de apertura. El internacionalismo solidario de Cárdenas no sólo obedeció a las convicciones, sino que instauró una política exterior de mayor independencia para dar cobijo a su actuación interior, la que normó a la diplomacia mexicana durante varios sexenios, sorteando los embates de los afanes gringos por extender su dominación. Estoy cierto de que no fue nada fácil.

Esa fue la historia hasta que los tecnócratas gringos nacidos en México se hicieron del poder, con Carlos Salinas y su fraude electoral a la cabeza. Su toma del poder coincidió con el recrudecimiento de la guerra fría y del imperialismo gringo. Para Salinas resultó más cómodo bajar la guardia y entregarse al tobogán de las buenas relaciones de supuesta amistad (carnales diría Menem de Argentina) que nos llevaría a ser parte del primer mundo y que nos trajo al inframundo de donde no hemos podido salir. El razonamiento estúpido y traidor determinó que, siendo el vecino el país más poderoso del mundo más valdría entregarse a sus designios y hacerlo de buena gana, que mantener una forzada independencia costosa y de alto riesgo. Así, el tal Salinas hoy convertido en el poderoso factótum de la política del PRI y del PAN, echó por la borda todo el esfuerzo nacional de independencia a cambio de un plato de lentejas que para él y sus amigos significó y sigue significando el mejor negocio del mundo: robarse un país para regalarlo al imperio.

Que la conmemoración del centenario de la Revolución Mexicana nos sirva para buscar la recuperación de la Patria.

gerdez999@yahoo.com.mx







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Gerardo Fernández Casanova


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