“Con su sonrisa buena, de músico y poeta, se nos marcho Pablera silbando en cada puerta…” así empieza una triste canción larense dedicada a un personaje popular del pueblo. La reproduzco porque el reencuentro con lo popular alimenta mi ideología de revolucionaria, sobre todo en tiempos donde la identidad parece perdida en confrontaciones estériles y sin sentido.
Decir que alguien es más revolucionario que otro por cualquier razón es una falacia o, en el peor de los casos, no haber entendido la esencia natural de un proceso que comenzó con un “Pablera” y se ha ido construyendo con millones de seres que, como él, han hecho del silbido del viento una trinchera cómplice y necesaria para intentar transformar este país.
Recuerdo aquella época de la clandestinidad, donde por cierto todos sabíamos reconocernos como “Revolucionarios”, sin importar títulos, honores o prestigio. Cada quién estaba sumido en su actividad diaria y de sus ruinas recogía, día tras día, sus sueños esparcidos por esos montes de suave aroma donde no tenía cabida la tristeza aún cuando llorara el corazón. Siempre había tiempo para el encuentro oportuno ante un concierto de la nueva trova o de Alí, bajo el cobijo de un techo de bahareque en las montañas larenses, o de un caney de palma en las sabanas del alto Apure, o un día de la Dignidad, de tantos que vivimos. Allí bajo el calor de la discusión, aprendíamos a ocultarnos, a convertirnos en “Nada”, en “Nadie”, a reagruparnos, a construir en alegría caminos de pueblo. Aprendíamos a llenar nuestra Marusa de flores, de música, de poemas. Aprendíamos, también a desconocernos en la calle, a vencer madrigueras para afinar puntería.
La búsqueda del saber popular, era nuestro elemento. Corazón adentro, en las entrañas del pueblo se compartían ideas de mundos posibles. El obrero, el campesino, el don nadie, Pablera pues, era nuestro aliado, un buen Lazarillo que con su saber nos protegía, jamás lo descalificamos por no ser un intelectual ni un erudito, jamás le llamamos contrarrevolucionario. Sabíamos que una mirada, o un susurro al oído de radio bemba era suficiente para que él aparecía en el paisaje con sus lecciones de vida, brindando amaneceres de triunfo, dando su fe, su esperanza, su capacidad para asombrarnos, para hacer historia, para germinar 27F o 13A, para construir con su pasión una revolución que muy a pesar, de nosotros, avanzaba.
Los “revolucionarios”, cambiamos el techo de bahareque por hoteles cinco estrellas, ahora al calor de la discusión ideológica nos transfiguramos, o peor aún, nos desdibujamos, aparecemos en todas partes: noticieros, programas de opinión, foros, conferencias, sin agruparnos en ningún sitio, y en la Marusa en vez de flores, cargamos, … mierda.
Todos sabemos que el poder enceguece a los hombres y, es el orgullo del dinero lo que hace que nos atrevamos a intentar quitarle a los miles de Pableras que existen en Venezuela, su dignidad, al solicitar ante nuestra presencia que bajen la voz, o mejor aún que se callen, que no exijan más, que no luchen por sus reivindicaciones, que nos vendan su fuerza de trabajo por las migajas de un mundo incierto, que se pongan un bozal de arepas y acepten un contrato de trabajo en la administración pública, una vivienda o una ayuda médica, como favores personales; mientras transitamos por la revolución ostentando los privilegios del estado burocrático, aceptando cargos de altísima remuneración con tanta prepotencia que, en la multitud, somos irreconocibles, envileciéndonos con un culto a la personalidad desproporcionado, tanto, que nadie esta a nuestra altura.
Aún podemos retomar el camino a casa, recordar el aprendizaje con sabor de pueblo, acompañar al Pablera Presidente en su desesperado intento por apartar del follaje las ramas secas de olvido, evitar que perezcan los sueños, impedir que se hagan realidad las palabras que aquel personaje le dijera en algún sitio al camarada Alí: “No vendas tu canto Ali, que si lo vendes me vendes, que si lo vendes te vendes”. Reagruparnos en torno a una revolución como briznas, para hacerla nuestra, creíble, visible. Buscar en las profundidades de nuestra memoria esos recuerdos que nos hacían libres, intrépidos, valientes. Reencontrarnos en la vigilia del pensamiento amoroso, para emerger radiantes cual rayo de sol, algo debe quedar de la utopía allí escondido en la marusa, busquemos, limpiemos ese algo para impedir que en sincronía cantemos junto a los políticos de siempre: “…su cuatrito se queda colgado allá en la choza y en las noches solloza, porque se fue … Pablera.
rusalki@cantv.net