Construir la convivencia (I/II)

"[…] El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, que siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse; porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según le plazca y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes, por lo mismo que sabe hallarse propenso a prestársela a los demás."

I. Kant, Idea de una historia universal en sentido cosmopolita.

I. Introducción

Immanuel Kant, acuñó, pocos años antes de la Revolución Francesa, el concepto de "Insociable Sociabilidad". Kant nos definió a los seres humanos por nuestra insociable sociabilidad. Expresó con ello muy bien la paradójica realidad de que solo nos realizamos como humanos si vivimos con otros; pero, a su vez, que somos de tal condición que ese vivir con otros sin destructividad nos resulta enormemente difícil. Destinado a la convivencialidad, el ser humano se caracteriza por su capacidad para construirla, pero también para destruirla. En estas entregas pensaremos(desde el budismo y el cristianismo) sobre las ambigüedades de la construcción de la convivencia en la sociedad venezolana. La acción humana, realización de la libertad en la historia, es una sucesión de logros y frustraciones. Aumentan las divergencias, que separan y enfrentan a los venezolanos, a la vez que crece la búsqueda de las convergencias que los unen.

II. Preguntas:

  • ¿Estamos los venezolanos ante un callejón sin salida, impotentes para construir la paz y la convivencia?

  • ¿Qué es eso de convivir?

  • ¿Cómo se convive?

  • ¿Qué es coexistir?

  • ¿Hay alguna diferencia entre coexistir y convivir?

III. El Fundamento Ontológico de la convivencia

No solo estamos inevitablemente solos en el reino privado de nuestros pensamientos, percepciones y sensaciones, sino que se da la paradoja de que, inevitablemente, convivimos con los demás en el mundo. Esto no se debería interpretar de un modo superficial, entendiendo que cada individuo vive compartiendo un mundo con numerosos individuos, como un árbol vive rodeado de incontables otros árboles. Esencialmente, nuestra relación al convivir con los demás no es de espacio sino ontológica. Es decir, nuestra coexistencia con los demás es algo más que un mero accidente que podría no haber ocurrido, sino que constituye nuestro propio modo de ser. Incluso cuando estamos físicamente solos, experimentando soledad, seguimos estando con los demás. El hecho de poder sentirnos solos ya indica que la participación es un elemento básico en la estructura de nuestro ser. La soledad no sólo se caracteriza positivamente por un cierto grado de aislamiento sino que, en sentido negativo, se caracteriza por una participación deficiente. Por lo tanto, tan pronto como entramos en la existencia estamos inevitablemente vinculados a los demás. Sin embargo no se trata de un lazo exterior, de factores externos que nos ponen en contacto, sino que procede del interior, a causa de la constitución esencial de nuestro ser.

Hay dos factores que ilustran particularmente la profunda presencia estructural subyacente en nosotros cuando estamos con los demás: el pensamiento y la palabra. Estos son inseparables: en silencio pensamos, en el mismo lenguaje que hablamos, y al hablar verbalizamos nuestros pensamientos para los demás. Aunque los pensamientos sólo tienen lugar en la esfera inaccesible de nuestra soledad, son un testimonio constante de la presencia de los demás. Por otro lado, las palabras e ideas con las que pensamos sólo son significativas en el contexto de un marco lingüístico común. Además, el objetivo interno del pensamiento nunca se alcanza plenamente hasta que madura en expresiones verbales a través de las cuales los demás pueden acceder, indirectamente, a nuestra experiencia personal. De hecho, una experiencia interna sólo se completa cuando ha sido hablada. No importa lo profundo que sea el conocimiento que se pueda obtener; mientras permanezca inarticulado en el silencio introspectivo será unidimensional e incompleto. Por muy inadecuadas que puedan ser nuestras palabras y expresiones al comunicar dichas experiencias, sólo al conceptuarlas para nosotros mismos y luego articularlas para los demás llegan, por fin, a completarse. Únicamente cuando una experiencia interna se articula puede alcanzar un grado de complejidad dimensional en plena armonía con nuestra constitución ontológica. La comprensión genuina, tanto de asuntos externos como de nosotros mismos, no la garantiza ni la cualidad inexpresable de una precepción privada, ni la claridad de una expresión conceptual. La comprensión genuina es un estado de unidad dialéctica fundamentada en cualquiera de estos dos polos.

Debido al papel esencial que juega en nuestras vidas, el lenguaje, tanto el que dirigimos silenciosamente hacia nosotros mismos como el que pronunciamos en voz alta para los demás, es la prueba más inmediata de que nuestra existencia está inevitablemente impregnada por el "convivir con los demás". El pensamiento y la palabra sólo se conciben en un ser que esencialmente está con los demás. Además, merece la pena precisar que tanto en las tradiciones helenísticas, como en la budista, el idioma, es decir, el pensamiento y la palabra, no se considera una característica secundaria del hombre, sino definitoria. En el pensamiento clásico de Grecia el hombre se definía como "el ser consciente que tiene la capacidad del discurso", mientras que la definición popular budista es así: "el ser que expresa y entiende significados". Puesto que el lenguaje sólo es posible para quien está esencialmente con los demás, dichas definiciones implican rotundamente que convivir con los demás constituye el núcleo del ser humano y no su periferia. En este caso, no podemos considerar completo un punto de vista de desarrollo del hombre que no tenga suficientemente en cuenta al hombre conviviendo con los demás. En verdad, si aceptamos el análisis anterior, parece que se le debiera dar una importancia principal a nuestra capacidad para convivir con los demás, puesto que este potencial, cuya forma más desarrollada es el lenguaje, define al hombre. Bajo la luz de estas consideraciones, se puede considerar descuidados a quienes desprecian los pensamientos, las ideas y las palabras arguyendo que la "mera intelectualización" oscurece la realidad. Al rechazar el desarrollo del pensamiento, reducen su capacidad de progreso en la convivencia auténtica con los demás.

IV. Convivir con los demás de un modo inauténtico

Aunque convivir con los demás es una característica básica de nuestra manera de ser, en nuestras actitudes y comportamiento hacia ellos se pone de manifiesto una de estas dos actitudes: auténtica o inauténtica. El convivir con los demás es una parte especial del ser humano, es decir, una posibilidad del ser siempre presente y que se pone de manifiesto en toda actividad humana. Sería imposible ser genuinamente humano o sano si uno actuase sin tener en cuenta a los demás. Cada actitud que asumimos, cada palabra que pronunciamos y cada actividad que emprendemos establece nuestra relación con los demás. Nuestros pensamientos moldean la imagen que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás y nuestras palabras y actos son los que sugieren la impresión que los demás tienen de nosotros. Pero en esta relación con los demás a veces damos paso a una mayor aceptación e interés por la otra persona, y otras veces tendemos a apartarnos de él o ella y nos cerramos ante su demanda. En ambos casos existimos de un modo al convivir con los demás, pero en el primero de ellos se trata de una forma autentica, mientras que en el segundo es inauténtica.

La raíz de todas las formas inauténticas de convivir con los demás es el egoísmo. Este estado mental, consciente o inconscientemente, nos obliga a tener como objetivo central de nuestros valores conseguir el bienestar propio. Esta actitud puede operar muy maliciosamente, incluso en aquellas personas que parecen ser enteramente altruistas. A pesar de todos sus magnánimos, compromisos y actos generosos, silenciosamente, miden el valor último de éstos en términos de la satisfacción personal que les reportan. Es la raíz de la convivencia inauténtica porque actúa como principal responsable de nuestra incapacidad para estar con los demás de un modo pleno y genuino. El egoísmo distorsiona la posibilidad de convivir con los demás, aunque estemos con ellos, nos aparta constantemente de su lado. Dificulta el desarrollo de la posibilidad esencial humana y priva a la persona de un crecimiento integral.

Una característica del egoísmo es que al introvertir nuestra atención hacia los proyectos personales reduce la condición de los demás a la de meros objetos. La existencia particular del otro queda subordinada al papel que él o ella jueguen en el drama personal de uno. En ocasiones, parece que las innumerables demás personas sólo existen fuera de nosotros con una leve chispa de interioridad, mientras que uno está plenamente presente y dotado con un ser interior singular, cuya manifestación externa no es más que un reflejo incompleto de lo que realmente es. De este modo, nos encontramos ante una situación en la que ya no vemos a otra persona, sino otra cosa. Esta es la estructura subyacente del convivir con los demás inauténtico que actúa como fundamento común para desarrollos emocionales e intelectuales que emergen posteriormente. Básicamente, distinguimos una triple fragmentación del egoísmo compuesta de apego, aversión e indiferencia. A pesar de ser distintas, estas tres actitudes están enraizadas en un sentimiento subyacente que considera al otro como un ente objetivado, minimizado y subordinado a la, sin duda, mayor importancia del yo. El apego-deseo e al otro esencialmente deseable, por lo que intenta integrarlo a sus posesiones o su esfera de influencia. La aversión, por otro lado, ve al otro esencialmente indeseable o incluso detestable y trata de excluir a esa persona de su campo de contacto. La indiferencia es una actitud en la que el otro, sencillamente, no importa, y tanto su sufrimiento como su alegría nos traen sin cuidado. Nuestras relaciones con los demás quedan, pues, limitadas a la manipulación de unos cuantos individuos que caen en nuestro campo de interés personal y a ignorar a los muchos que caen fuera de ese dominio.

Una de las formas más fuertes y dominantes del apego deseoso es el deseo sexual, que nos hace evaluar a la otra persona porque su físico es el adecuado para gratificar nuestro impulso sexual. A pesar de todos los intentos, no importa cuán sutiles sean, de someter a los demás a nuestra voluntad para poder acrecentar nuestras ambiciones personales, no dejan de ser formas de apego-deseo. La aversión va desde el odio profundamente enraizado a la persuasión gentil dirigida hacia la persona que se cruza en nuestro camino y nos impide conseguir nuestros deseos. La indiferencia es neutral porque no trata de atraer ni apartar a los demás, pero es también inauténtica porque no acepta que los demás sean nuestros iguales, como lo hace la ecuanimidad, sino que los ignora a todos por igual. Sobre la base apego-deseo, la aversión y la indiferencia, emergen otras actitudes distorsionadas e inauténticas hacia los demás: la avaricia, la envidia, la deshonestidad, la pretensión, el temor, la crueldad, la venganza y la falta de consideración. Quizás también debería mencionarse el orgullo, no como una actitud derivada del apego-deseo, la aversión o la indiferencia sino como otra consecuencia directa del egoísmo. Este también nos sitúa en una relación fija con respecto a los demás, a saber, de superioridad. El orgullo eleva conscientemente nuestra propia posición e interés, menospreciando a los demás, a quienes consideramos esencialmente inferiores.

Estos ejemplos no son simples descripciones del modo en que ciertos factores psicológicos afectan temporalmente a nuestro carácter y relaciones interpersonales, sino que son intentos por desvelar su condición de manifestaciones inauténticas de una estructura ontológica básica.

Bibliografía

Stephen Batchelor (1994), Alone with Others: An Existential Approach to Buddhism.

Xavier Etxeberría Mauleón (2012), Virtudes Para Convivir

Juan Masiá Clavel (2015), El animal vulnerable.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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