A fin de ponerle fin la histórica depravación social que se consolidó durante el Pacto (1958-1998) en cuanto a la búsqueda afanosa del poder para el lucro sectario y personal, todo el que pretenda ejercer de modo digno, eficiente y progresista, cualquier cargo de elección popular o responsabilidad en el Estado, tendría que cumplir con tres indispensables virtudes de solvencia ciudadana.
Primero, solvencia ética y moral, que implica el desempeño intachable como sujeto de la vida pública y privada, acompañada de una conducta ejemplar de guerra radical contra la corrupción, el burocratismo y la ineficiencia, que le hagan merecedor del respeto de la mayoría de la comunidad a través de los años.
Segundo, solvencia científica y técnica, lo que significa fehacientes pruebas de aptitud, capacidad y formación en el área específica donde corresponda trabajar; es decir, la debida combinación de la destreza teórica y la destreza práctica que acreditan destreza para la ejecución de una determinada tarea, sin que tales conocimientos o aptitudes provengan exclusivamente de la academia formal o una extensa experiencia, sino del verificable equilibrio entre el saber y el hacer.
En tercer lugar, está la solvencia política, singular virtud de quienes han mantenido una inquebrantable trayectoria combativa y hasta el presente luchan, sin ambigüedades, por la liberación popular y la construcción de la sociedad sin clases en el siglo XXI. Es en el marco de estas tres credenciales y con el impulso de sus mujeres y hombres más solventes, que la auténtica revolución avanzará.
Constitucionalista. Profesor de estudios políticos e internacionales.
