Dicen que guerra avisada no mata soldado. Pero en el caso del camarada Robert Serra, un joven combatiente de profundas convicciones, la muerte no nos sorprende. Los planes del enemigo están develados, se sabe que las fuerzas del mal planifican asesinatos selectivos y que todo militante de la revolución tiene los días contados.
Metralleta, como solíamos llamarle por ese verbo veloz con el que respondía a los ataques de la derecha conspiradora y esa personalidad efervescente que le caracterizaba, no era la excepción de la regla. Seguramente el mozalbete parlamentario se sintió más de una vez en la cuerda floja porque la vida es una inconstante en los seres que como él están dispuestos a defender a toda costa un proyecto político que persigue la mayor suma de felicidad para el pueblo.
Robert sigue el camino de Sandino, el Che, Salvador Allende, Argimiro Gabaldon, Alberto Lovera, Jorge Rodríguez padre, Soto Rojas, Danilo Anderson, Eliezer Otaiza , nuestro comandante eterno Hugo Chávez y otros tantos valientes latinoamericanos que no dudaron en inmolarse en la búsqueda de una sociedad más justa.
Si la intención de sus asesinos era aterrorizar y disgregar a la militancia revolucionaria, no lo conseguirán. La muerte de Serra y de su compañera aunque nos causa tristeza no nos disminuye por el contrario nos unifica y robustece.
Cuando los sionistas bombardeaban la Franja de Gaza, un palestino que llevaba a enterrar a su familia declaró a los medios occidentales que las victimas no eran mejores que ellos y si debían morir todos por defender la tierra de sus ancestros, entonces así sería. El pueblo bolivariano no puede ser menos que el palestino. De todas maneras hay que ser más cautelosos y menos ingenuos ya que la revelación de un plan no significa que la canalla va a retroceder en sus atrocidades.
La pregunta ahora es a quien más tienen en la mira y si les vamos a permitir que cumplan su cometido.
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